La búsqueda de la felicidad
Empecemos este mes de los enamorados con una columna un poco distinta. En este mundo que corre más rápido de lo que podemos respirar, la felicidad ha dejado de ser una abstracción para convertirse en una obsesión cultural. Da igual si nos encontramos en el minimalismo zen de Kioto, en una cabaña nórdica abrazados por el hygge danés o en las calles ruidosas de Nueva York con una taza de café entre manos: la pregunta permanece. ¿Qué significa ser feliz?
Alrededor del mundo y a través del tiempo, diferentes culturas y corrientes filosóficas han intentado responder esta cuestión, y aunque los caminos son distintos, los destinos parecen compartir ciertas intersecciones. Desde las enseñanzas del Buda hasta la psicología positiva contemporánea, este mosaico de filosofías nos ofrece visiones complementarias y, a veces, contradictorias.
El oriente ha sido históricamente el guardián de la introspección. En el budismo, la felicidad está inextricablemente ligada a la liberación del sufrimiento, un estado que se alcanza al abandonar los apegos mundanos. El Buda nos recuerda que la raíz del sufrimiento es el deseo, y que solo comprendiendo el vacío (sunyata), podremos experimentar un gozo duradero.
El taoísmo ofrece una idea de felicidad que más que conquistar al mundo, busca fluir con él. Wu wei, la acción sin esfuerzo, propone que la verdadera satisfacción se encuentra al permitir que la realidad sea. Para Lao-Tsé, la felicidad es como un río: imparable cuando se le deja seguir su curso natural.
En Japón, el ikigai, o razón de ser, ofrece una perspectiva más práctica. Aquí la felicidad consiste en la intersección de lo que amas, lo que el mundo necesita, en lo que eres bueno y por lo que pueden pagarte. Es un balance entre propósito y disfrute.
En Escandinavia, donde el invierno es largo y la oscuridad pesa, la felicidad se encuentra en la calidez de las pequeñas cosas. El concepto danés de hygge habla de crear espacios de comodidad y conexión, donde una simple vela encendida o un libro leído bajo una manta se convierte en un acto de resistencia contra el caos del mundo.
Suecia propone lagom, un término que traduce “ni mucho ni poco, justo lo necesario.” Esta idea se aplica a todos los aspectos de la vida: desde la cantidad de azúcar en el café hasta el equilibrio entre trabajo y descanso. La felicidad, según esta filosofía, es una danza precisa entre el exceso y la carencia.
La psicología positiva moderna, liderada por Martin Seligman, ha intentado cuantificar aquello que las filosofías describen de manera poética. Según esta corriente, la felicidad se descompone en cinco elementos: emociones positivas, compromiso, relaciones, sentido y logros (modelo PERMA). Aquí la felicidad depende de cultivar estratégicamente deseos y acciones en áreas que traigan bienestar a largo plazo.
Los estoicos, por ejemplo, definirían el bienestar de manera mucho más austera. Para Séneca y Epicteto, la felicidad radica en la virtud y en vivir conforme a la razón, independientemente de las emociones pasajeras.
Todas estas filosofías coinciden en algo esencial: la felicidad no se encuentra en el exterior, sino en la manera en que interpretamos y habitamos el mundo. Sin embargo, difieren en sus métodos. El budismo invita a soltar los deseos, mientras que el ikigai y la psicología positiva invitan a identificarlos y cultivarlos. Lagom y el estoicismo hablan de moderación, mientras que el hygge celebra pequeños excesos.
Lo fascinante es que ninguna contradice a la otra completamente; más bien, se complementan como piezas de un rompecabezas infinito. Es posible encontrar serenidad a través del wu wei, al mismo tiempo que disfrutas del calor de una chimenea danesa. Puedes buscar significado en el ikigai mientras aplicas el modelo PERMA para mejorar tus relaciones y logros.
Quizá el error moderno es pensar que la felicidad es un estado que se alcanza y permanece. Todas estas filosofías advierten lo mismo: la felicidad más que un destino es un camino. Es un proceso activo, que requiere de decisiones conscientes, introspección y, sobre todo, una relación más sabia con nuestras expectativas.
En un mundo obsesionado con el “más,” las filosofías modernas y antiguas invitan a reconsiderar qué significa suficiente. Y en ese cuestionamiento, quizá, se esconda la respuesta más universal.
Porque al final, como dijo el poeta persa Rumi: “La felicidad no es algo que encuentras, es algo que haces.” Y la magia de este viaje está en recordar que no importa cuántos caminos elijas, la búsqueda en sí misma ya es una forma de felicidad que hay que intentar distinguir, aceptar y disfrutar.
¿Voy bien o me regreso? Nos leemos pronto, si el enamoramiento del 14 de febrero, la IA y la temporada de premios lo permite.
Placeres culposos: Un perfecto desconocido, la biopic de uno de mis artistas favoritos, uno de los mejores compositores de la música moderna junto con Paul McCartney, el gran Bob Dylan. Además vamos por el tricampeonato de los Chiefs.
Un ramo de rosas rojas para Greis.
A ver qué te parece para el próximo domingo por la mañana. Abrazo amigo
David Vallejo
Politólogo y consultor político especialista en temas de gobernanza, comunicación política, campañas electorales, administración pública y manejo de crisis. Cuenta con posgrados en Estados Unidos, México y España.
Además esposo amoroso, padre orgulloso, bibliófilo, melómano, chocoadicto y quesodependiente.
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