1.37 o 1.55 metros de patria
Hoy se conmemora el natalicio del personaje más mitificado de la historia mexicana. Se le conoce como el “Benemérito de las Américas”, el reformador por excelencia y el arquitecto del Estado laico. Como sucede con figuras históricas elevadas a la categoría de símbolo, su imagen ha sido moldeada por la necesidad política y el discurso oficial. Más que un héroe impoluto, Juárez fue un hombre de su tiempo, con aciertos deslumbrantes y decisiones polémicas.
A diferencia de la imagen monolítica de los libros de texto, su historia está llena de matices, contradicciones y episodios poco conocidos. Fue un estadista brillante y un patriota inquebrantable, pero también un líder inflexible, un político implacable y un gobernante que concentró el poder de forma casi dictatorial. Para comprenderlo en su verdadera dimensión, es necesario separar la realidad de la leyenda.
Nació en 1806 en San Pablo Guelatao, Oaxaca, un pequeño pueblo zapoteca. Su infancia estuvo marcada por la pobreza y la discriminación. Según algunas fuentes media 1.37 metros de altura, otras señalan que entre 1.55 y 1.60 lo que lo convertía en un hombre de complexión frágil en una época donde la imagen de líderes altos e imponentes dominaba el panorama político. En un país donde la jerarquía social estaba determinada por la raza y la estatura, Juárez desafió su origen indígena y la percepción de liderazgo de su tiempo.
Aprendió español a los 12 años y estudió derecho en el Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca. Desde joven, se inclinó por el liberalismo, influenciado por la filosofía de la Ilustración y los ideales republicanos. Su relación con la Iglesia católica fue compleja y conflictiva desde sus inicios. Aunque recibió educación religiosa, fue testigo del poder que la Iglesia ejercía sobre la sociedad y la política. De niño, observó cómo los sacerdotes poseían vastas propiedades mientras los indígenas vivían en la miseria. Al ser indígena, enfrentó limitaciones en el acceso a privilegios dentro de las instituciones eclesiásticas. Esta experiencia pudo alimentar su visión crítica de la Iglesia, no como una institución de fe, sino como una estructura de poder que perpetuaba desigualdades.
Uno de los episodios menos mencionados de su vida es su paso por Nueva Orleans en 1853, cuando fue exiliado por el gobierno conservador de Santa Anna. Ahí, trabajó en una fábrica de tabaco, una experiencia que reforzó su contacto con exiliados republicanos latinoamericanos y su admiración por los modelos políticos de Estados Unidos. En este periodo, consolidó su visión de un México regido por instituciones civiles y fortaleció su convicción de que el país debía emanciparse completamente de cualquier influencia extranjera.
La Guerra de Reforma (1857-1861) fue un momento clave en la historia de México. A menudo se presenta de manera simplista como una lucha entre el progreso (liberales) y la reacción (conservadores), aunque en realidad se trató de una guerra civil devastadora, con atrocidades en ambos bandos y una fractura profunda en la sociedad.
Juárez, entonces presidente de la Suprema Corte de Justicia, asumió la presidencia tras el autogolpe de Ignacio Comonfort en 1857. Gobernó en condiciones extremas, primero como presidente itinerante en medio de la guerra y luego desde el exilio en Veracruz, donde expidió las Leyes de Reforma, eliminando privilegios del clero y expropiando sus bienes. La Iglesia controlaba más del 50% de las tierras productivas del país, por lo que su nacionalización representó un golpe económico y político sin precedentes. Sin embargo, en lugar de redistribuirlas a los campesinos, muchas tierras pasaron a manos de la élite liberal y de especuladores.
Cuando los franceses retiraron su apoyo a Maximiliano en 1867, la victoria de Juárez fue inevitable. La captura del emperador y su ejecución en el Cerro de las Campanas generó un alto costo político. Numerosos líderes mundiales pidieron clemencia, incluido Víctor Hugo. Sin embargo, Juárez consideró su muerte necesaria para evitar futuros intentos de intervención extranjera.
En su vida privada, Juárez era un hombre apasionado en el amor y en lo mundano. Sus cartas a Margarita Maza revelan un esposo profundamente enamorado, detallando con ternura cuánto extrañaba a su esposa en sus constantes viajes. Disfrutaba de la buena comida y el baile, y aunque su imagen pública era austera, solía participar en reuniones donde la gastronomía y la música eran protagonistas. Gustaba de platillos bien preparados, y en su tiempo libre disfrutaba de la música popular de la época, que incluía tanto canciones tradicionales como piezas de opera que llegaban de Europa.
La historia de Benito Juárez es la historia de México en su momento más crítico: una nación fracturada, en lucha constante entre modernidad y tradición, entre democracia y centralismo, entre laicismo y clericalismo. Su legado transformó las bases del Estado, consolidó la República y resistió la intervención extranjera. Su determinación lo llevó a actuar con firmeza, aunque su afán por el poder lo acercó al autoritarismo.
Juárez fue un hombre de carne y hueso, con la grandeza de los visionarios y la obstinación de los caudillos. Un patriota convencido, pero también un político pragmático que empleó la fuerza para imponer su visión. Se le puede cuestionar, analizar y debatir, pero su papel en la construcción del país es incuestionable. Fue, ante todo, un arquitecto del destino de México, con luces y sombras que caracterizan a los verdaderos estadistas.
¿Voy bien o me regreso? Nos leemos pronto si la IA lo permite.
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David Vallejo
Politólogo y consultor político especialista en temas de gobernanza, comunicación política, campañas electorales, administración pública y manejo de crisis. Cuenta con posgrados en Estados Unidos, México y España.
Además esposo amoroso, padre orgulloso, bibliófilo, melómano, chocoadicto y quesodependiente.
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