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Golpe no aclarado

Por: David Vallejo El Día Domingo 13 de Abril del 2025 a las 23:59

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Murió Mario Vargas Llosa.

Y con él se fue uno de los últimos titanes de la literatura. Uno de esos escritores que, como los grandes novelistas del siglo XIX, creía que la literatura era un asunto de poder, de libertad, de política, de pasión y de verdad. No de sentimentalismos, ni de afectaciones poéticas, sino de estructuras, de conflictos, de preguntas morales y de obsesión narrativa.

Tenía ochenta y tantos años, pero su mente seguía funcionando como si todavía habitara las páginas de La ciudad y los perros o de La casa verde. Quienes lo leímos sabíamos que se había ganado un lugar permanente en ese Olimpo de escritores donde no se llega por el Nobel, sino por la persistencia, la inteligencia y la inmortalidad de las frases.

La fiesta del chivo y Conversación en La Catedral están entre mis cincuenta libros favoritos. No solo por su forma, que es impecable, ni por su ritmo, que es quirúrgico, sino por su fondo, por esa manera tan suya de penetrar el alma de los poderosos, el delirio de los dictadores, la miseria de los aduladores y la melancolía de los que quisieron cambiar el mundo y acabaron en una cantina preguntándose en qué momento se jodió el Perú.

Era elegante escribiendo y devastador pensando. Un liberal como ya no se hacen. Detestaba la dictadura castrista, criticó sin miedo a Chávez y a Putin, defendió la democracia aun cuando no era rentable hacerlo. No temía quedar solo. No temía parecer contradictorio. Fue comunista, después liberal; fue peruano, después español y desde joven, universal. Pero siempre, desde cualquier esquina ideológica, defendió el derecho a disentir. A veces erraba, a veces brillaba, pero nunca fue cobarde.

Y al lado de García Márquez —su amigo entrañable, luego enemigo silencioso— ayudó a poner de moda a América Latina en el mundo. Juntos hicieron que el planeta entero se interesara por nuestras dictaduras tropicales, por nuestros coroneles místicos, por nuestras universidades politizadas, por nuestras selvas llenas de mujeres imposibles y hombres al borde del delirio. Le dieron a Latinoamérica un lugar en la historia de la literatura que nadie nos podrá quitar.

Pero, claro, también hubo un puñetazo.

Un día de 1976, en el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México, Vargas Llosa le lanzó un golpe certero en la cara a Gabriel García Márquez. Cuentan que el colombiano cayó, que sangró, que se levantó sin entender del todo. El fotógrafo Rodrigo Moya captó la imagen de Gabo sonriente con el ojo hinchado. Y desde entonces, silencio.

Nadie supo nunca qué ocurrió. Algunos dicen que fue por diferencias políticas: Gabo, encantado por Fidel; Mario, desencantado del comunismo. Otros dicen que fue por Patricia, la esposa de Vargas Llosa, que habría recibido consuelo de García Márquez en un momento de crisis. Nadie confirmó nada. Y eso fue lo más literario de todo. Porque lo único más grande que una pelea entre escritores latinoamericanos es el misterio que deja esa pelea sin resolver.

Toda mi vida esperé que alguno hablara. Que en una entrevista, en unas memorias, en una frase lanzada con sorna, alguien dijera: “Fue por esto.” Pero ya los dos se fueron. Ya Cien años de soledad y Conversación en La Catedral están huérfanas de autor. Y yo me quedé esperando una explicación que jamás llegó. Solo me queda imaginar. Y, por qué no, tal vez escribir una novela de ficción sobre aquel encuentro, esa discusión en voz baja que terminó en puño cerrado y un silencio de décadas. La literatura está hecha también de los silencios que dejan los genios.

Y ahora, permítanme imaginar que Vargas Llosa, ya viejo pero lúcido, acepta por fin hablar del golpe. Lo entrevistan en su biblioteca de Madrid. Se acomoda el saco, toma un café, y con esa voz pausada que tenía, dice:

—Mire, yo no quería hablar de esto. Pero ya da igual. Fue un momento tenso. Gabo y yo habíamos tenido diferencias… políticas, sí, pero también personales. Yo sentía que había cruzado un límite, que había hecho algo que no debía. Fue en una cena, semanas antes de Bellas Artes. Él se me acercó, me habló como si nada… y entonces yo…

… Termina la grabación. El resto de la cinta se perdió. La historia, como muchas de sus novelas, se interrumpe justo en el clímax. Porque algunas verdades están hechas para no contarse. Solo para ser imaginadas …

Hasta siempre Mario Vargas Llosa.

Placeres culposos: Volver a leer Conversaciones en la Catedral.

Para Greis “No había en el mundo nada más importante que verla feliz, oírla reír, saber que me quería un poco”. La tía Julia y el escribidor

David Vallejo


Politólogo y consultor político especialista en temas de gobernanza, comunicación política, campañas electorales, administración pública y manejo de crisis. Cuenta con posgrados en Estados Unidos, México y España.
Además esposo amoroso, padre orgulloso, bibliófilo, melómano, chocoadicto y quesodependiente.

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