En la colaboración pasada hablé acerca del esquema que estoy siguiendo para el desarrollo de los capítulos para mi libro de memorias, un libro el cual quiero que contenga las vivencias más marcadas de mi vida, desde la infancia hasta la actualidad.

En la medida en que me estado ocupando en recrear esas experiencias, me estoy dando cuenta del rumbo que ha llevado mi vida a partir de entonces, porque puedo hacer un análisis de qué fue lo que me condujo a actuar de una manera u otra, el porqué dije esto o aquello, el porqué estoy en el punto en el que me encuentro ahora en este preciso momento de mi vida.

Por otro lado, ¿qué hubiera pasado de mí si cuando se me presentó tal o cual situación hubiera tomado una decisión equivocada?

El hecho de haber esquematizado los capítulos en varios subtítulos me está dando el resultado que esperaba, sobre todo, porque al estar reflexionando en los episodios, van surgiendo en el camino varias interrogantes.

Recién estrenado en la juventud, por ejemplo, me enamoré perdidamente de una jovencita que se llamó en vida Claudia Graciela. Me he puesto a reflexionar que no era la primera vez que me enamoraba, pues en la adolescencia ya me había sucedido algo parecido con Cecilia, mientras estudiábamos en la secundaria.

¿Cuál había sido el motivo principal que me llevó a sentirme perdidamente enamorado de Graciela? ¿Amor?, ¿pasión?, ¿deseo?

Si hubiera sido amor: ¿por qué me olvidé de ella tan pronto tomé la firme decisión de continuar mis estudios de preparatoria en lugar de andar de novio?

Si hubiera sido pasión: ¿qué sé yo hasta ahora de la ‘pasión’ si nunca me he puesto a pensar en su significado, y ni siquiera podría asegurar que lo que sentía por Graciela era pasión?

El deseo es diferente, porque eso sí lo puedo sentir a través de mi cuerpo, porque vibra, incluso, afecta al cerebro porque se desencadenan fuertes emociones.

No voy a negar nunca que para mí Graciela fue una novia a quien agradeceré siempre el hecho de que me haya dado la oportunidad de conocer su cuerpo desnudo a nuestros dieciséis años.

Describo en esa parte de mi vida, una importante transición de la adolescencia a la juventud, una nueva etapa en mi vida en la cual no tan sólo andaba de enamorado, sino que también me gustaba leer la Biblia, por cierto, alguien me había regalado el Nuevo Testamento, un libro grueso el cual contenía unos dibujos perfectamente creados para entender el mensaje de los personajes que se narraban en cada historia.

Ese libro en especial se había convertido en un verdadero pasatiempo para mí, pues leí cada página o cada historia como si la estuviera viviendo muy de cerca.

Estaba fascinado, incluso, llegué a tomar algunas asesorías por parte de unas religiosas católicas quienes habían tocado la puerta de mi casa en cierta ocasión y quienes luego me hablaron acerca de un seminario para sacerdotes.

La idea me encantó a medias, porque era verdad que me hubiera gustado verme como sacerdote, pero también me preocupaba mucho hacer a un lado el mundo terrenal, pues existía Graciela, mi mente estaba ocupada en el deseo carnal.

Por otro lado, yo era estudiante de prepa, había elegido -mejor dicho me ayudaron a elegir- el bachillerato de Humanidades donde lo único bueno que rescato de esos estudios, fue el hecho de saber que existía la filosofía.

El esquema, insisto, me está ayudando a organizar mi vida, a darle sentido, sobre todo, a reflexionar en esos episodios que fueron construyendo la persona que ahora soy.

Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista

Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.