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A Laura y Margarita

Por: Ricardo Hernández El Día Lunes 11 de Noviembre del 2024 a las 07:11

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Cuando hicieron recorte de personal en la imprenta, Laura, la diseñadora, tuvo que irse de ahí inmediatamente, ¡qué lástima! Todavía en el año 2019 alcanzó a diseñarme un libro el cual yo había trabajado durante seis meses con el señor Pérez, en el restaurante del Hotel Best Western Santorin; fueron sesiones que llevamos a cabo una vez por semana.

Laura fue un gran apoyo cuando comenzaba a hacer mis primeros esfuerzos para tener un libro mío entre mis manos; fueron muchas veces las que le mandé a decir por medio de WhatsApp que les quitara letras a los títulos que llevaban las portadas, que les cambiara de color o que redujera o agrandara los márgenes al formato.

Laura me tuvo mucha paciencia, lo reconozco; con ella fui aprendiendo poco a poco de qué se trataba el arte del diseño y la maquetación de libros; es decir, me fui dando una idea, porque con Laura no tenía una comunicación de persona a persona, aunque ya la había conocido en la imprenta; hubo un acuerdo entre los dos en el sentido de que me ayudaría con mis trabajos siempre y cuando no fuera en la imprenta, sino hasta que estuviera en su casa, ya que por ese tiempo tenían muchísimo trabajo y no había espacio para ella para escuchar todas mis inquietudes, pues más que mandar un trabajo para impresión, mi necesidad también consistía en aprender a través de preguntas sobre mil cosas que ella hacía.

Todas esas conversaciones fueron por medio de WhatsApp, porque hasta eso, casi no contestaba el teléfono.

Después de que Laura ya no regresó a la imprenta, perdí el contacto con ella. Margarita, la encargada de ahí, me dijo en cierta ocasión: “Pues a mí tampoco me contesta el teléfono, Ricardo”. Aproveché la ocasión para preguntarle: “Oye Margarita ¿y ahora cómo le voy a hacer para diseñar mis libros?”. Ella me respondió con un: “Tú puedes solo, Ricardo. Lo único que te falta es diseñar las portadas; el índice tú lo puedes hacer, ya nada más lo conviertes a PDF y ya quedó”.

Margarita me había vendido perfectamente la idea, porque en realidad llegué a creer que era fácil hacerlo; sus palabras me sacudieron la cabeza; lo había dicho con tanta seguridad como si ella estuviera más convencida de mí, que yo de mí mismo.

En los días siguientes eché a volar la imaginación, en mi mente pensaba: “esto es así, no no, esto es de esta manera, no, así no, es así, tiene que ser así”. Cuando creí necesario ir a buscar a Margarita, así lo hice. Ella se había convertido en mi siguiente maestra. Cuando me vio entrar a la imprenta la vi sonriendo, sus ojos me preguntaron algo que enseguida me confirmó con sus propias palabras: “¿Qué, Ricardo, siempre sí pudiste?”

Margarita me sacudía con sus palabras, me hería, pero al mismo tiempo lo disfrutaba, porque cómo era posible que ella confiara en mí, en que podía hacer el trabajo de diseño y maquetación cuando yo mismo me sentía impotente, incapaz, sin mínimos conocimientos.

Días antes había acudido a un chat, ahí le pregunté a la señorita que atendía el negocio que si podía apoyarme a configurar un documento en media carta, porque quería escribir un libro. Le expliqué que de una página en tamaño carta salían dos páginas en media carta. La señorita medio me entendió y yo medio me hice entender. Ella Intentó configurar la página por medio de dos columnas, en forma horizontal. Le comenté que a la hora de imprimirse deseaba que los números salieran en secuencia: 1, 2, 3, 4… La señorita dijo: “Ahí sí que no sé cómo se hace eso”.

Margarita me vio preocupado recién había entrado a la imprenta. Cuando me preguntó: “¿Qué, Ricardo, siempre sí pudiste?”, le respondí: “Quiero que me muestres en la computadora cómo te hacen llegar los archivos tus clientes”. Ella atendió enseguida mi petición. La situación se había convertido en un reto para los dos. En primer lugar, Margarita intentaba demostrar que ella tenía razón al pensar que yo podía realizar el trabajo; en segundo lugar, yo intentaba despertar la confianza en mí mismo sobre cualquier situación desconocida.

Margarita agarró el mouse de la computadora, enseguida me dijo sin despegar la vista de la pantalla: “Mira, Ricardo, así mandan los archivos los clientes, vienen en PDF, uno es la portada y contraportada, y el otro, el contenido del documento”. 

Le pedí permiso para ver las páginas del documento; enseguida abrí el archivo donde venían la portada y contraportada.

“Está bien con eso –le dije a Margarita–, mañana te traigo un archivo de prueba”. Ella volvió a regalarme una sonrisa especial la cual podía interpretar como una muestra de confianza en mí; sus ojos también me hablaban, los podía escuchar en mi mente.  

Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista

Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.

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