En estos días daba lectura a dos columnas de Mario Flores Pedraza, (Retórica) en las cuales aborda los temas de la corrupción, así como el de la ética. En sus cuadros de textos introductorios expone:

“La corrupción no solo es un mal inherente a los gobiernos; es una enfermedad que penetra el tejido mismo de la sociedad. Vivimos en un mundo donde la avaricia y el interés personal han desplazado a la búsqueda del bien común. En cada rincón del planeta, las estructuras que deberían velar por la justicia se han transformado en herramientas de opresión, y la igualdad, esa vieja aspiración de los pueblos, ha sido relegada a un ideal utópico.”

“Hablar de ética en nuestros días puede parecer un ejercicio nostálgico, una especie de lamento por un pasado donde las virtudes ocupaban un lugar central en las decisiones humanas. Sin embargo, este diálogo es más urgente que nunca en un mundo donde el progreso, aunque vertiginoso, parece haber dejado atrás las brújulas morales que guían hacia el bien común.”

Textos por demás recomendables que invitan a una real reflexión de nuestro entorno, así como del papel que jugamos como sociedad e individuos dentro de un colectivo. Tristemente escritos de tal índole no son siempre los más propagados, pero por ello cobra relevancia quienes nunca dejan de abordar tales temáticas.

¿Por qué tendría que ser primordial el poner énfasis en tales temas?

Pues simplemente volteemos a ver nuestro entorno, tanto en lo local, nacional e internacional, seguimos padeciendo de actos nocivos que van en detrimento del bien hacer y la ética pareciera algo que quizá se nos enseño en algún punto de nuestras vidas, pero que triste y lamentablemente no permea tanto como debería.

Desde los antiguos filósofos griegos y desde la raíz etimológica de la ética, que dice: “La palabra ética proviene del griego έθoς (éthos), que significa ‘costumbre’1. La ética es una rama de la filosofía que surge a partir de la reflexión de las costumbres, de aquello que es considerado normal y, por lo tanto, bueno.” 

Ahora parece que hasta estandarizamos los malos hábitos como parte de nuestro entorno, nuestros parámetros morales han bajado con la permisividad de una sociedad ya sea o displicente o perversamente complaciente. Con actitudes tipo: Mientras me salga con la mía o eso no me pase a mí, estoy bien.

Y peor aún y como bien lo expone Pedraza en su texto, que hasta estructuras que deberían de velar por la justicia se han transformado en herramientas de opresión. Ejemplos en verdad hay muchos, pero más que mencionarlos, ustedes mis cultos lectores sé que saben perfectamente cuales son.

En una sociedad mundial que busca el consumismo o el tener más, (más dinero, más lujos, ropa, accesorios, etc.) deberíamos buscar también obtener más valores, mayor moralidad, respeto, empatía, ética, amor, etc. Así como deseamos lo mejor para las personas que amamos, debemos desear lo mejor también para los demás.

Entre menos nos respetemos, más corromperemos nuestro entorno y nuestro espíritu, y si esto sucede, la ética queda en un segundo plano y la corrupción de los sistemas y entornos se normalizan. Unos estarán encantados de nadar en mares de podredumbre, mientras aquellos de mente idealista, retorcerán ante un escenario lacerante.

Siempre en nuestras manos está tanto la posibilidad de salir avante, como también la sumisa habilidad de dejar de ser garantes. Y en el segundo caso entonces habría que preguntarnos:

¿En verdad es tan poco lo que nos importa?

Reflexión

Dentro de las enseñanzas de Jesús de Nazareth:

“Por lo general, el ser humano desea reconocimiento y grandeza, pero el que recibe a Jesús en su corazón, debe vivir conforme a sus enseñanzas. Jesús enseñó claramente a sus discípulos que cualquiera que desee ser el primero, grande o importante, «debe ser el último de todos y el servidor de todos» (Marcos 9:35).”

Jorge Alonso Infante Alarcón  

Carrera Licenciado en Relaciones Internacionales.

Maestría en Administración Pública en la U.A.M. Francisco Hernández García (U.A.T.)