Discrepancias
México es un país con desigualdades profundas --en cuanto al desarrollo económico, político, social y cultural--, y a lo largo y ancho de su territorio coexisten la abundancia y la marginación; la riqueza y la pobreza.
En las distintas regiones (en que el país está dividido), se observan auge y rezago; e incluso en las propias entidades ocurre este fenómeno.
Los estados del norte del país han sido superiores en prosperidad comparados con entidades del sur como Chiapas, Oaxaca o Guerrero; y acá la gente ha dejado constancia de su carácter emprendedor y ganas de sobresalir.
A esta actitud productiva contribuyen una serie de factores de índole estructural, pero también tiene que ver con aspectos culturales, y aunque en menor proporción educativos (por el bajo nivel que se presenta en por lo menos cuatro de las entidades norteñas), y, por supuesto, de actitud ante la vida y el progreso.
Es evidente que a las entidades fronterizas del norte les beneficia su vecindad con la Unión Americana --que por cierto mantiene la principal economía del orbe--, pues ello propicia que haya inversión de capital extranjero en diversas ramas de la producción --principalmente en la industria--, lo que permite la generación de innumerables fuentes de trabajo y, en consecuencia, que la gente privilegie un modo honorable de ganarse la vida.
Así los centros de comercio y prestación de servicios crecen en un ambiente de certidumbre; y el mercado interno se expande en beneficio de las familias que de esta forma encuentran alternativas de vida, que es el mejor parámetro para medir la salud colectiva de un conglomerado humano.
Resulta obvio que la relación con el exterior no es la vara mágica para que una economía crezca y se desarrolle.
La base primordial en el que debe descansar la fortaleza de una entidad o nación, son los factores de producción local.
Los poseedores del capital doméstico y una fuerza laboral suficiente y capacitada, que permita alcanzar grados de productividad que marquen la distinción en la elaboración de la cantidad y calidad de los bienes y servicios, significan la clave de cualquier proyecto productivo.
Los empresarios, lamentablemente, sólo disponen de sus recursos una vez que analizan las ventajas competitivas y se convencen de que existen condiciones favorables a sus intereses.
Antes de ello no arriesgan en lo mínimo y eso mismo provoca que se les mire con resquemor.
De ahí que la actividad gubernamental sea clave al facilitar las condiciones para que la clase empresarial desarrolle su actividad en escenarios favorables, tanto de disposición de mano de obra calificada como de insumos, leyes y procesos que simplifiquen el asentamiento de fuentes de generación de empleo y riqueza.
Entonces la clave del desarrollo es contar con un buen gobierno que tenga visión de largo alcance y sea capaz de armonizar los factores de la producción en torno a un objetivo común, que en el centro coloque al ser humano.
En este sentido, la política es el instrumento por excelencia que es menester privilegiar a fin de sumar fortalezas y encauzarlas en beneficio de la colectividad.
Por desgracia pocos son los gobernantes que entienden la dimensión de su encomienda y más que procurar traducir los planes, proyectos y acciones de la administración que encabezan en logros tangibles que impacten de manera efectiva a sus representados, gustan emitir rollos huecos, mensajes propagandísticos y cazar pleitos estériles con adversarios reales e inventados, las más de las ocasiones como elementos de distracción para encubrir los errores y la mediocridad que les distingue.
En el actual contexto, donde se agita la República Mexicana merced al enorme ruido que hacen los grupos de interés y su choque con el titular del Poder Ejecutivo Federal --quien exhibe proclividad hacia la confrontación con todo aquel factor de poder que no comulgue con su ideología y visión de gobierno--, es cuando se afianza la necesidad de que la política sea dignificada.
De reencauzar su ejercicio.
No es posible que se continúe promoviendo un clima de confrontación desde los poderes de la Unión, principalmente desde la Presidencia de la República que encabeza Andrés Manuel López Obrador, en virtud a que estamos llegando a límites peligrosos, perjudicando a todo el sistema.
De ahí que resulte propicio distender el ambiente y dar paso a los buenos oficios de personajes que antepongan el interés del país por encima de camarillas y grupúsculos, que con su actitud dañan al tejido social de manera torpe e irresponsable.
Por ello hacen falta auténticos líderes o promotores de la paz y la reconciliación nacional.
Entiéndase bien: políticos de nuevo tipo que liguen la palabra con la acción y den resultados; a la par que generen un clima de confianza y sana convivencia en un marco de pluralidad.
Sólo así se puede avanzar en la consolidación de la democracia y lograr que las tentaciones anarquistas y autoritarias sean desactivadas en bien de los millones de mexicanos que aún creemos en la posibilidad de un país más justo y equitativo, donde se acabe con los grandes rezagos sociales que, por desgracia, aún persisten.
Correo: jusam_gg@hotmail.com
Juan Sánchez Mendoza
Ha ejercido el periodismo durante más de tres décadas, alcanzado premios estatales en dos ocasiones; autor del libro "68. Tiempo de hablar"(que refiere pormenores del memorable movimiento estudiantil); autor de ensayos literarios; y reportero de investigación de tiempo completo, acá en territorio nacional y más allá de nuestras fronteras y del continente americano.
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