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Sección: Editoriales / En la Remington

Falsa apreciación

Por: Ricardo Hernández 04/03/2013 | Actualizada a las 09:51h
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Aquellas últimas veces que había ido a la tienda de doña Blanca, regresaba a casa tras un gran remordimiento de conciencia, y  todo porque ella tenía una mirada hosca, pero esa manera de verme se fue  ablandando poco a poco como un mendrugo de pan remojado en agua.

El día que dejé de ir a la tienda por mis bolillos, doña Blanca traía el cabello negro y rizado, tan alborotado como si dentro del negocio de abarrotes hubiera pasado un huracán. En anterior ocasión, se había protegido del frío colocándose un suéter marrón alrededor de la cabeza; las mangas terminaban hechas nudo como un moño y su cara sonriendo, parecía  un desagradable obsequio.

Mi duda en esos días era si ella podría imaginar lo que pensaba yo al verla en esas fachas, ya que inevitablemente mis ojos se escurrían en esa imagen distorsionada. Pero yo sólo iba por mis dos piezas de pan y no a discutir ni a enamorarme de ella; aunque, mi rabia era inevitable cuando no encontraba los bolillos. Doña Blanca salía siempre con que ya se acabaron, es que hoy no vino el repartidor, hace un minuto se llevaron las únicas dos piezas que quedaban. Esa última vez que fui a la tienda y al no encontrar bolillos, encolerizado cogí un tomate del mostrador y  frente a ella, lo destripé al apretar con fuerza el puño de mi mano: doña Blanca cerró los ojos,  una diminuta semilla cayó en su pómulo y se deslizó irónicamente por la mejilla.

Después de tres meses, no me había vuelto a parar en ese lugar. El domingo pasado fui a la tienda por un sobrecito de café, y lo hice chiflando como un pajarillo,  Doña Blanca  al verme de pie en el quicio de la puerta, preguntó con serenidad:

_ ¿Viene por café, pan ó…por un tomate? _ miró el reloj de pared. Bajó  la vista, enseguida,  volvió a sus acostumbradas miradas inquisitivas.

“A doña Blanquita no se le ha olvidado lo del tomate.” Pensé ruborizado.

¡Oh, sorpresa!, de sus ojos destellaba una luz tenue; como la llama  de una vela, que lejos de pensarse  en el fuego que quema o arde, ahora incitaba a la reflexión, a la cordura… a la amistad.

_ Vengo por un sobre de café, doña Blanquita.  

Mi voz se escuchó inyectada de cierta ironía. Era una necesidad comprar el café y el bolillo, pues las tripas me chillaban como si hubiera en mi estómago famélico, una jauría de lobos hambrientos. Doña Blanca detrás del mostrador,  al escuchar ese ruido que provenía de mi interior, ligeramente dobló su cuello y lo estiró hacia donde me encontraba de pie; para oír mejor se colocó la mano como bocina en el oído derecho. Enseguida dijo:

  _ Hace ya tiempo que no se paraba por acá…desde lo del tomate.

La voz de doña Blanca dejó de ser estentórea, ahora la escuché suave y delicada. Tal vez alguna pena ó un remordimiento pasó por su mente, pero ese domingo su mirada así como la voz, eran diferentes.

_ Hoy no trabajé _le dije_, hasta mañana y sólo alcanzo a comprar el sobrecito de café;  el bolillo, lo dejaré para más  tarde.

No me quiso cobrar el sobre de café,  dijo: _…Espere

Luego salió del mostrador y se dirigió a la vitrina donde estaba el pan, otra vez no había bolillos, pero  en una bolsa de plástico transparente colocó dos conchas de chocolate: “Mañana o después me las paga” dijo por último.  

Salí de la tienda esa mañana y regresé a casa, ya sin remordimiento de conciencia,  ni con el hambre que en un principio tuve, sin duda eran falsas mis apreciaciones.

Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista

Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.

Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.
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