Buscando respuestas en mi juventud
Eran dos monjas las que se habían acercado esa tarde a la casa de mis padres, lo recuerdo bien. En ese momento solo me encontraba yo, haciendo un trabajo que nos habían encargado en la preparatoria. No tenía mucho tiempo de haber entrado a estudiar y me divertía mucho pasarme un buen rato con mis libros y cuadernos.
Era un jovencito al que le gustaba hacerse preguntas por la existencia humana. Nada fuera de lo normal: ¿De dónde vengo? ¿Adónde voy? ¿Qué hago aquí? ¿Por qué soy como soy?
Cuando llegaba la noche solía irme a caminar durante un par de horas, varias de las veces sin rumbo fijo. Me agradaba pensar, y ese pensar me excitaba mucho, se había convertido en una forma de vida para mí. Supongo que mi conducta se debía en parte, a que me sentía incomprendido por mis padres.
Tenía una madre maravillosa a la que no le gustaba conversar conmigo, su talento de madre era mimarme a través de sus deliciosas comidas, me planchaba, me lavaba la ropa, solo que eso no era suficiente, necesitaba una madre con quien pudiera discutir el tema de la existencia de la vida, aunque fuera de una forma práctica; no se requería que ella fuera mi maestra, sino una madre-amiga.
Mi padre era un hombre posesivo, le gustaba gritar, ordenar, aunque su punto fuerte siempre fue su impecable disciplina en el trabajo. Fue un hombre alto, corpulento, eso no tenía ninguna importancia para mí, como hijo, porque lo que necesitaba era que estuviera conmigo, que jugara conmigo, que saliéramos a pasear juntos. Nada de eso había pasado antes, en mi etapa de niño, ni desde el momento en que había entrado a la preparatoria.
Con los pocos estudios y conocimientos que tenía de la vida, el problema más grande para mí era que alguien me explicara por qué estaba en este mundo. Llegué a lidiar con el hecho de que no había pedido estar en este planeta, por tanto, quería saber qué estaba haciendo aquí, caminando por las noches sin rumbo fijo.
En clases, el maestro de filosofía repetía lo mismo que se decía en el libro, no veía en él a un pensador, sino a un simple intérprete con varias lagunas en su exposición. De haber sido un pensador el maestro, estoy seguro que habríamos hecho una buena amistad, porque uno como joven tiene tantas preguntas qué hacer y muchas respuestas qué encontrar, y la filosofía pudiera servir de puente en ese camino intransitable, a veces, que es el mundo de la incomprensión.
Por ese tiempo, con todo y mis problemas internos y externos, habían llegado las monjas a tocar la puerta de la casa de mis padres. Su intención era invitarme a una reunión de jóvenes que se llevaría en día sábado, a las diez de la mañana.
Acepté la invitación porque me pareció interesante poder reunirme con personas de mi edad, asesoradas por las madres religiosas. Las religiosas vivían en una casa
de madera muy parecida a una cabaña. La cerca del solar también estaba construida de madera. Cuando me presenté a la reunión, ya había jovencitas y jovencitos quienes se encontraban sentados en diferentes bancas, bajo la sombra de un techo de palma.
Cuando dieron las diez de la mañana, las dos monjas que habían ido a mi casa se presentaron ante todos nosotros. La plática se trató de la vida de Jesús de Nazaret. La breve historia que nos contaron las monjas tuvo un efecto inmediato en mi vida, me sentí contagiado positivamente por ese hombre tan sencillo llamado Jesús, el mismo que llegó a darle vista a los ciegos, sanó a los leprosos y que igual comía con ricos que con pobres, pero sobre todas las cosas: era hijo de Dios, el que había creado el cielo y todo lo que existía en nuestro planeta Tierra.
Recuerdo que ponía muy emocionado al estar leyendo el Nuevo Testamento, porque de alguna manera había encontrado muchas de las respuestas que andaba buscando acerca de la creación del mundo, del sufrimiento, de la responsabilidad que tenemos con nuestra vida para dirigirla hacia buenos horizontes.
Era un joven cuya manera de ser un poco antisocial, me aisló un poco de mis compañeros de clases, aunque no creo que en lo personal me haya afectado para mal, porque todavía sigo disfrutando de las reflexiones, de un mundo del que no me gustaría deshacerme.
Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista
Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.
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