Harakiri estratégico
Dicen que el imperio se está suicidando. Que imprime billetes como si fueran servilletas, que lanza aranceles al azar con fórmulas sin rigor científico, que se retira de sus propios acuerdos, que promueve guerras que ya no gana y que en el fondo, como un anciano testarudo y delirante, solo intenta aplazar lo inevitable. Pero cuando los imperios caen de verdad, lo hacen en silencio. Y este, aunque tose, aún tiene aliento para dictar el ritmo del planeta.
Estados Unidos parece estar provocando su propia recesión. Ajusta la política monetaria hasta asfixiar el consumo, permite una inflación que erosiona el salario real y tolera un endeudamiento que haría temblar a cualquier país del mundo. A simple vista, es un despropósito. A fondo, podría ser una jugada quirúrgica. Si la inflación diluye la deuda, si la estanflación depura el exceso de crédito, si el dólar sigue reinando a pesar de sus defectos, entonces la debilidad aparente es en realidad un tratamiento de choque. Una purga temporal para conservar el trono.
Lo extraordinario no es que la economía se enfríe, sino que lo haga mientras el Tesoro puede crear riqueza de la nada con solo mover un dígito en la contabilidad del oro. El viejo metal, escondido en bóvedas que casi nadie ha visto, guarda la llave de una posible resurrección. Basta con revalorizarlo y convertir la ficción en solvencia. Nadie más puede hacerlo sin consecuencias fatales. Solo el que imprime la moneda que todos aceptan se puede permitir estas licencias.
China observa. Tiene bonos de sobra para incendiar el sistema. Pero también fábricas que viven del mismo sistema que podría destruir. No es moral lo que la detiene, es pragmatismo. La estabilidad global es su mercado. Si descarga sus reservas en un acto de furia, desata un sismo que derrumba el dólar, sí, pero también la demanda que la convirtió en potencia. China está atrapada en el éxito del otro.
Japón juega el mismo juego con menos protagonismo. Europa observa desde una silla rota. Endeudada, envejecida, con una élite que aún cree que puede ser árbitro sin haber sido jugador. Cada vez que la Unión Europea emite un comunicado, los mercados bostezan. Cada vez que Estados Unidos tose, los mercados se preparan para un temblor. Esa es la diferencia entre el actor y el espectador.
Si el supuesto harakiri americano es real, está cuidadosamente diseñado para que duela solo lo suficiente como para justificar la reconfiguración. Se desinfla la burbuja, se reacomodan las fichas, se reescriben las reglas. Y cuando los demás aún están calculando los daños, el imperio ya está de vuelta, más selectivo en sus alianzas, más agresivo en su comercio, más impune en sus decisiones.
Por eso, pensar que se están suicidando podría ser una lectura superficial del guion. Se están deshaciendo del lastre. Se están redibujando a sí mismos. Porque incluso los imperios entienden que fingir debilidad es, a veces, la mejor forma de volver al centro del escenario.
Puede que un día sí caigan. Pero ese día, el mundo ya no será este. Hasta entonces, seguirán jugando con dinamita, confiando en que nadie más tenga el valor, o la necesidad, de encender la mecha.
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David Vallejo
Politólogo y consultor político especialista en temas de gobernanza, comunicación política, campañas electorales, administración pública y manejo de crisis. Cuenta con posgrados en Estados Unidos, México y España.
Además esposo amoroso, padre orgulloso, bibliófilo, melómano, chocoadicto y quesodependiente.
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