Experiencias religiosas
Hace tiempo dos frailes tocaron la puerta de mi casa, venían vestidos con su hábito color café. Ambos religiosos eran jóvenes; uno de ellos era calvo y sin barba, mientras que el otro era de cabello negro ondulado, y con barba espesa. Recuerdo que ellos llegaron a mi casa con hambre y sed. Tuve la fortuna de haber conversado con ellos mientras los veía comer.
Cuando terminaron de hacerlo, me dijeron: "Gracias, Ricardo. Tenemos que irnos". La presencia de esos hombres despertó una especie de angustia en mí, porque al momento de estar ellos dándome las gracias, pues ya se iban, yo quería retenerlos un poco más de tiempo en mi casa.
Fue como si, con su presencia, se hubiera llenado de alegría toda mi casa y, sin ellos, se hubiera quedado vacía. "Por favor –les supliqué–, quédense un rato más a descansar". "Todavía tenemos más cosas qué hacer", me dijo el fraile calvo.
Me adelanté a abrirles la puerta que daba a la calle. "¡Que les vaya bien!", los despedí. Ellos se fueron caminando por la calle empedrada. Al cerrar yo la puerta, mi madre María estaba atrás de mí. Esperó a que regresara al cuarto donde había dejado el rodillo con la cubeta. Esa mañana había estado pintando durante un par de horas las paredes de la sala. "Ricardo –me reprendió mi madre–, ¿con quién estabas hablando?"
Le respondí que con unos frailes. Ella me había visto hablar solo, estaba asustada. Agarré nuevamente el rodillo y lo llené de pintura, pensé en continuar pintando las paredes. "Ricardo –interrumpió mi madre–, quiero que por favor te acuestes un rato y cuando te levantes me dices con quién estabas hablando". "¿Para qué quiere que me acueste si no tengo sueño?", le contesté un poco molesto. "Es que estabas hablando solo y no me gustó eso. Acuéstate un rato y luego veremos", dijo mi madre.
Esa experiencia religiosa la interpretó mi madre como una alucinación, en cambio para mí significó algo especial para mi vida futura. Me hubiera gustado que esos hombres vestidos de frailes me hubieran encargado una misión aquí en la Tierra.
Muchos de mis sueños han estado relacionados con iglesias, y en mi vida actual tengo contacto directo con un sacerdote católico, es un ancianito a quien apoyo porque tiene problemas para caminar. Entre otras cosas, he andado varias veces por el pasillo de un seminario; he estado escuchando misas en un monasterio.
Casi todos los días en horario de 8 a 9 de la mañana, escucho misa oficiada por mi amigo el sacerdote. Me ha sido agradable escuchar a las monjitas cuando cantan alabanzas a Dios. He estado ahí, en una banca dentro de la iglesia, reflexionando, orando, dándole de comer a mi alma.
Me he dejado llevar por mi destino, no sé qué pasará mañana conmigo, pero el hecho de tener este tipo de experiencias religiosas me trasmite paz y tranquilidad.
Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista
Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.
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