Varios de los episodios más lamentables de la historia de México, están relacionados con nuestro país vecino del norte: los Estados Unidos de Norteamérica.
Y no nos referimos solamente a la intervención militar de 1846 a 1848, y la funesta firma del Tratado de Guadalupe-Hidalgo, que representó la pérdida de la mitad del territorio nacional, sino a la forma en que reiteradamente, México ha venido siempre pagando la peor parte de nuestra relación de vecindad.
Porque de una manera u otra, los intereses de los Estados Unidos, ya sea en el terreno económico o político, siempre han tenido incidencia directa con lo que ocurre en nuestro país.
La constante presión económica, el crecimiento de los cárteles de la droga y el fenómeno migratorio no podrían explicarse sin la ominosa presencia del país más poderoso del mundo al otro lado del río Bravo. Vecinos, socios amigos… son denominadores comunes en el discurso oficial para definir nuestra relación. Pero en términos reales, la coexistencia de ambas naciones es muchísimo más compleja.
Y resulta que ahora, en pleno siglo XXI, tenemos una vez más al vecino yanqui haciendo de las suyas en nuestro territorio. No precisamente en el aspecto militar, pero sí en otro con igual impulso bélico: el de las campañas presidenciales.
El primero en meter a México en la agenda del proselitismo presidencial norteamericano fue el aspirante republicano Donald Trump, con una estrategia que hasta el momento le ha brindado mejores resultados de los que esperaba: ha convertido su estrambótica campaña en un suceso mediático, ante un público global ávido de circo. Su propia figura, su incendiario discurso racista y sus constantes arranques de historionismo son auténtica pólvora para la prensa y las redes sociales.
Trump ha culpado a México y a los mexicanos de ser los responsables directos de todos los males de la nación americana. Es evidente que más allá de los argumentos, su perorata busca atraer las simpatías de los sectores más conservadores y reaccionarios, que ciertamente, no son pocos, y se aglutinan en torno a poderosos intereses económicos.
Por supuesto que los demócratas no se han quedado atrás. Más allá de la supuesta conciliación de agendas oficiales, la reciente visita a México del vicepresidente Joseph Biden estuvo cargada de una clara intención proselitista en favor del presidente Obama y su partido.
Biden no tenía por qué pedir disculpas por los exabruptos de Trump a nombre del pueblo norteamericano.
Trump es sólo un aspirante presidencial, no es ni un representante popular ni dirigente de alguna agrupación o partido.
Su discurso tiene seguidores, pero efectivamente, no representa el sentir de la totalidad del pueblo americano.
Así que más allá de los sentimentalismos, el discurso de Biden se puede interpretar como un evidente deslinde del Partido Demócrata y sus aspirantes a los reiterados ataques a México que se han vertido durante la presente época preelectoral en los Estados Unidos, buscando seguramente atraer la simpatía de los votantes latinos hacia sus prospectos, particularmente hacia la señora Hillary Clinton.
Ello a pesar de que el presidente Barack Obama se quedó corto en su promesa de una reforma migratoria de alto alcance.
Porque el gobierno demócrata puede seguir culpando a sus opositores de haber bloqueado sus iniciativas, pero la realidad es que en durante su estancia en la Casa Blanca, míster Obama no ha podido hacer transitar su política social más allá de los buenos deseos.
Y eso, seguramente, pesará en el ánimo de los electores.
Pero volviendo a Trump, ha sido interesante la forma en que sus disparates verbales han marcado agenda en ambos lados de la frontera.
Ahí tiene usted al ex presidente Fox, saltando nuevamente al ruedo mediático para responder al magnate republicano en la forma que mejor conoce: haciendo bravuconadas.
Fox siempre demostró ser mejor candidato que gobernante. La efectividad de su gobierno nunca pudo equipararse a la de sus campañas rumbo a la gubernatura de Guanajuato y posteriormente en busca de la silla presidencial.
Lo sorprendente es que a pesar de sus recientes tropiezos en el discurso público, como su controvertida postura acerca de la legalización de la marihuana o su virtual auto segregación del PAN, partido que lo llevó al poder en el año 2000, ahora los bonos de Fox se encuentren nuevamente a la alza, luego de calificar a Trump como “un falso mesías” en entrevista a una cadena norteamericana, misma que el ex mandatario mexicano sostuvo en perfecto inglés.
Aquí salta a la luz algo evidente: dentro de la poco reluciente clase política mexicana, no ha habido ningún personaje con el liderazgo ni la credibilidad suficiente para enfrentar los obuses verbales de Trump contra el pueblo mexicano.
Y no son pocos mexicanos los que consideran que ni los aspirantes presidenciales, ni los partidos y mucho menos la casa presidencial de Los Pinos han respondido con firmeza y altura de discurso a estos embates.
El calendario político norteamericano sigue su marcha. Es imposible predecir sus resultados, pero lo que es un hecho es que del curso que tome la contienda electoral, dependerá la agenda política de México en los años venideros, y que el resultado de la elección norteamericana podría tener implicaciones notables en la elección presidencial mexicana de 2018.
Y cada vez falta menor para comprobarlo. Al tiempo.
DE BOTEPRONTO: En fea forma, la protesta de los elementos de Fuerza Tamaulipas exhibió en fea forma al gobierno de Egidio Torre Cantú. Primero, porque se supone que la seguridad es el tema prioritario para el gobierno tamaulipeco. Segundo, porque se supone que el gobernador debe ser el hombre mejor informado de su entidad. ¿Quién pudo jinetearse durante diez meses el dinero de los viáticos de la fuerza policiaca que tanto presume Don Egidio? Ups, y de paso hacerlo… ¡en pleno año electoral!
Sin palabras.
Twitter: @miguelisidro