Tenía 44 años. No era deportista, pero tampoco sedentario. No comía perfecto, pero tampoco se daba atracones. Vivía bajo presión, como casi todos. Esa mañana salió de su casa con el mismo beso rutinario, los mismos pendientes en la cabeza, y el volante entre las manos. Solo que ese día, su corazón ya no pudo más.

El infarto lo sorprendió a mitad del camino. No hubo tiempo de llamar a nadie. El volante se fue a la deriva y él también. Dejó una esposa desconsolada, dos hijos por concluir la Primaria, y una hipoteca que apenas llevaba cuatro años pagando.

El golpe fue doble: emocional y financiero. Y es que no había seguro de vida. Nunca creyó necesitarlo. A los 44, todavía pensaba que el corazón era invencible.

Antes, los ataques al corazón eran cosa de “señores grandes”. Hoy no. Hoy el infarto se presenta con cara de estrés, de desvelos, de presión arterial no medida, de colesterol no atendido. Se presenta con cara de rutina.

¿Sabías que los infartos entre los 40 y 49 años van en aumento en todo el mundo? No importa si haces ejercicio o si crees que “a ti no te va a pasar”. El corazón no entiende de excusas.

Morir es inevitable. Lo trágico es morir sin haber protegido a quienes más amas. Porque si tú faltas, ¿quién paga la universidad de tus hijos? ¿Quién mantiene la casa? ¿Quién cubre las deudas? ¿Quién sostiene emocional y económicamente a tu familia?

Un seguro de vida no evita la muerte, pero evita el caos después de ella. Es el acto más responsable y amoroso que puedes tener con los tuyos. Porque no se trata de ti. Se trata de ellos.
¿Y si te pasa mañana?

Puede que no te pase nada… todavía. Pero también puede que sí. Y si ese es el caso, ¿prefieres que tu familia enfrente el dolor con respaldo o con angustia?

La historia de aquel hombre de 44 años no debería repetirse. No por el infarto. Sino por la falta de previsión.

*Marco Esquivel
Es periodista y Agente autorizado por la CNSF para intermediar Seguros personales y empresariales y fianzas. Contacto https://wa.me/5218342759227