2060. Conversaciones futuras
Entra en la habitación, su cabello salpicado de plata y una serenidad que solo el tiempo otorga. Tiene 46 años, pero en su sonrisa aún se dibuja la niña que intentaba iluminar el mundo con su curiosidad y dominarlo con su persistencia. Siempre quiso entenderlo todo, como si al hacerlo pudiera dejar un pedazo suyo en cada rincón. Hoy viene a hablar conmigo, como lo hace cada tanto, aunque sabe perfectamente que ya no estoy allí.
“Hola, papá,” dice suavemente. “Vine porque necesitaba contarte cómo va todo. A veces el futuro puede ser abrumador, incluso para alguien como yo.”
“Las cosas han cambiado tanto que, a veces, ni siquiera sé cómo explicar mi día a día. El trabajo, como lo conocías, ya no existe. La mayoría de las personas se dedica a proyectos creativos, éticos o puramente intelectuales. Pero no todos lo logran. Hay quienes simplemente han dejado de intentarlo, perdidos en un mundo que ya no les exige nada físico, pero les pide todo mental.
Yo me dedico a diseñar sistemas de energía limpia que, literalmente, pueden alimentar ciudades enteras en segundos. ¿Recuerdas cómo me decías que las pequeñas cosas pueden iluminar el mundo? Bueno, he llevado eso a otro nivel. Diseñamos nano-redes que absorben energía del aire, la luz, incluso del movimiento humano, y la distribuyen como una especie de tejido invisible. Es hermoso, papá, pero también me duele que solo algunos lugares tengan acceso a esta tecnología.”
Hace una pausa y sonríe.
“Aunque no me malinterpretes: no todo está mal. La jornada laboral es de dos días a la semana, y muchas personas finalmente tienen tiempo para vivir mejor, para crear, para amar. Pero otros simplemente no saben qué hacer con tanto tiempo. Y eso es lo más triste: la humanidad aún no ha aprendido a llenar sus días de sentido.”
“Por otra parte Papi, ya nadie maneja. Todo el transporte es autónomo, eléctrico y conectado por una red global. Las ciudades ahora son verticales, como bosques gigantes con rascacielos verdes. Todo está optimizado para que nadie pierda un segundo de su tiempo. ¿Te imaginas? Ni siquiera hay tráfico.
El transporte personal es casi obsoleto. La mayoría de la gente usa cápsulas subterráneas que viajan a velocidades cercanas a la del sonido. ¿Recuerdas cómo bromeabas con que pronto podríamos teletransportarnos? Pues casi lo logramos: la computación cuántica permite transferir datos humanos a distancias enormes en milisegundos. Pero, claro, eso aún no funciona con personas reales. Dicen que es solo cuestión de tiempo.”
“¿Y la humanidad? Bueno, sigue siendo complicada. La singularidad tecnológica llegó en 2045, como lo predijeron los futuristas, pero no fue el evento glorioso que imaginábamos. No hubo un ‘gran despertar’ de las máquinas; solo un progreso imparable que nos dejó más preguntas que respuestas. Ahora las inteligencias artificiales cuánticas son parte de nuestras vidas, pero no son humanas. Piensan, crean, resuelven, pero no sienten. ¿O tal vez sí? Hay debates filosóficos eternos sobre si estas IA han desarrollado algún tipo de conciencia.
La gente todavía se pregunta qué significa ser humano. ¿Es la emoción? ¿El arte? ¿El amor? O tal vez, como tú decías, la humanidad es solo nuestra forma imperfecta de entender el universo.”
“Mamá sigue fuerte, papá, aunque ya no es la misma. Creo que nunca superó del todo tu ausencia, aunque se esfuerza en que no lo notemos. A veces, cuando estamos juntas, me cuenta historias de cuando eran jóvenes de cómo el destino, si es que existe, se empeñó en juntarlos una y otra vez hasta que terminaron cediendo. Dice que la hacías reír hasta cuando estaba muy furiosa contigo, y que siempre le prometías que el futuro sería mejor y que no pasaría nada malo.
