La singularidad. Cuarta parte
La singularidad llegará. Tal vez en dos décadas, tal vez antes. Para entonces, México se encontrará en una encrucijada definitiva: avanzar como protagonista de la nueva era tecnológica o convertirse en un espectador de su propio destino.
El país ha transitado entre la grandeza y el rezago, entre la visión y la inercia, entre el impulso por innovar y la costumbre de depender del exterior. Ha tenido mentes brillantes, científicos excepcionales, desarrolladores con talento desbordante. También ha permitido que esas mismas mentes busquen oportunidades fuera, en universidades y laboratorios que sí entendieron la urgencia del futuro.
La inteligencia artificial, la automatización y la biotecnología están reconfigurando la estructura económica del mundo. La singularidad traerá consigo un punto de ruptura donde la inteligencia humana dejará de ser el límite del progreso. Todo cambiará: el trabajo, la educación, la manera de gobernar, la forma en que las sociedades comprenden la realidad. En ese nuevo orden, México tiene tres posibles caminos.
El primero es el estancamiento. Avanzar sin una estrategia clara, dejando que la tecnología transforme el mundo mientras el país sobrevive con la inercia de su pasado. Seguir siendo una economía basada en manufactura barata, dependiente de mercados extranjeros que controlan la innovación. La brecha social se profundizaría: una élite tendría acceso a los avances, mientras el resto del país vería la automatización como una amenaza que elimina empleos y destruye oportunidades. El sistema educativo seguiría produciendo profesionales para trabajos que ya no existen. Las calles estarían llenas de resentimiento, con generaciones enteras preguntándose por qué el país quedó atrás. México sería un territorio con tecnología de punta en manos de unos pocos, pero sin una estrategia nacional que le diera rumbo.
El segundo es la adaptación tardía. Ingresar al juego cuando las grandes decisiones ya se han tomado, reaccionar cuando las oportunidades se han repartido, participar como seguidor en una carrera donde otros llevan décadas de ventaja. Usar la inteligencia artificial, pero sin desarrollarla. Convertirse en un consumidor de tecnología y no en su creador. Trabajar en las industrias del futuro, pero sin poseerlas. En este escenario, el país tendría acceso a avances significativos: ciudades inteligentes, automóviles autónomos, sistemas médicos basados en IA. La desigualdad seguiría presente, aunque con ciertos sectores logrando avances. El talento mexicano seguiría emigrando, aunque algunos encontrarían espacios en centros de innovación dirigidos desde Silicon Valley, China o Europa. El país se modernizaría sin cuestionar las reglas que otros imponen. Habría desarrollo, aunque con una sensación persistente de dependencia.
El tercero es el más ambicioso. Aprovechar la singularidad para transformar el país, invertir en inteligencia artificial, en biotecnología, en automatización. Crear un ecosistema donde el talento no tenga que emigrar, donde la educación deje de estar atrapada en modelos del siglo pasado, donde las universidades, los gobiernos y las empresas trabajen con una visión clara del futuro.
Apostar por el desarrollo de tecnología propia, por la creación de inteligencia artificial entrenada en español, por algoritmos que reflejen nuestra identidad, nuestra cultura, nuestra forma de ver el mundo.
En este México, la educación se rediseñaría por completo. En lugar de memorizar datos, los estudiantes aprenderían a interactuar con inteligencia artificial, a resolver problemas complejos, a diseñar sistemas de automatización. Las colonias más marginadas tendrían acceso a tecnología avanzada, cerrando la brecha digital. Empresas mexicanas liderarían el desarrollo de robots, fármacos personalizados, sistemas de energía inteligente. En este país, la singularidad potenciaría su capacidad de crear. La inteligencia artificial sería vista como una extensión del ingenio humano. El talento nacional construiría, en lugar de ser solo un usuario de lo que otros crean.
México tiene la ventaja de su diversidad, de su riqueza en talento, de su capacidad para reinventarse. En sus calles hay emprendedores que con pocos recursos crean soluciones extraordinarias. En sus laboratorios hay científicos que con limitaciones presupuestarias descubren avances notables. En su gente hay una creatividad inagotable. La singularidad será la mayor oportunidad de nuestra historia o el momento en que quedemos permanentemente rezagados.
Cada revolución industrial ha dejado ganadores y rezagados. Cada avance tecnológico ha transformado la estructura del poder. Cada nación que ha dominado la tecnología de su época ha escrito su propia historia. México tiene la oportunidad de decidir qué historia quiere contar.
La inteligencia artificial representa el punto de inflexión que definirá qué países prosperan y cuáles quedan atrapados en un mundo que ya no les pertenece. ¿Voy bien o me regreso? Nos leemos próximamente si la IA y la esperanza lo permiten.
A darle, por nuestras familias, nuestra gente, nuestro México.
Como diría Café Tacvba, el futuro es hoy.
Placeres culposos: por cierto por fin pude ver la película de Betterman en el cine y la recomiendo mucho. La autobiografía de Ágatha Christie y el libro de sonidos de México (disponibles en gandhi). Animales difíciles de Rosa Montero (casa del libro).
Playlist. Cuarta y última parte: Café Tacvba, futuro; Soda Stereo, en el borde; Caifanes, nos vamos juntos; La Ley, día cero; Molotov, Hit me; Vetusta Morla, consejo de sabios; y Bunbury, lady blue.
Un ramo de rosas de iris versicolor para Greis
David Vallejo
Politólogo y consultor político especialista en temas de gobernanza, comunicación política, campañas electorales, administración pública y manejo de crisis. Cuenta con posgrados en Estados Unidos, México y España.
Además esposo amoroso, padre orgulloso, bibliófilo, melómano, chocoadicto y quesodependiente.
Para que HOYTamaulipas siga ofreciendo información gratuita, te necesitamos. Te elegimos a TI. Contribuye con nosotros. DA CLIC AQUÍ