Bendita Universidad
Decía mi padre que nunca se le debe dar patas al pesebre, al referirse a que no se debe de atentar contra el trabajo que nos da de comer. Pero cuando se trabaja en el sector público, siempre se está sujeto a los vaivenes de la política laboral y las decisiones jerárquicas. Por eso en ocasiones resulta difícil quedarse callado, no explotar frente a una situación o desahogarse hablando mal de la oficina, del jefe o del presupuesto.
Tengo más de 26 años trabajando en la Universidad Autónoma de Tamaulipas y es difícil muchas veces guardar silencio, sobre todo cuando la naturaleza de la institución es el conocimiento, el ejercicio del análisis, la crítica y autocrítica, la libertad de pensamiento.
Muchas cosas han pasado desde que me incorporé con mis 24 años a la oficina de Literatura de la otrora Subdirección de Extensión Universitaria, sobre todo ha pasado el tiempo; el tiempo que sin duda me ha dado más años, pero también, el mejor lugar de trabajo que me pudo tocar en la vida.
Porque si bien, siempre ha sido una oficina presupuestalmente pobre, los que trabajamos en ella hemos aprendido las mejores lecciones de promoción cultural haciendo mucho con poco dinero, desarrollando así nuestros mejores talentos de creatividad, planeación y ejecución artística. Ha sido sin lugar a dudas el lugar donde he comprobado que la solidaridad laboral existe, la convivencia fraterna, los vínculos afectivos funcionan y la complicidad gastronómica es una llama que nos mantiene unidos.
Aunque en el organigrama las jerarquías existen como todo espacio vertical de trabajo, Revo Tamez, la directora de Difusión Cultural se ha dedicado por años a que laboralmente funcionemos de manera horizontal, donde cada uno, desde su responsabilidad, desarrolla una comunicación fluida con el otro en un espacio más colaborativo que impositivo. Su oficina de puertas abiertas y grandes ventanales, invitan a entrar a cualquiera a preguntar lo que sea, escuchar indicaciones, contar penas, comentar las noticias del día o ir a compartir un pastelillo o café.
Su estilo franco, sincero, casi siempre de buen humor, hábil para regalar anécdotas que hacen reír y relajan los momentos tensos, hacen que el equipo funcione y funcione bien. Una mujer que tiene la habilidad de encontrar el talento de cada uno, marcar la pauta, preguntar cuando no sabe y encabronarse cuando la sacamos de quicio, ha logrado como experta en producción teatral coordinar al más disímbolo equipo de sujetos, que como ramillete de egos coincidimos en una oficina de cultura, para que hagamos la mejor actuación de nuestras vidas laborales, sin autoritarismo y siempre a la escucha.
Comparto oficina con Rubí, Mary Chuy y Ángel, mis compañeros de área, Rubí mi eterna amiga y Mary Chuy mi compañera solidaria, quienes conocen mis más oscuros secretos de juventud, mis pifias laborales, mis excesos de mal humor y mi debilidad afectiva. Si tuviera que definir a ambas con una palabra sería “eficiencia”.
Son personas que dan resultados, sacan adelante el trabajo, cumplen puntualmente tareas laborales en ocasiones imposibles de lograr, Rubí generalmente calla y Mary Chuy sonríe, siempre sonríe. Hacen el dúo dinámico más eficaz de la oficina, cualquiera que les pide ayuda sabe que tendrá su apoyo colaborativo, son apuronas y me fastidian cuando yo no he cumplido con la parte que me toca. Ángel es una especie de pupilo, el más joven del equipo, su frescura ilumina los espacios, su timidez en ocasiones incomoda, su profesionalismo impresiona y su seriedad y respeto enamoran.
Mis vecinos de área, Adriana, Alexandro y Eduardo, son la expresión del relax, dedicados al fomento artístico, hablan un lenguaje que solo Revo entiende y son la parte alegre de la oficina; Eduardo con sus comentarios sarcásticos y provocadores, y con su capacidad de imitación siempre saca una carcajada en medio de una junta de trabajo.
