Mi hermano y yo
Mi hermano Ernesto y yo somos muy diferentes, lo hemos sido así durante toda la vida. Cuando yo tenía como diez años de edad, él tenía trece. A él le apasionaba mucho el futbol, por eso se integró a un equipo. No tal solo jugaba en uno, sino que también lo hacía en otro equipo que se había formado en la escuela secundaria donde él estudió.
Llego a creer que, si no fuera por esa afición al deporte, quién sabe que hubiera sido de mi pobre hermano, porque era un jovencito rebelde. También le gustaba andar de novio. Mi hermano admiraba en aquel tiempo al karateca Bruce Lee quien, en esa época, en el cine, era un ídolo de muchos jovencitos. Un muchacho un poco más grande de edad que él, le había enseñado a usar los ‘chacos’, es decir, unos palos cortos que están unidos por una cuerda y que se usan en las artes marciales en combate.
Recuerdo a mi hermano con su barba de chivo, bigote de Cantinflas y cabello largo. En sus ratos libres, cuando no jugaba futbol, lo veía entrenando con sus chacos. Fueron contaditas las veces en que me permitió que lo acompañara a alguna parte, ya que no le gustaba que anduviera con él. Por un lado, se lo agradezco, porque sus amigos eran mayores que él y no creo que ellos estuvieran dispuestos a estar conversando con un niño, siendo que los intereses de los jóvenes son otros en realidad.
Mi hermano casi nunca se preocupó por invitarme a pasear, a jugar con él al futbol, nunca se le ocurrió que podíamos ir al cine o a conocer alguna de sus novias.
En cambio, yo hacía todo lo contrario. En cierta ocasión el doctor Samuel que vivía cerca de nuestra casa, se estaba preparando para ir al río con su familia. Tenía dos hijas muy hermosas. Su esposa tenía el cabello rubio. Cuando yo iba pasando por su casa, me habló para decirme que si quería acompañarlos al río. Le respondí que sí sin pensarlo, pero le pedí permiso para que también fuera mi hermano. El doctor me dijo que no había ningún problema por eso.
Por fortuna, mi hermano estaba ese día en la casa. Le pedí permiso a mi madre. Ella me preguntó que si estaba seguro que el doctor Samuel nos había invitado al río. Como mi madre me consentía siempre, nos dio la oportunidad de ir, pero nos advirtió que nos cuidáramos mucho.
Otra de las experiencias que recuerdo con mi hermano, fue que en una ocasión ya estaba casi anocheciendo y Ernesto no llegaba a casa. Le pregunté varias veces a mi madre que si ya había llegado mi hermano, y su respuesta fue la misma: “No, no ha llegado. Tal vez ya no tarda”.
Me senté en una piedra a esperarlo. Me preocupaba que cayera la noche y algo malo le sucediera. Ernesto tenía la costumbre de chiflar cada vez que me veía. Cuando menos lo esperé, escuché su chiflido. Alcé la cabeza para ver entre la oscuridad, y al confirmar que era él el que chiflaba me levanté de la piedra y corrí a su encuentro para abrazarlo.
Me hubiera gustado mucho que mi hermano se sintiera contento de que yo lo admirara, porque cuando uno es niño y tiene un hermano mayor, uno se siente orgulloso. Mis muestras de afecto y cariño siempre se los hice ver. Lamentablemente él no me entendió. Por el contrario, no sé por qué razón intentaba a veces perjudicarme.
En varias ocasiones planeó peleas callejeras junto con un primo de nosotros. Digo callejeras porque de momento no se me ocurre ponerle un nombre a lo que hacía mi hermano junto el primo.
La idea de ellos era provocar peleas entre jovencitos. Un día agarraron a uno de los chicos de la vecindad y le dijeron ciertas cosas que según yo había dicho de él. De tal manera que cuando mi hermano me buscó en nuestra casa, no me dijo cuál era el motivo de que lo siguiera, tan solo me jaló del brazo para que lo acompañara.
Salimos corriendo de la casa de mis padres. Mi primo Toño ya le había calentado la cabeza al otro muchachito. Cuando llegué donde estaba el primo, este empujó al muchachito como si fuera un gallo de pelea y me lo aventó. Se fue sobre mí a golpes. Del susto que tuve en ese momento, me pasé a la ira. Me defendí como pude, luego unas señoras fueron a separarnos.
No tan solo fue una vez la que me agarré a golpes con el mismo muchachito, sino varias y con otros chicos más de la vecindad.
Para Ernesto mi padre era su ídolo, no recuerdo que algún día le haya faltado al respeto, por el contrario, lo admiraba. Recuerdo que en cierta ocasión mi padre le llamó la atención porque había llegado tarde a casa. Mi hermano le contestó con mucho respeto, le dijo que él solo venía de visita, que no se preocupara, porque al día siguiente tenía que regresarse a trabajar a Irapuato, Guanajuato.
Esas muestras de respeto siempre se las conocí a mi hermano, no tan solo se portó así con mi padre, sino también con mis hermanas. Nunca le he preguntado por qué razón conmigo era diferente. Podría suponer en este momento que su comportamiento hacia mí pudo haber sido por celos entre hermanos, pero al mismo tiempo considero que no había motivo alguno que lo justificara, porque fui el más pequeño de los hermanos.
En todo caso sería celos contra mi hermana mayor o con la que sigue después de él, pero ¿por qué contra mí? Es cierto que mi carácter era la de un niño tranquilo, consentido por mi madre, muy querido por mis hermanas, pero eso no lo decidí yo, así me tocó estar en mi familia. El compromiso de mi hermano era estudiar para luego trabajar, no para ayudar a mis padres, sino para que él pudiera hacer su vida propia. Ernesto tenía veinte años cuando se casó por la iglesia, su esposa contaba con diecinueve. Su esposa era una mujer que había nacido en un pueblo, cerca de Irapuato. Sus padres eran campesinos. Al igual que mi hermano, se había decidido a trabajar siendo casi una adolescente, pues no llegaba mi cuñada a los quince años de edad todavía. Cuando se casó con mi hermano ya era una enfermera con experiencia. A mi hermano también le había gustado la enfermería. En un hospital de Irapuato fue donde se llegaron a conocer.
Nunca he terminado de saber cómo es Ernesto, porque nunca pensé que llegara a tomar en serio su matrimonio, imaginé todo lo contrario, que no duraría ni siquiera un par de años. Tiene actualmente unas hijas preciosas.
He retrocedido al pasado para hacer una diferencia entre lo que fue mi hermano de jovencito, al hermano que tengo ahora. Él por supuesto ha conocido el mundo mucho mejor que yo, ha sabido vivir solo desde los quince años de edad. De sus problemas nunca nos enteramos.
En el fondo de mi corazón lo quiero mucho, lo admiro. Él ha tenido varios detalles agradables conmigo, porque me ha invitado a pasear. Con él fui a Irapuato, Guanajuato, San Luis Potosí, Matamoros. Me invitó a varias reuniones familiares con esposa e hijas de las cuales conservo agradables recuerdos.
Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista
Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.
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