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Sección: Editoriales / En la Remington

El gato negro: Edgar Allan Poe

Por: Ricardo Hernández 27/10/2011 | Actualizada a las 10:36h
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Quiero contarte esta historia porque me parece que estoy reviviendo algo que a mí me pasó cuando tenía los doce años de edad, entonces vivía en lo que fue el ex asilo Vicentino, no supe, ni lo sabré nunca, que exactamente fue lo que vi y lo que toqué alguna vez. Ya de grande, cuando comenzaba a contar historias (a mi manera) cambié el titulo de mi cuento varias veces. Primero le puse “La sombra”, luego “El gato”, después se me ocurrió ponerle: “La sombra ¿será de un gato?”. Finalmente resolví dejarle el título “La sombra”. Cuando terminé de plasmar el miedo que tenía por ese ser extraño que  acudía a visitarme por las noches, y posarse sobre mi pecho, descubrí una paz infinita desde entonces. ¿A caso iba a estar con el miedo todo el tiempo por los gatos negros? Mi madre, cree mucho en la superstición. Y varias veces me sacudió con ramas y huevos, que dizque para hacerme “una limpia”. Yo digo, que no fueron esas cosas las que  ahuyentaron al gato negro, si no el gran amor que siempre ha tenido conmigo. Pero no iba a contarte mi historia, si no la de Edgar Allan Poe. Pero quise contarte antes todo esto porque sin duda alguna, me identifico con este relato de “El gato negro” por el simple hecho de tratarse de un gato negro. Por suerte que no quedé traumado con esa horrible experiencia, como tampoco tengo ningún rencor o coraje contra esos animalitos cariñosos; si no todo lo contrario, necesito mucho de su ayuda, porque me inspiran calma, amistad, curiosidad y…algo de superstición.

En “El gato negro” el narrador nos dice que cuando era un niño, tenía un carácter dócil y humano; le gustaba gozar de la compañía de varias mascotas. Ya de joven, cuando se casó, tuvo, en su casa: Pájaros, peces tropicales, un espléndido perro, conejos, un pequeño mono, y…un gato al que le puso “Plutón”. Plutón, era el mejor amigo del narrador, lo seguía a todas partes, se le metía entre las piernas  por donde quiera que anduviera. Sin embargo, cierto día, un coraje fuerte se fue apoderando del que escribe la historia. Pues, al calor de las copas, cuando llegó a su casa, un coraje se fue apoderando de él; es decir, él no era él; él no pudo haber cometido el crimen con ese animalito indefenso: ¡le sacó un ojo! con un cortaplumas. ¿Puede usted creerlo?

Los días transcurrieron, el gato siguió siendo el más fiel amigo del que escribe la historia, pero, otra vez, cierto día, alcoholizado, agarró una cuerda y tomó al gato por el pescuezo y lo mató en el jardín.

“En la noche del día en que llevé a cabo aquel acto cruel, me sacaron del sueño gritos de “¡Fuego!”. Las cortinas de mi cama estaban en llamas. Toda la casa estaba ardiendo.

Fue con gran dificultad que mi esposa, un criado y yo pudimos escapar de la conflagración. La destrucción era completa. Toda mi riqueza material quedó reducida a nada, y me resigné desde ese momento a la desesperación”.

El que escribe la historia, nos sigue contando, que pasado un tiempo en que todo parecía volverse a la normalidad. Acudió una noche a una taberna, ¿quién cree que estaba   reposando sobre unos toneles de ginebra? Era nada más ni nada menos que un gato negro. Era igual de grande  que Plutón, la única diferencia entre Plutón y ese gato, era que Plutón no tenía un solo pelo blanco en todo su cuerpo. Ese gatito, que reposaba sobre los toneles de ginebra, tenía en el pecho una mancha blanca. El que escribe la historia, le preguntó al tabernero ¿Es de usted ese gato negro? “No” – le respondió. El gato se le quedaba viendo, enseguida se le acercó a la barra, y comenzó a pasearse en sus manos.

El que escribe la historia, sigue contando que se lo llevó a su casa para que ocupara el lugar de Plutón, pero al día siguiente, el gato negro, regresó a casa sin un ojo; lo que le hizo recordar el crimen que había cometido con su anterior gato. Esta vez no le hizo nada al gato de la mancha blanca. Cierto día que bajaba por las escaleras hacia el sótano, el gato se le metió entre las piernas y por un momento, el que escribe, se va de cabeza. Con el hacha en mano le dejó caer con  toda su fuerza, para asestársela al gato y partirle la cabeza, pero no fue la cabeza del gato a la que le asestó el mortal golpe, sino a la de su esposa. Presionado por las circunstancias, esconde el cuerpo de su esposa en el sótano. La policía investiga la desaparición, buscan por todo el interior de la casa, pero no dan con el cadáver. Cuando se disponían abandonar el edificio,  una voz se escuchó de la tumba. Era un grito sofocado y quebrado, parecía, en el peor de los casos, ser un aullido prolongado, agudo y continuo, un chillido gemebundo. Eso llevó a la policía a dar con el paradero de la tumba, y cuando lo hicieron, estaba sentado con la roja boca abierta y el solitario ojo de fuego, la bestia horrible cuya astucia había llevado al que escribe, al asesinato.

Edgar Allan Poe se le considera como el inventor del género policial, debido a sus relatos en donde aparece un crimen por un motivo personal, utiliza el método deductivo por un personaje característico. Es un escritor con preocupaciones morales, un estudioso del bien y del mal y de toda conducta humana. Entre los diversos cuentos que tiene en esta obra, mencionamos: E hombre de la multitud. El gato negro, El corazón delator, El pozo y el péndulo, El entierro prematura, El barril de amontillado.

Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista

Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.

Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.
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