Su nombre es Lizz
Lizz es una amiga de toda la vida. Nos conocimos desde que éramos unos niños, aunque podría afirmar que teníamos como once años de edad. Sus padres tenían una tienda de abarrotes bien surtida, de tal manera que por aquel tiempo muchas personas acudían a esa tienda para comprar sus productos.
Por lo general, iba a comprar dulces o galletas. En algunas de esas ocasiones me atendió Lizz; ella era una niña encantadora. Desde el momento en que sus padres la dejaban sola para que atendiera el negocio, era porque tenía la habilidad de sumar, restar y multiplicar. De eso me daba cuenta cuando iba a la tienda y estaban algunos clientes por delante. Desde ese momento supe que las matemáticas eran su fuerte.
Cuando entramos a la secundaria nos tocó estar en el turno vespertino, yo quedé en el grupo “H”, mientras que a ella la asignaron en el grupo “I”. Nos veíamos casi siempre cuando salíamos al receso de media hora. No conversábamos, tan solo nos comunicábamos por medio de la vista o de un saludo con la mano. Eso fue al principio, me parece que en los dos primeros meses de estudio.
Tiempo después nos volvimos a ver más directamente en el taller de Máquinas y Herramientas, un taller que, por cierto, no escogí, más bien me metieron ahí no sé por qué razones. Hubiera preferido estar en el taller de Carpintería para aprender a fabricar sillas, mesas o ventanas. No tuve otra opción más que entrarle a aprender a usar las máquinas como el torno o la fresadora.
Me daba miedo trabajar en el torno, porque me imaginaba que en cualquier momento la máquina me iba a torcer una mano al momento de meter el buril en la cabeza del torno. El buril tenía una figura de un rectángulo del tamaño de un cigarro, su punta tenía que ser tan fina para darle forma al material, en este caso como para darle la forma de un cenicero.
No sé si fui el único con el problema del miedo al torno, porque jamás me enteré que alguien más lo hiciera. En cambio, había varias compañeras a quienes sí les gustaba trabajar en esa máquina. Me acuerdo sobre todo de Teresita de Jesús. Ella fue una gran compañera, porque a pesar de saber de mi problema, en lugar de darme la espalda me ayudaba a sacar adelante las tareas del taller. Me acabo de acordar que entre otros trabajos que se hacían en el torno estaban los llaveros.
Lizz tenía una compañera de nombre Rosa Isela, las dos se hallaron mucho como amigas, eran inseparables.
En cierta ocasión cuando el camión de la escuela nos dejó en un lugar cerca de nuestras casas, le pregunté a Lizz que si me permitía acompañarla. Ella no se negó, por eso en lo que íbamos caminando le hablé sobre mi admiración por ella. “¿Me estás pidiendo que sea tu novia?”, me preguntó Lizz. “Algo así”, le respondí con cierta timidez. Ella me dejó de tarea que se lo repitiera en la escuela a la hora de receso, porque por la noche no se sentía segura de lo que le estaba proponiendo.
Durante los primeros días en que comenzamos a ser novios, Lizz me comenzó a platicar cuáles eran sus sueños; me habló cómo se imaginaba su boda, cuántos hijos tendría. Nunca he conocido a una adolescente con tantas bellas ilusiones como las que tenía Lizz a su edad.
En ocasiones su papá ya la estaba esperando cuando el camión de la escuela nos dejaba en la parada. En su casa Lizz se ponía a escribir una carta y me la entregaba en la escuela al día siguiente a la hora del receso. Ahí me explicaba que había extrañado nuestra plática de novios.
En tercer año de secundaria me dio por echarle muchas ganas a los estudios. Como comencé a sacar buenas calificaciones me tuve que ver con Lizz a la hora de practicar para la escolta. Lizz era la abanderada, atrás de ella marchaba yo. Ahora que lo estoy recordando todavía me veo junto a ella realizando el sueño de ser los mejores estudiantes de nuestra escuela secundaria.
Eso significaba que no tan solo nos gustaba andar de novios, sino que también buscábamos la manera de salir adelante. Lizz participó en concursos estatales de Matemáticas; en otras ocasiones volvimos a coincidir en un concurso de oratoria. Primero pasó ella, después lo hice yo. No ganamos, pero cómo nos divertimos.
Mi amiga estudio el CBTIS, enseguida se metió al Tecnológico. Hizo su vida, después de ahí nos dejamos de ver por mucho tiempo. Cuando menos lo esperé ella me busco por Facebook y me mandó un mensaje.
Cada vez que nos hablamos por teléfono, sin que ella se lo proponga, me hace recordar nuestras vidas como estudiantes de secundaria. Lo más bonito de todo eso es que me ha compartido fotografías donde sale ella junto con algunas compañeras de su salón. Esas fotos me hacen volver a vivir aquellos años tan cargados de ilusiones.
Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista
Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.
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