El éxodo de la humanidad
La historia de la humanidad es la historia del movimiento. Desde los primeros homínidos que dejaron el continente africano hasta las caravanas de migrantes que cruzan hoy desiertos, ríos y océanos, la migración es la gran constante de nuestra especie. Es el hilo invisible que teje civilizaciones, culturas e identidades, y sin embargo, es también el tema que más divide, asusta y polariza a las sociedades contemporáneas.
Vivimos en un mundo de fronteras, pero esas líneas que separan territorios son invenciones humanas, ficciones geopolíticas que han adquirido la fuerza de lo sagrado. La ironía es evidente: la tierra existió millones de años sin límites nacionales, y sin embargo, creemos que nuestras construcciones artificiales son más reales que la necesidad humana de moverse. Nos aferramos a la idea de que el lugar de nacimiento es destino, como si la vida fuera una lotería incuestionable y no el resultado de fuerzas económicas, políticas e históricas que nunca han sido equitativas.
Desde los griegos hasta la modernidad, la migración ha sido vista como una tragedia y una oportunidad. En la Odisea, Homero nos muestra a un Ulises errante, perdido en la vastedad del mundo, buscando regresar a un hogar que nunca volverá a ser el mismo. Dante, en su exilio, nos dio la Divina Comedia. Albert Einstein huyó del nazismo y transformó la ciencia. Los movimientos humanos han modelado el arte, la literatura, la música, la ciencia y la filosofía. En cada migrante hay un eco de Ulises, un desplazado por la guerra, la pobreza, la persecución o simplemente el deseo de un futuro mejor.
Pero el mundo, en su hipocresía, sigue tratando la migración como un problema a contener y no como una realidad inevitable. Desde los muros físicos hasta las políticas de exclusión, los Estados modernos han convertido la movilidad humana en un privilegio para unos y en un castigo para otros. Si naces en el lugar “correcto”, un pasaporte se convierte en una llave maestra. Si naces en el lugar “incorrecto”, un muro, un océano o una ley pueden ser tu condena.
El problema además de político, es profundamente filosófico y moral. El rechazo a los migrantes no es una cuestión de seguridad ni de economía, sino de identidad. En el fondo, las sociedades tienen miedo del “otro”. La idea del migrante como una amenaza no es nueva; se ha usado desde los romanos contra los bárbaros hasta los discursos actuales contra los refugiados. Se nos vende la idea de que el extranjero quitará empleos, destruirá valores, alterará el “tejido social”. Pero la historia demuestra lo contrario: las sociedades que han acogido migrantes han prosperado, las que los han rechazado han caído en la decadencia.
El racismo es la gran sombra que acecha cualquier discusión sobre migración. No es lo mismo ser un expatriado que un migrante; no es lo mismo un europeo en Nueva York que un latinoamericano en Texas. La desigualdad no solo está en la economía, sino en la percepción de quién merece moverse y quién no. Se tolera la movilidad de unos, pero se criminaliza la de otros.
Los gobiernos enfrentan un dilema que no quieren admitir: las economías necesitan migrantes, pero las políticas populistas necesitan un enemigo. En Europa, los sistemas de bienestar colapsarían sin la mano de obra extranjera, pero el discurso antiinmigrante gana elecciones. En Estados Unidos, el campo, la construcción y la industria dependen de trabajadores migrantes, pero las leyes siguen tratando a estos como una “amenaza”. La migración es el motor oculto de la economía global, pero sigue siendo tratada como un crimen.
Las políticas actuales son un monumento a la incoherencia. Se militarizan fronteras, pero se explota la mano de obra barata. Se criminaliza al migrante, pero se ignoran las causas que lo obligan a moverse: guerras promovidas por potencias extranjeras, crisis económicas generadas por desigualdades estructurales, catástrofes climáticas que los países ricos ayudaron a crear.
La única solución viable es la que nadie quiere discutir: una política migratoria basada en la realidad, no en la paranoia. La regularización, la integración y la cooperación internacional no son concesiones humanitarias, sino necesidades pragmáticas. Pero eso requiere líderes con visión y ciudadanos con empatía. Y en tiempos de discursos fáciles y políticos oportunistas, la empatía es el recurso más escaso.
El filósofo Kwame Appiah habla del cosmopolitismo como el reconocimiento de que todos pertenecemos a una misma comunidad moral, más allá de las fronteras. John Rawls nos recordaría que, si el lugar de nacimiento es un accidente, cualquier sistema justo debería garantizar las mismas oportunidades a todos, sin importar dónde hayan nacido. Pero la realidad dista mucho de estos ideales.
Quizás el problema no es la migración, sino la falta de un nuevo marco moral. El derecho a moverse debería ser tan fundamental como el derecho a la vida. No hay fronteras en el ADN, ni en la dignidad humana. Y tal vez el futuro, si somos lo suficientemente inteligentes, pertenezca no a los muros, sino a los puentes.
En un mundo donde los desafíos son globales –el cambio climático, las pandemias, la inteligencia artificial–, las naciones deberían dejar de pensar en términos de exclusión y empezar a pensar en colaboración. La migración no es un problema a resolver, sino una realidad a gestionar. Y más allá de la política y la economía, es, en última instancia, una cuestión de humanidad.
Porque en el fondo, todos somos migrantes. Solo que algunos aún no han tenido que empacar su maleta. ¿Voy bien o me regreso? Nos leemos próximamente si la IA y los muros nos lo permiten.
Placeres culposos: Ver los Grammys y escuchar los dos mejores podcasts de tecnología en español: 1. Mundo futuro. 2. Tecnofagos.
Playlist sobre migración: Hasta la Raíz, Natalia Lafourcade; No soy de aquí, ni soy de allá, Facundo Cabral; Clandestino, Manu Chao; Pal Norte, calle 13; Immigrants, K’naan, Riz MC Snow tha product & Residente; Ice el hielo, La Santa Cecilia; Somos más americanos, los tigres del norte; El desierto, Maná; El extranjero, Bunbury; De igual a igual, León Gieco; Visa para un sueño, Juan Luis Guerra 4:40; En lo puro no hay futuro, jarabe de palo; Movimiento, Jorge Drexler; Across the border, Bruce Springsteen; Deportee, Plane Wreck at los Gatos; The last refugee, Roger Waters; Inmigrant Song, Led Zeppelin; y Without a face, Rage Against the Machine.
Un ramo de rosas para Grecia.
David Vallejo
Politólogo y consultor político especialista en temas de gobernanza, comunicación política, campañas electorales, administración pública y manejo de crisis. Cuenta con posgrados en Estados Unidos, México y España.
Además esposo amoroso, padre orgulloso, bibliófilo, melómano, chocoadicto y quesodependiente.
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