Saida Sofía
Estuve tratando de acordarme de los personajes que forman parte de una historia romántica que escribí en los San Pedros; uno de ellos era Nicanor. Me faltaba la de la mujer que vivía sola en una casa de madera la cual se encontraba situada cerca del bosque.
Por más que estuve intentando acordarme al fin lo logré, se llama Saida Sofía. Nicanor era un maestro rural que enseñaba la educación primaria; por su parte, Saida Sofía se había ido a vivir muy cerca del bosque ya que deseaba experimentar situaciones diferentes a las que había conocido en la ciudad. Aparte, en la ciudad, tenía una hermana menor que ella a quien solo le gustaba hablar de cosas materiales.
Saida Sofía se consideraba diferente a su hermana, le llamaba la atención lo espiritual, la vida aislada; le agradaba pensar, se sentía fuerte al arriesgarse a enfrentar lo desconocido.
Cuando Nicanor decidió pasearse por el bosque, escuchó de lejos que alguien estaba partiendo leña. Caminó hacia donde se producía el ruido provocado por un hacha al incrustarse sobre un tronco. Ya más de cerca vio que era una mujer joven quien luchaba con todas sus fuerzas para partir el tronco.
Nicanor interrumpió a Saida Sofía cuando vio que un nuevo intento resultó infructuoso. Le preguntó que si le permitía intentarlo. Ella se molestó con él, por su atrevimiento; desde ese momento Saida Sofía le advirtió que ella podía hacer eso y más, que era capaz hasta de pelearse contra un oso si fuera necesario.
Luego de decir eso, la chica volvió a tomar el hacha hasta que consiguió partir el tronco y sacar de ahí varios leños los cuales le servirían para calentar los frijoles en la hornilla; para calentar agua para bañarse o para lavar los trastes.
La leña era una parte importantísima para la sobrevivencia en los San Pedros. “Sin fuego no se puede pensar a gusto”, era la frase favorita de Saida Sofía.
A partir de ese primer encuentro, Nicanor se aparecía a diario por la casa de esa mujer que le había parecido inteligente; veía en ella lo que a él le faltaba: seguridad en sí mismo.
Saida Sofía estaba abierta a cualquier nueva situación, por eso no dudó en ofrecerle un café al maestro. Nicanor se dirigió de “usted” a ella, pero Saida Sofía no estaba dispuesta a escucharlo repetidamente, por eso le advirtió al maestro que si no le incomodaba lo llamaría por su nombre y que se olvidara del “usted” cuando hablara con ella.
Lo interesante de esta historia es que ambos descubrieron que les gustaba filosofar, es decir, pensar en el porqué de las cosas de la vida. Las conversaciones duraron mucho tiempo, el suficiente como para que Nicanor se sintiera perdidamente enamorado; no estaba seguro si se había enamorado por el físico de la mujer, o por su manera de pensar la vida.
Tenía miedo a decírselo, sentía temor al rechazo, sufría en silencio porque no quería cometer un error al confesárselo. Lo que no quería reconocer el maestro era que ella era muy inteligente; el maestro no sabía que ella le había medido los pasos desde el primer momento en que se presentó por primera vez en su casa.
Saida Sofía podía oler las intenciones del maestro sin que él lo notara, incluso, era capaz de adivinar sus pensamientos. Por eso al ver lo ansioso que estaba él, esperó con paciencia a que llegara la noche y entre los dos pudieran ver a través de la ventana una noche llena de estrellas.
Lo podían haber hecho saliéndose al patio y desde ahí levantar la vista al cielo nocturno, pero Saida Sofía prefirió que fuera por la venta, ese era su plan, esa era su estrategia; una prueba que no fallaría.
Ven –le dijo a Nicanor– acércate junto a mí para que veamos las estrellas. Cuando el maestro se acercó, su respiración lo delataba porque no era una respiración normal, sino agitada. Ella no necesitó de palabras, esa noche ninguno de los dos las necesitó.
Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista
Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.
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