Los intentos de mi madre por cambiar mi vida
Mi madre, María, me sorprendió una vez al regalarme un libro: “Ten —me dijo—, para que te diviertas”. Se trataba de una novela de terror escrita por Stephen King. Tal vez ella, como madre, intuía que la etapa por la que yo estaba pasando era muy difícil, pues había dejado de interesarme en continuar superándome profesionalmente, a cambio de vivir una vida disipada y sin obligación alguna.
Tenía entonces como 23 años de edad. Hubo un tiempo en que no quería saber nada de libros, de estudio, nada de escuelas. Lo que deseaba, ahora, era divertirme, solo que esa diversión me comenzó a costar muy caro, porque empecé a excederme en alcohol.
Mis borracheras eran frecuentes. Mi manera de pensar se había enfocado hacia los placeres de la vida; no había forma en que mi madre me detuviera. A ella le dolía mucho verme como un chico improductivo, que estaba a punto de la autodestrucción.
Como mi madre no es una persona que tenga facilidad de palabra, a ella se le ocurrió que tal vez un libro me pudiera ayudar a cambiar de rumbo; ya lo había hecho una vez y funcionó.
Tenía como ocho años de edad cuando mi madre me llegó con una sorpresa: “Mira, Ricardito, te traigo un libro para que te diviertas”. Era un libro cuyo título decía: “Las aventuras de Tom Sawyer”, de su autor Mark Twain. Leí todo el libro y mi madre vio que me había hecho reír, imaginar y pensar.
Ella se quedó contenta con el regalo que me había hecho. Cuando, por segunda ocasión, me regaló otro libro, fue cuando me vio en malas condiciones. Me había vuelto tan ingrato con ella, pues no le hablaba, no me le preguntaba cómo había amanecido u otros detalles que una madre espera de sus hijos.
El día que mi madre me regaló la novela “Cujo” de Stephen King, sentí que mi corazón latió con fuerza. Hacía tiempo que había dejado de ver a mi madre como mi heroína, la que siempre estaba ahí cuando más la necesitaba. El cambio de personalidad que ahora tenía yo no le gustaba nada a ella. Los intentos que había hecho a través de sus palabras cariñosas y llenas de amor no habían surtido efecto sobre mí.
Tomé el libro que ella me había regalado y le di las gracias. La novela de terror psicológico de Stephen King me había gustado mucho. Mi madre le había atinado por segunda ocasión, pues era un mundo con el que me sentía identificado.
En cierta ocasión recuerdo que me puse a escribir en un cuaderno las experiencias que había tenido con algunos gatos a los doce años de edad. Intenté escribir una historia de suspenso, tal vez.
Volvía a ocupar mi tiempo con lecturas de novelas, aunque no fueron precisamente de terror. En mi situación actual de ese tiempo, donde no dejaba de andar en los antros, volví a retomar el tema de los libros. Poco a poco comencé a moldear otra vez mi vida. Recuerdo que entre los escritores famosos que había comenzado a leer estaba Gabriel García Márquez, con su libro de cuentos: “Ojos de perro azul”; también me emocioné mucho con el libro de cuentos de Juan Rulfo: “El llano en llamas”.
Mi madre se había puesto contenta; su hijo, al que quería mucho, había comenzado a enderezar su camino. Ella siempre supo cómo podía hacerlo, solo que a veces ella misma no estaba tan segura de lograrlo.
Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista
Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.
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