¿Convencer o contagiar?
Según Yago de Marta, nos creemos muy inteligentes. Y lo somos. Pero nuestro cerebro no es capaz de procesar la información tan bien como queremos. Cuando hablamos en un discurso, los que nos escuchan no siempre procesan rápido. Nuestro cerebro funciona como el de un niño, es perezoso y se cansa. Quiere pensar, pero lo justo. Por mucha voluntad que tengan los oyentes, el cerebro se desconecta.
A nuestro cerebro se le da información e intenta colocar las piezas como puede. El político da las piezas y escoge la velocidad. A menudo piensa que somos capaces de colocarlas. Pero si no sabemos colocar cada pieza, la sacamos del puzle. Si un discurso es medianamente complicado, quien escucha se esforzará, pero si es muy complicado, desconectará.
Los políticos deben pensar que envían esas piezas de información a un jugador medio de Tetris. La gente debe pensar, sí, pero no debemos hacerlos pensar demasiado. Todos desconectamos, tarde o temprano. Así que lo pondremos fácil. No se acordaran de lo dicho si desconectan.
A menudo confundimos hablar bien con ser recordado. No debemos querer convencer a nadie. Más se insiste, menos funciona lo que se dice. Más nos protegemos, y argumentamos y argumentamos, menos se recuerda.
Un discurso debe cumplir tres cosas:
Ser comprensible: Que sea tan fácil entenderme como para que no piensen.
Ser creíble: para que te crean, debe ser verdad.
Ser memorable: para que al llegar a casa diga lo que ha escuchado, para multiplicar el mensaje.
No debemos convencer, debemos contagiar. Y para conseguirlo, hay seis variables que hacen que podamos hablar mientras colocamos piezas:
Correspondencia. Ideas y palabras deben ir en paralelo, con credibilidad. No hay que entrenar como moverse, sino que el pensamiento esté alineado con lo que siente. Aunque no se lo crea, ya que eso conecta con cómo se mueve.
Comunicación que aprendimos cuando éramos niños. Mirar a los ojos, mirar con franqueza. ¿Dónde perdimos la naturalidad? Hay que olvidar lo que nos ha limitado para ser naturales.
Rango. Hablar bien es una montaña rusa, con subidas y bajadas. Más rango de cambios, más rico será el discurso.
Energía. No hay que hablar como paseando por las nubes. La energía es la base fundamental de cualquier comunicador. Hay que amar lo que se dice.
Pasión. Por las ideas no por su uso meramente útil. Hay que sentir lo que se dice.
Mirar hacia fuera. Los políticos deben pensar en la gente que está frente a ellos, con mensajes relevantes para la gente que tienen delante. Deben hacerles sentir protagonistas.
Autoridad. Que se note su presencia. Que cada mensaje se transforme en una imagen. Hay que tener responsabilidad cada segundo que están arriba, hablando.
Identificación. Que la gente que escucha se identifique con el que habla. No por cómo hablan o visten, sino que sientan lo que sentimos, que les duela lo que nos duele y que quieran lo que queremos. Que al decir “desempleo” sientan lo que es ser desempleado: frustración, coraje, sentirse un perdedor. Cuando siente eso, es identificación, y deben sentirse así cuando hablan.
En resumen, en un discurso necesitamos gran correspondencia, amplios rangos y alta energía. Hablar hacia la gente. No es tan importante qué decimos, sino qué están sintiendo. Que sientan que hablamos de ellos porque sentimos lo que ellos.
Alberto Rivera
Construyo procesos de comunicación siendo y haciendo cosas diferentes, provocando emociones y moviendo conciencias hacia la participación social y política.
Ayudo a potenciar marcas de proyectos políticos y gubernamentales a través del descubrimiento de insights, arquetipos de marca y estrategias de comunicación política.
Soy consultor, catedrático y speaker en Estrategias de Campaña Política y de Gobierno. Director General de Visión Global Estrategias.
Soy originario de Tampico, Tamaulipas y cuento con una Maestría en Educación, Maestría en Política y Gobierno y Doctorado en Filosofía; además de tener diversas especializaciones en Comunicación Política, Consultoría Política e Imagen.
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