Adriana permanentemente preocupada por el trabajo, vive obsesionada para que todo salga bien, pero su sencilla forma de emocionarse por todo suaviza su estrés. Alexandro, el más callado, tranquilo, pero dispuesto a hacer un favor a quien se lo pida, cumple, siempre cumple con su parte y en las horas más pasivas y muertas, se queja porque no está haciendo nada. Se le quiere sobre todo porque es muy buen cocinero.
Están también mis compañeros, ubicados físicamente en el ala contraria de la oficina, Ramón que es el galán de la Difusión Cultural, educado, atento y servicial; Alejandra, seria y paciente con todas las necedades que se nos ocurren a la hora que nos diseña la publicidad para los eventos, siempre con una sonrisa dice, “si se puede, ahorita te mando varias propuestas”.
Ángel Betancourt, pendiente a cuanto favor le pedimos; Catalina, la decana de la oficina, un alma sencilla, oye nuestras quejas y si es necesario, es el puente entre nosotros y Revo cuando estamos inconformes por algo, encargada de darnos los avisos oficiales, es la receptora de nuestros enojos y problemas, nuestras inconformidades y las órdenes superiores.
Dulce, cuyas funciones polémicas y difíciles la hacen el blanco favorito de todos por manejar presupuestos y personal, tiene la capacidad de hacer malabares entre nuestros reclamos, protestas, enojos, berrinches y la organización de convivios, hay que reconocer que siempre tiene el talento de llegar a acuerdos con todos, sin enojarse, siempre apagando fuegos. Mona, la secretaria de Revo, paciente, callada, tan callada que a veces no nos damos cuenta que está enojada, pregunta, siempre pregunta cuando tiene dudas sobre alguna tarea por hacer y su poder radica en que tiene los teléfonos de toda la Universidad.
La recién incorporada Elizabeth que con su sonrisa y delicadeza en su trato, provoca que todos seamos amables con ella y finalmente Armando, que aunque su función es ser chofer, ayuda con todo, diligente y experto en sorprendernos con detalles, un chocolate, una galleta, hacen la diferencia en días áridos de trabajo. Dos compañeros más que aunque están en otro espacio, forman parten del staff, Rafael y Norma, los distingue el trabajo organizado, la disciplina y la eficacia con que manejan sus áreas.
Contaba Santiago Genovés que después de trabajar muchos años en la UNAM, lo invitaron a integrarse a la Secretaría de Agricultura del gobierno federal. Al término de la primera semana de trabajo, renunció fastidiado del ambiente laboral y los compañeros, para regresar a su antiguo trabajo; cuando bajaba las escaleras de aquella oficina federal, solo pudo decir “bendita universidad”, valorando el espacio tan favorable que se tiene en ella de libertad y sinergia con los equipos laborales.
Y es cierto, yo lo he comprobado, cada día en que he tenido que convivir con todos ellos, como una segunda familia en una segunda casa. Tal vez algunos piensen que esto que hoy escribo es producto de la nostalgia que me provocan nueve meses de confinamiento, y tal vez algo hay de eso, pero también es producto de una reflexión hecha después de preguntarme porque he durado tanto tiempo ahí, cuando mi record en otros trabajos no pasaba del año.
Solo me queda decirles a todos ellos gracias, por soportar mi insufrible carácter, por dejarse que los quiera a mi manera, por tener la confianza de acudir a mi cuando creen que puedo serles de ayuda, por sonreírme y darme los buenos días, por el chisme sabroso, la taquiza pecaminosa, por coincidir, gracias a todos, espero abrazarlos el próximo año, comer muchos pasteles, organizar tantos eventos como nos permita el presupuesto y como diría Eros Ramazzotti, gracias por existir.
E-mail: claragsaenz@gmail.com
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