La cotización Margarita
Hace un par de días me encontré por la mañana al ingeniero Arturo quien es una de las personas a quien apoyé para escribir su libro en tamaño carta. El señor tiene ochenta años de edad, le gusta vestir casual y usa lentes debido a un problema de la vista. Me dio gusto encontrármelo en la calle; me preguntó en ese momento si andaba ocupado; le respondí que no, que estaba pensando en ir a almorzar al restaurante “Las Cazuelas”.
El ingeniero exclamó: “¡Pues vamos para allá!”. En el restaurante el ingeniero prefirió tomar solamente café, yo pedí un almuerzo de huevos con machacado y un vaso de limón”. La señora que atiende en ese lugar me había dicho en otra ocasión que el machacado sabía bien sabroso, que no me iba a arrepentir de haberlo probarlo. La verdad me supo bien sabroso, por eso cuando volví al restaurante pedí nuevamente ese almuerzo.
El tema de los libros ya lo teníamos olvidado, las conversaciones que habíamos tenido últimamente entre el ingeniero y yo se trataban, sobre todo, de la política nacional, del partido político al que él pertenecía. En cierta ocasión me llegó a platicar de la historia de una mujer que se iba a postular para un importante cargo de elección popular a nivel federal; me platicó con tanta seguridad la historia de vida de esa mujer que prácticamente me estaba convenciendo que votara por ella.
Recuerdo que cierto día me invitó a que lo escuchara hablar en una conferencia que iba a ofrecer en el interior de su partido, ahí me di cuenta que era buen orador. Al terminar el evento lo felicité, después me retiré del lugar.
En la conversación que teníamos en el restaurante Las Cazuelas, el ingeniero abordó el tema de su libro, me comentó que apenas hace días había pasado a la imprenta para que Margarita le hiciera una cotización, le había llevado la USB la cual contenía el PDF del documento original de su libro. –Margarita no me ha mandado la cotización. –Se quejó conmigo el ingeniero.
En ese momento le marqué por teléfono a Margarita. Ella me contestó enseguida: –¿Qué pasó, Ricardo? Le pregunté por la cotización: –Margarita, ¿ya tienes la cotización del ingeniero? A Ella se la hizo fácil salir del apuro: –Avísale, por favor, que en media hora se la mando.
El ingeniero había escuchado lo que dijo Margarita, enseguida me explicó que los libros se los pensaba regalar a unos amigos, ya que los que imprimió la primera vez fueron para obsequiárselos a su familia. Antes de que nos despidiéramos le avisé que iba a estar al pendiente de su cotización.
Por la tarde, cuando iba pasando por la imprenta, me encontré a Margarita antes de que ella entrara por la puerta principal. Ella supuso lo que le iba a preguntar, por eso se apresuró a decirme que no le había mandado la cotización al ingeniero porque se encontraba enferma, tenía tos, le dolía la cabeza además de todo el cuerpo; que muy apenas se había presentado a trabajar.
–No te preocupes, Margarita –la animé– Hazlo con calma, cuando te hayas aliviado. Ella respondió con voz enferma –Si puedo más marte le mando la cotización al ingeniero. –De paso me la mandas a mí también, por si él no la llegara a ver –Le sugerí. Margarita se despidió con un “Okey, está bien”.
Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista
Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.
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