Un don especial
Entre mi madre y yo siempre ha existido una especie de comunicación extrasensorial, si es que con esto doy a entender lo que está más allá de lo que nuestros sentidos perciben en el mundo real. Lo curioso es que ella no tiene idea de cómo le ha hecho cuando se ha comunicado conmigo estando dormida.
Hace años platicamos sobre este asunto, aunque nunca hemos profundizado en el tema. A mí sí me gusta hablar de fantasmas, de apariciones, como también creo en personas que tienen un don especial para ver o escuchar lo que el ser humano normal no es capaz de percibir.
Lástima que nunca hubo una relación cercana con mis abuelos maternos ni paternos, porque si no les hubiera preguntado si entre sus parientes hubo alguien que tuviera la capacidad de poder comunicarse con espíritus o algo por el estilo.
Tal vez por ahí estaría la respuesta que busco, porque desde que era un niño de doce años de edad comencé a tener contacto indirecto con el mundo de los espíritus. Digo indirecto porque no he hablado con alguno de ellos, más bien los vi a esa edad, desde entonces llegué a creer que solo los podía ver yo, pero ninguno de mi familia, especialmente quería que fuera mi madre mi cómplice en este asunto.
Lejos de creer ella en mí, me llegó a decir que todo se debía a que había ido al cine a ver una película de espanto, y que el responsable era mi amigo Rubén, ya que él fue quien me invitó al cine a ver la película.
El señor que recogía los boletos para entrar al cine me detuvo en la entrada, me dijo que no podía entrar por ser menor de edad, que la película era para mayores de dieciocho años. Rubén convenció al señor para dejarme pasar.
La película se llamaba si mal no recuerdo “EL ANTICRISTO”. A mediados de la película estaba muerto de miedo, le rogué a Rubén en varias ocasiones que nos saliéramos. Él me insistió en que nos quedáramos hasta que se terminara.
Cuando regresé a casa, mi madre me notó algo raro, porque no quería hablar ni comer. Fue a buscar a mi amigo para ver qué había pasado entre nosotros. Rubén le explicó que habíamos visto una película de espanto, que saliendo del cine nos habíamos venido derecho a la casa.
Después de unas horas se me olvidó el miedo, aunque a partir de ahí comencé a tener experiencias con espíritus: varias veces escuché llorar a un bebé en el sofá de la casa; se me aparecía un hombre con sobrero; por las noches un gato negro se dormía junto a mí.
Ninguna de mis hermanas creyó en lo que les contaba. Siempre esperé el apoyo de mi madre, algo que nunca sucedió.
Me tuve que hacer el fuerte ante estas circunstancias, me vi obligado a convivir con esas cosas para tranquilidad mía.
Después de varios años de esas experiencias, en cierta ocasión había ido a la ciudad de San Luis Potosí. Me hospedé en el Hotel Central. Eran como las doce de la noche cuando estando profundamente dormido, escuché la voz de mi madre que me decía: “Ricardo, Ricardo”.
No era la primera vez que escuchaba su voz estando dormido; no era motivo para espantarme, más bien sabía en qué situación se podía encontrar mi madre cuando eso sucedía.
Encendí la luz de la habitación del hotel, vi la hora (doce de la noche), enseguida le marqué a mi madre. Ella me contestó preocupada: “Ricardo, se presentó un problema en la familia. Cuando estés de regreso te explico; ya me había quedado dormida”. Luego añadió: Había pensado en hablarte, pero como era muy noche”. Aproveché para decirle que había escuchado su voz mientras dormía, por ese motivo le había marcado.
¿Será mi madre la que tiene un don especial? ¿Seré yo? ¿Acaso los dos tenemos la capacidad de poder comunicarnos dormidos en un estado inconsciente?
Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista
Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.
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