Me encontraba en cuarto semestre de la carrera de Relaciones Públicas, ya bien conocido entre mis compañeros. El grupo era grande, pero al llegar a esa etapa, nos habíamos dividido en pequeños equipos. Entre los míos, mis compañeras de broma me decían: "Bendito entre las mujeres, Richi". Era una etapa en la que buscábamos a quienes se parecieran más a nosotros, ya fuera en personalidad o intereses. Había grupos más alegres, otros más serios, y algunos que trabajaban por las mañanas, lo que los hacía llegar tarde.

Nuestro salón estaba en la planta alta de un edificio que tenía una escalera en forma de "S", dividiendo los salones de clases. A la derecha, se encontraba el de Relaciones Públicas; al lado, el de Derecho, donde había principalmente hombres, pero también había algunas chicas. Entre ellas, destacaba una llamada Hortensia.

A menudo, estudiantes de ambas carreras nos encontrábamos en el pasillo después de clase. En una ocasión, vi a un joven esperando en la puerta del salón de Derecho, con un ramo de rosas en las manos. Estaba vestido con botas vaqueras, camisa a cuadros y un sombrero, lo que nos hizo dudar de si realmente era estudiante.

Cuando la clase terminó, el joven se acercó a una chica guapa de cabello negro ondulado y vestido elegante. Sin dudarlo, le entregó el ramo de flores. Ella solo sonrió y le dio las gracias, sin besos ni abrazos. Poco tiempo después, otro joven apareció con una caja de chocolates, esperando a la misma chica. Al entregársela, ella aceptó el obsequio sin mayor alarde, agradeciendo amablemente.

En los días siguientes, más jóvenes llegaron con regalos, como si fuera un ritual que nunca faltaba. Todos esperaban a Hortensia, quien, con su belleza y simpatía, era el centro de las atenciones. Yo la veía desde la distancia, sin atreverme a acercarme.

Un día, cuando no había clase, decidí salir al pasillo para tomar aire. Pase por el salón de Derecho y vi a Hortensia de espaldas, mirando por la ventana. Nos cruzamos las miradas, y aunque no lo dije en voz alta, me sentí nervioso. Regresé rápidamente al salón.

Esa misma tarde, en casa, me senté a escribir un poema para ella, un pensamiento que nacía del corazón. Lo escribí en una hoja, la doblé con cuidado y la guardé en mi mochila, esperando el momento adecuado para entregárselo. El día siguiente, cuando tuve la oportunidad, me acerqué a ella, le di el papel y simplemente dije: "Disculpa, me llamo Ricardo. Escribí esto para ti".

Ella me miró y, con una sonrisa, preguntó: "¿Y qué es eso?" "Es una poesía que escribí para ti", le respondí. No esperé una respuesta más, solo me alejé apresurado hacia la cafetería.

Pasaron unos días antes de que, al subir las escaleras hacia mi salón, escuché una voz familiar: "¡Oye, disculpa! Soy Hortensia. Me gustó mucho la poesía que me escribiste". No supe qué decir en ese momento; no había sido mi intención declararme, pero no pude evitar dejarme llevar por la emoción de conocer a una chica tan atractiva, pero al mismo tiempo tan sencilla y encantadora.

Lo que vino después fue inesperado: "¿Me acompañas a la cafetería? Me gustaría conocerte". Le propuse que fuéramos a la cafetería de Psicología, más lejos del bullicio de Derecho. Caminamos juntos, disfrutando del momento, hasta llegar a nuestro destino. En el camino de regreso, algunos estudiantes de Derecho y Relaciones Públicas nos vieron juntos, con la chica que había recibido ramos de flores y chocolates.

Así comenzó mi historia con Hortensia, una historia que nació de una simple poesía, pero que dejó una huella profunda en mí.

Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista

Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.