Mis miedos
En la casa de madera donde me quedé a dormir durante casi un año, experimenté muchas cosas en lo alto de la sierra. Experimenté la soledad al permanecer solo, al envolverme con cobijas gruesas durante la noche fría. En ocasiones no soportaba las bajas temperaturas, tenía que pararme a caminar por un buen rato hasta que el sueño me venciera.
Recuerdo que la casa tenía una ventana pequeña, a través del vidrio transparente podía mirar a los animales que andaban cerca de ahí, como vacas o caballos. Me pregunté una y otra vez cómo es que esos animalitos podían andar por la noche como si nada, mientras yo aún envuelto con todo y cobijas gruesas, me sentía morir.
La lámpara minera que me habían prestado apenas alumbraba un poquito, aunque la llama cuyos colores azul y amarillo, se veía intensa en la oscuridad.
Nunca me atreví a pensar por las noches en el diablo o en demonios, porque tenía miedo que se me fueran a aparecer; tenía miedo a que mi mente fuera capaz de inventar rostros en la ventana, o que escuchara ruidos extraños.
Fui cauteloso con mis pensamientos; eso significaba que un pensamiento tenía fuerza, intensidad; un pensamiento podía llegar a materializarse, por tanto, entre un pensamiento bueno en comparación con uno malo, podía significar o el principio o el final de mi vida.
En la ciudad uno puede pensar en demonios, luego puede cambiar rápidamente de pensamientos, cualquier otro, como imaginarse a la novia, a un auto o una casa; incluso, que se viene la renta encima, las colegiaturas, etcétera.
Estando en una casa de madera en lo alto de la sierra, sí que es una gran experiencia. También recuerdo que en cierta ocasión me di la oportunidad de caminar por entre los árboles del bosque, tenía muchos deseos de acariciar los pinos, sentí la necesidad de escuchar el murmullo que producen las ramas cuando juegan con el viento.
Me senté al pie de un pino, enseguida cerré los ojos, me concentré en ese murmullo que arrullaba, entonces pude darme cuenta del lenguaje hermoso de los árboles cuando se comunican entre sí.
Había decidido quedarme por un buen rato porque esa mañana el sol era tibio, solo que me invadió otra vez el miedo, recordé que, entre las pláticas de unas personas, se había comentado de la aparición de un oso. Abrí los ojos en ese momento, era un pensamiento malo que me traía a la mente imágenes de terror; enseguida caminé apresurado hacia mi casa.
Por otro lado, la bruma espesa se aparecía en cualquier hora del día, por eso tenía temor a que me envolviera y no pudiera ver el camino, aunque me apoyaba de un palo de pino como bastón, pues nunca me fue fácil caminar entre los caminos de los San Pedros.
La gente llegó a murmurar: “Pero si todavía está muy joven para que use bastón”.
Me había dejado crecer la barba, una barba que en la medida en que me crecía se teñía de un color cobrizo. Mi hermano mayor me dijo en cierta ocasión que yo iba a ser canoso, por eso me salía la barba así.
En cambio, a mí me daba gusto que me creciera en color cobrizo, porque llegaba a imaginar que mis abuelos venían de una descendencia de hombres de barba roja.
Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista
Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.
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