El verdadero músculo del poder: la opinión
Hay una línea en la filosofía política que, a pesar del paso de los siglos, no solo no pierde vigencia, sino que adquiere mayor contundencia cada vez que una figura de poder cae, una estructura se resquebraja o una narrativa oficial deja de funcionar. La escribió David Hume, uno de los pensadores más lúcidos de la modernidad:
“Como la fuerza siempre está del lado de los gobernados, los gobernantes no tienen nada que los sostenga excepto la opinión.”
Quien ha tenido la oportunidad de observar el ejercicio real del poder —desde dentro, en la operación, en los pasillos, en las mesas de decisión— sabe que esto no es una frase filosófica más. Es una advertencia. Porque Hume nos recuerda que el poder político, por más musculoso que se pretenda, es en esencia una construcción frágil. La fuerza por sí sola no basta. Las leyes tampoco. Ni siquiera las estructuras formales garantizan gobernabilidad. Lo que sostiene a un gobierno, a un régimen, a un liderazgo, es algo tan volátil como decisivo: la percepción. La creencia colectiva de que ese poder es legítimo.
Esto aplica por igual para un gobierno democrático que para una autocracia. No hay dictador que pueda sostenerse sin el consentimiento —activo o pasivo— de quienes lo rodean. Ni presidente que pueda gobernar sin una narrativa que lo respalde. Por eso, cuando un liderazgo pierde la confianza del pueblo, cuando se quiebra la narrativa que lo legitimaba, no hay decreto ni fuerza pública que alcance para reconstruir lo que se ha desmoronado en la mente colectiva.
En el mundo de la consultoría política, esta verdad es clave. Y sin embargo, con frecuencia se olvida. Se sobreestima el poder institucional y se subestima el peso de la opinión pública. Se actúa como si los gobiernos fueran estructuras inamovibles, cuando en realidad son equilibrios inestables. Se olvida que incluso el emperador más temido necesitaba, como decía Hume, conducir al menos a su ejército “como hombres”, es decir, apelando a su percepción de liderazgo, de orden, de destino compartido.
Hoy más que nunca, en tiempos de desconfianza global, de redes sociales que amplifican el escepticismo y de electorados que votan más por emociones que por programas, esta reflexión adquiere una dimensión estratégica. Gobernar no es solo administrar. Es comunicar. Es persuadir. Es construir legitimidad día tras día, consciente de que cada acto de gobierno también es un acto simbólico.
Un gobierno que descuida la opinión, que pierde la narrativa, que se desconecta del estado emocional de su sociedad, no cae de golpe, pero comienza a erosionarse. Y esa erosión, una vez que inicia, es muy difícil de revertir. Porque el verdadero músculo del poder no está en la fuerza que se ostenta, sino en la convicción que se inspira.
Hume lo entendió antes que muchos líderes modernos. El gobierno, decía, descansa solo sobre la opinión. Quien no entienda eso, tarde o temprano, lo aprende por las malas.
Alberto Rivera
Construyo procesos de comunicación siendo y haciendo cosas diferentes, provocando emociones y moviendo conciencias hacia la participación social y política.
Ayudo a potenciar marcas de proyectos políticos y gubernamentales a través del descubrimiento de insights, arquetipos de marca y estrategias de comunicación política.
Soy consultor, catedrático y speaker en Estrategias de Campaña Política y de Gobierno. Director General de Visión Global Estrategias.
Soy originario de Tampico, Tamaulipas y cuento con una Maestría en Educación, Maestría en Política y Gobierno y Doctorado en Filosofía; además de tener diversas especializaciones en Comunicación Política, Consultoría Política e Imagen.
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