Pasa mucho tiempo en casa. Escucha la música que le dedicabas, tus canciones favoritas de rock en español, esas de Café Tacuba, Soda Estéreo, Caifanes y Los Fabulosos Cadillacs. Dice que te imagina cantándolas desafinado en tu terrible estilo operístico, como siempre, pero feliz.”
“Y, papá, ¿te acuerdas cuánto sufríamos viendo jugar a los Bills? Bueno, al fin pasó. Fueron campeones hace algunos años. No te imaginas la locura que fue. Por supuesto, mamá y yo lo celebramos como si tú estuvieras aquí. Hasta los niños decían que parecía que habías vuelto por un rato.
Ah, por mi parte, sigo viajando una vez al año, como lo hacíamos en familia. También sigo escuchando tus viejos vinilos. Recientemente gracias a ellos descubrí a Pearl Jam, David Bowie y Queen. Mucho rock de los de los 70s y 80s que tanto te gustaban. A veces cierro los ojos y puedo verte allí, en los trayectos al trabajo o caminando a mi lado, explicándome por qué esa música era especial. Aunque hoy las canciones son creadas por algoritmos que perfeccionan cada nota, nada se compara con esos discos viejos que acumulabas y que ahora crujen un poco al girar.”
“¿Y yo? Bueno, sigo intentando iluminar el mundo, como me enseñaste. Pero no siempre es fácil. Ser madre es lo más hermoso y lo más difícil que he hecho, tenías tanta razón cuando me decías que nadie nos preparaba para ser padres y que a partir del primer hijo, todo cambiaba y se volvía en una divina preocupación permanente. Mis hijos son como yo era, siempre preguntando, siempre buscando, siempre persistentes, siempre intentándolo. Les hablo mucho de ti, de cómo me enseñaste a pensar, a cuestionar, a encontrar belleza incluso en los días más oscuros.
Mis días son una mezcla de trabajo y familia, pero nunca dejo de aprender. A veces me escapo para leer un libro viejo, de esos que siempre llenaban nuestra casa. ¿Te acuerdas de los que decías que nunca pasaban de moda? Tambien tenías razón en eso: todavía hay cosas que ni la inteligencia artificial puede reemplazar.”
Alondra se queda en silencio por un momento. Su mirada se fija en la pantalla frente a ella, y entonces todo cobra sentido. Ella no está hablando conmigo, no realmente. Estoy allí solo como un fragmento, un programa que simula mi voz, mi forma de pensar, mis recuerdos.
“Sé que no eres tú, papá. Pero necesito esto. Necesito sentir que aún estás aquí, aunque sea en esta forma. Porque, en un mundo donde todo parece cambiar tan rápido, tú siempre serás mi constante. Api, Cucurucucú paloma. Aún conservo todos tus lentes, discos y algunos de tus libros”.
La pantalla parpadea, y la conexión se cierra. Pero Alondra sabe que volverá. Porque aunque la humanidad ha conquistado el tiempo, la distancia y la tecnología, aún hay cosas que nunca cambiarán: el amor, el recuerdo y el deseo de mantener vivas las voces de quienes nos enseñaron a iluminar el mundo.
De corazón, feliz navidad y feliz año nuevo y recuerden que el verdadero poder está en entender y no en decidir. ¿Voy bien o me regreso? Nos leemos muy pronto si la IA lo permite.
Placeres culposos:
Los libros de no ficción que más disfrute en 2024: Malcolm Gladwell, Revenge of the Tipping Point; Ray Kurzweil, The Singularity is nearer; Neil deGrasse Tyson, Merlins tour of the universe; Kyle Chayka, Filterworld; Jonathan Haidt, The anxious generation; Tom Mustill, Cómo hablar Balleno; Juan José Millas & Juan Luis Arsuaga, La conciencia contada por un sapiens a un neandertal; y, Yuval Noah Harari, Nexus.
Un Bonsái japonés para Grecia.
David Vallejo
Politólogo y consultor político especialista en temas de gobernanza, comunicación política, campañas electorales, administración pública y manejo de crisis. Cuenta con posgrados en Estados Unidos, México y España.
Además esposo amoroso, padre orgulloso, bibliófilo, melómano, chocoadicto y quesodependiente.
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