Durante el proceso de dictados
Le llamo “proceso de dictados” a la interacción que se da entre dos personas, teniendo como objetivo contar una historia de vida; mientras una de ellas habla, la otra se encarga de escribir en la computadora lo que hace un momento acaba de escuchar; por lo general son sesiones de dictados que duran hasta tres horas.
Menciono lo anterior porque en algunas columnas que he escrito he mencionado algunas veces la palabra “dictado o dictados”, por lo tanto, me refiero a ese proceso de interacción antes mencionado.
Para que una historia esté bien planteada, desarrollada y tenga un final satisfactorio, ya que eso depende de un 50 o 60 por ciento de nuestra parte, puesto que somos los que estamos encargados de capturar, coordinar y organizar la información, hay que pensar bien qué tan dispuestos estamos a escuchar; qué tan paciente somos; ¿estamos abiertos a ser sociables? Debemos pensar en el trabajo en equipo; ser respetuosos de las creencias de la otra persona; ser sinceros y honestos.
¿Por qué digo todo lo anterior? La experiencia habla.
Hace tiempo conocí a un señor a quien le hice la invitación para que escribiéramos su historia de vida. El señor aceptó contento. Las primeras sesiones de dictados se llevaron a cabo en un café, después el señor sugirió que en adelante las sesiones se llevaran a cabo en el patio de su casa.
Todo hasta ahí estaba perfecto, estuvimos trabajando con muchas ganas su historia de vida. Pasó que en cierta ocasión el señor dejó su teléfono inteligente debajo de unos documentos que nos iban a servir para verificar información sobre ciertas fechas de eventos. Cuando comencé a ver preocupado al señor, le pregunté a qué se debía su inquietud. Él me dijo que se le había perdido su teléfono. En ese momento le marqué y el teléfono sonó muy cerca de nosotros: ¡estaba debajo de los documentos!
Supe después que al señor se le olvidaba donde dejaba las cosas. El incidente me hizo pensar en que, si continuaban situaciones como esa, la historia que estábamos escribiendo simplemente no acabaría con éxito, porque iba a imaginar que no había la suficiente confianza; por la mente pasan muchas suposiciones.
En todo momento demostré buena actitud y respeto, sobre todo responsabilidad en el trabajo que estaba realizando. En la medida en que fue pasando el tiempo, el señor me conoció mejor, él se sintió a gusto y la historia que tenía en mente finalmente se vio proyectada en cada una de las páginas de su libro.
“¡Es todo lo que quería contar!”, expresó el señor. Tan contento se sintió él con su obra literaria que me invitó a que lo acompañara a celebrar un aniversario más de su matrimonio.
Es normal que exista cierta desconfianza al principio entre dos personas que se acaban de conocer, con la que nunca se ha trabajado ni convivido, solo que debe existir desde un principio cierta química entre ambas partes para que se pueda trabajar a gusto una historia de vida.
Si voy a trabajar una historia con una persona que no me cayó bien desde la primera sesión de dictados, puedo llegar a suponer cómo terminará todo; también puede suceder lo contrario, que no le pasemos a la persona.
Por fortuna, no ha sucedido nada desagradable, al contrario, seguimos adelante con las sesiones de dictados.
Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista
Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.
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