Los dictados del médico
Cuando el médico Gerardo terminó de dictarme su historia de vida lo cual consideré como el primer borrador de su libro, le comenté que era necesario volver a leer capítulo por capítulo para ir agregando palabras o eliminando algunas de ellas, algo inevitable en este proceso.
Antes de entrar de lleno en ese asunto junto con él, por cuenta propia me puse a analizar si las historias estaban bien estructuradas o no, si se lograban entender o si llevaban un orden cronológico, porque se supone que así deberían quedar al final del trabajo.
Lo cierto es que durante las sesiones de dictado no había logrado entender lo que el médico me contaba con mucho entusiasmo, aunque ese entusiasmo no se le veía reflejado en su rostro, sino en el esfuerzo que hacía para traer a su memoria los recuerdos del pasado casi como si hubieran ocurrido ayer. El médico acostumbra a ponerse los dedos de su mano derecha en la frente, ello le permite visualizar ciertos acontecimientos que existieron en las diferentes etapas de su vida, lo que posteriormente me dictará una vez que los tenga bien claros en la mente.
Quien no tenía muy claras las historias que iba escribiendo era yo, consideré que me hacía falta cierta información para encontrarle un sentido completo al trabajo que estaba realizando. Comencé a preocuparme, ya que no deseaba entregar un libro cuyas historias no convencerían al propio médico.
El primer borrador no me gustó nada, no tenía pies ni cabeza, por más que leía las historias no me dejaban satisfecho, no lograba descifrar esa delicada parte del tiempo en que fueron sucediendo los hechos.
Existían factores que no me permitían avanzar, por ejemplo, las sesiones se llevaban a cabo una vez por semana ya que el médico debido a su edad avanzada no le permitía entretenerse por mucho tiempo en dictarme sus experiencias de vida, pues cuando no iba al hospital, otros días tenía que arreglar asuntos personales que le llevaban horas; muchas veces ha tenido que cancelar las sesiones.
Habían pasado como tres meses de haber iniciado con los dictados, cuando comencé a ver un destello de luz que fue prácticamente la solución al problema que no conseguía descifrar. Al médico lo vi sonriente, contento, empezaron a ver ocasiones en que me dijo: “Si quieres platicarme algo antes de comenzar con el trabajo, puedes decírmelo, no hay ningún problema”.
Le tomé la palabra. Durante las primeras sesiones de dictados nos habíamos enfocado él contándome sus historias, y yo escribiendo en la computadora, no habíamos tenido espacio para hablar de otros asuntos, como comentar sobre la política en México, de las experiencias de vida que no iban a ser contadas en este libro, etcétera.
Por ahí comencé a meterme, consideré que existía cierta tensión entre el médico y yo, por eso me sentía un poco estresado. Le expliqué que estos trabajos requieren de mucha paciencia de ambas partes, que no se podía contar una historia a la primera, se necesitarían de varias horas, días o tal vez de meses para que estuvieran bien estructuradas.
Ese acercamiento entre los dos fue dando sus frutos, porque comencé a entender qué es lo que intentaba contar en cada historia. Sucedió algo mágico, porque a partir de las bromas o de las discusiones no muy serias sobre temas de la vida, a partir de ahí comprendí el punto esencial de esas historias lo cual me permitió ordenar los capítulos de forma cronológica.
Cuando le expliqué los cambios que había hecho, el médico estuvo de acuerdo, entonces pusimos manos a la obra para ir corrigiendo poco a poco.
Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista
Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.
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