Los dictados del político
Cierta mañana me había levantado con el ánimo de vender algunos libros; eché a la mochila como cinco ejemplares, aparte, también traía una computadora por si me encontraba a alguien que quisiera escribir su historia de vida. Eran como eso de las once de la mañana cuando iba caminando por el 12 Hidalgo, cerca del Banco Banorte, en eso vi a un señor que estaba leyendo un papelito, posiblemente haya sido el ticket del cajero.
Rápidamente saqué de mi mochila un libro con la intención de venderlo. Me presenté con ese señor, le comenté a qué me dedicaba. El señor agarró el libro para ver la portada, enseguida comenzó a hojear un par de páginas, luego de eso me preguntó: “¿Cómo me dijiste que te llamas?”, le respondí con una sonrisa: “Ricardo”. Su voz era fuerte y gruesa. Con el libro en la mano expuso: “Mira Ricardo, que bueno que andes vendiendo tus libros, me da mucho gusto. Sí te compro un libro, pero me gustaría que me ayudaras a escribir el mío. ¿Puedes?”.
Inmediatamente le respondí que sí. El señor me preguntó: “¿Qué día tienes tiempo?”, agregué a su pregunta: “Mañana mismo nos ponemos de acuerdo en cómo vamos a trabajar”. Al señor le pareció buena la idea: “¿Pero en dónde estaría bien que nos viéramos; tienes algún lugar en especial?”, le respondí: “En María Bonita; ahí nos vemos a las diez de la mañana, ¿le parece?”. El señor finalizó la conversación: “¡Hecho! Ahí nos vemos”.
Al día siguiente nos vimos en María Bonita, habíamos llegado casi juntos. El señor eligió una mesa que se encontraba en una esquina, enseguida pedimos café para iniciar la conversación. Lo más importante de ese encuentro era explicarle a él la mecánica que íbamos a seguir para desarrollar su historia. Le hablé de los dictados que él tenía que hacerme mientras yo escribía en la computadora.
Una vez que todo quedó claro, sugirió que para empezar a trabajar fuera en otro lugar que él ya conocía. Se trataba de una pequeña cafetería la cual en su interior solo había dos mesas, afuera estaba otra. El joven que nos atendió nos ofreció un café muy sabroso, tenía un olor agradable.
El señor con el que iba a comenzar a trabajar le explicó al joven de la cafetería que nos íbamos a ocupar un rato para escribir un documento. Se lo había dicho para que no pensara que no queríamos hablar con él.
El señor que de aquí en adelante llamaré ingeniero, ya me había explicado que buena parte de su vida se lo había dedicado a la política. Inició a contarme una historia, solo que no iba a ser precisamente relacionada con su vida o su familia, sino cómo se había iniciado en la política, precisamente cuando tenía poco tiempo de estar trabajando como catedrático, de tal manera que dedicó parte de su tiempo a impartir clases, así como a andar en la política.
Me gustó la forma en que habíamos dado comienzo al primer tema: “Era el año de 1980, siendo presidente de México…”, en otros momentos me dictó: “Transcurría el año de… cuando se llevaban a cabo las elecciones a nivel nacional… Mientras tanto aquí en Ciudad Victoria…”.
Las horas que disponíamos para la sesión eran de tres horas como máximo, de tal manera que ese primer día se nos pasó rápido el tiempo. Solamente nos reunimos en ese café como dos veces. Para la tercera sesión el ingeniero prefirió que el trabajo lo hiciéramos en el patio de su casa, incluso sugirió que nos viéramos más temprano, a las nueve de la mañana, sobre todo porque tenía que buscar algunos documentos, fotos o alguna información para confirmar fechas o eventos de la política local y nacional.
El ingeniero era una de esas personas a las que siempre les gustó conservar recuerdos de su vida en la política, por eso no batallamos para ir desarrollando los temas. Aparte, tenía bien claras las ideas.
Toda esa vida que llevó en la política cuando era joven me hacía pensar en la persona que ahora estaba frente a mí: un señor de canas que rebasaba los ochenta años de edad; un señor que me estuvo dictando sus experiencias casi durante seis meses.
¡Qué interesante lo que el ingeniero vivió!, ¡que etapa de la vida tan cargada de pasión, de lucha, de entrega!; una lucha que no tan solo la hizo él, sino junto con todos sus compañeros del partido. Anduvo como candidato a una diputación local recorriendo casa por casa, con los zapatos llenos de polvo.
Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista
Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.
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