Un recuerdo inolvidable
Hace años trabajé para el Consejo Nacional de Fomento Educativo (Conafe). Recuerdo que días antes de pertenecer a esa importante institución, traía la inquietud que hacer un servicio social en algún lugar donde pudiera realizar un tipo de enseñanza dedicada a gente de escasos recursos económicos. Cuando me sentí seguro de ello, comencé a platicarle a mis amigos.
Fue entonces que por referencias di con el Conafe. Al acercarme a esa institución, un encargado de ahí me habló de Los San Pedros, un lugar situado en lo alto de una de las sierras de Güemez, Tamaulipas. “¿Te quieres ir para allá?”, me preguntó el encargado. No lo pensé dos veces y le respondí que sí, que estaba dispuesto a irme para allá a enseñar a los niños a leer y escribir.
Cuando llegué a Los San Pedros era de noche, me había ido con el chofer de un camión maderero. En lo que íbamos subiendo la sierra, antes del anochecer, había estado recreando la vista ante un bosque lleno de hermosos árboles de pino, jamás en mi vida había pasado por una experiencia semejante.
La tarde-noche se envolvió en un misterio; poco a poco dejé de ver los árboles, ahora podía ver una mancha oscura, ahora había comenzado a escuchar ruidos intensos de grillos, algunas luciérnagas se paseaban cerca de donde iba pasando el camión maderero.
Íbamos cuesta arriba. Después de horas de camino, el chofer me dijo que estábamos a punto de entrar a Los San Pedros. En cuestión de minutos, los focos del camión aluzaron un camino que me pareció de color rojizo, aunque no era un camino recto, por lo menos lo parecía debido a que habíamos llegado a un lugar plano.
El chofer me llevó con sus familiares. Nos dieron la bienvenida. Luego de cenar, una señora me dijo que por esa noche me quedaría a dormir en una casa que tenían reservada para las visitas.
Por la mañana, cuando abrí los ojos, el lugar al que había llegado me parecía encantador. Nunca había tenido la oportunidad de ver muchos árboles de pino tan cerca de mí, tenía ganas de tocarlos, de abrazarlos, de refugiarme bajo sus ramas.
La familia que me recibió por la noche, me hizo el favor de llevarme por la mañana a mi nuevo hogar. Era una casa pequeña, construida de madera. En su interior se encontraba una cama individual cubierta por cobijas gruesas; también estaba un escritorio y una mesa. Aparte, en otro espacio, había una especie de librero el cual contenía cuentos y alguna que otra novela.
Cerca de mi casa estaba una escuela pequeña, de un solo salón. Ahí estuve durante buen tiempo enseñando a niñas y niños impartiéndoles conocimientos básicos de nivel primaria.
Recuerdo que en cierta ocasión cuando tuve la oportunidad de bajar a la ciudad, sobre todo a Ciudad Victoria, en una reunión que tuvimos los asesores del Conafe, pregunté a una de las personas que trabajaban de base en esa institución, que si tenían una biblioteca donde hubiera libros de literatura.
La persona me indicó el lugar donde podía encontrar algunos libros. Entre esos libros descubrí uno en especial que me llamó mucho la atención. No recuerdo el título de la obra, de lo que sí me acuerdo es que se trataba de las experiencias por las que pasaron varios asesores al tener que ir hasta el lugar donde iban a enseñar a los niños.
Esa obra me gustó tanto que me tuve que sentar a leerla hasta que la terminé. Una compañera me habló de su propia experiencia, le había tocado enseñar en un lugar muy pobre, donde apenas había para comer.
Mi experiencia en Los San Pedros fue inolvidable. Por las noches frías –mejor dicho–: por las noches heladas, me sentaba a escribir sobre el escritorio, alumbrado siempre por una lámpara minera.
Escribí historias románticas, me sentí inspirado por tantos árboles de pino, por las mañanas frías, por un sol que no quemaba porque era tibio en ese lugar; cómo olvidar aquellos días donde pasaban nubes espesas dejando un gran aguacero, luego de unos instantes todo volvía a la normalidad.
Es un recuerdo que jamás podré olvidar.
Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista
Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.
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