En esta habitación solo hay recuerdos
Hay una mesa de madera grande, sobre ella varios documentos: fotografías, recortes de periódicos, uno que otro reconocimiento. La habitación es amplia, está prácticamente vacía, lo estaría si no fuera porque hay una mesa con dos sillas, está ahí, ocupando un espacio en el centro de la habitación. No hay cuadro alguno que adorne una de las cuatro paredes.
En el techo se encuentra un ventilador, no es que no funcione, no ha sido necesario encenderlo desde que comenzaron los días de frío. Sus aspas están quietas. No hace mucho tiempo que el ventilador giraba a una velocidad lenta, aun así, se podía sentir menos calor. De haber más cosas en la habitación tal vez no se sintiera tanto el frío del silencio.
Un reloj de pared, por ejemplo, podría cambiar la perspectiva, porque sus tic tac producen un ruido delicioso; las manecillas hablan con sus movimientos programados. Pero no hay reloj de pared, a él no le gusta, de lo contrario ya hubiera comprado uno, mejor dicho, ya hubiera estado colgado en la pared un reloj antiguo adquirido por él desde 1958, cuando ganó el primer concurso de canto.
Tal vez de joven le gustó algún día ver una habitación llena de cosas, de cuadros de arte, como una pintura con un bello paisaje de árboles; un camino triste cubierto de flores rojas y amarillas.
Le pudo haber gustado colocar fotos en la pared de cuando salió de la Facultad de Medicina, o cualquier otro detalle que le diera vida a esa habitación que ha estado usando como mesa de trabajo. Si así fuera el caso, también en su otra habitación habría más cosas que una simple cama. Él dijo que desde hace años ha estado regalando poco a poco lo que tiene. Tal vez por eso la habitación donde se encuentran las fotos y demás, está casi vacía. Eso a él no le importa. Hace tiempo se preocupó por eso y más, ahora ya no.
Hace un momento se acaba de sentar. La vista no le ayuda mucho. Desde hace años tiene glaucoma, eso es lo que le diagnosticaron cuando fue con el especialista, desde entonces comenzó con un tratamiento para sus ojos. De todos modos, hace un esfuerzo para poder ver algunas imágenes de cuando ganó cinco concursos interpretando canciones.
Tenía una voz capaz de interpretar una canción con notas muy altas, o, mejor dicho, tenía un falsete agudo, por eso y por otras razones más había ganado el primer lugar. Entonces era joven. Le habían dicho que de seguirle en la cantada estaría a la altura de un Pedro Infante o de un Jorge Negrete, tenía todo para poder hacerlo.
Movió la silla hacia atrás y comenzó a tocar de una por una cada carpeta que había sobre la mesa. Sus recuerdos hablaban en su mente. Sus manos, aparte de usarlas para comer, también se habían convertido en sus ojos, porque con tan solo tocar la textura de una carpeta, podía imaginar qué fotos estarían ahí, o qué recortes de periódico, porque todo lo tenía bien organizado, hasta los pensamientos.
Él sabe que tarde o temprano puede llegar a tocar el piano en el cielo, porque hasta eso, también sabía tocarlo. Un día antes, acomodó el banquillo y empezó a tocar las teclas, el piano se encontraba en otra habitación. Todo parecía indicar que cada habitación guardaba un secreto, pero solo él lo podía saber. Cuando tocó unas teclas al azar, cerró los ojos, aunque no necesitaba hacerlo, porque el glaucoma lo tenía avanzado.
Cuando terminó de recorrer con sus manos las carpetas, regresó a su lugar guiándose por toda la orilla de la mesa. Se sintió agotado, porque mientras pensaba, también había usado su imaginación, por eso el cansancio.
“En esta habitación solo hay recuerdos”, pensó él. Luego se dirigió a su cama, la única que había en la otra habitación.
Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista
Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.
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