Revisión de temas motivacionales
Los temas motivacionales del 16 al 34 que forman parte del contenido del proyecto “Cómo y por qué escribí mi libro”, considero que fueron escritos en su momento con ese calor con el que siempre me ha gustado escribir.
Al momento de estar metido en la revisión de los temas la mayoría me hizo recordar esos episodios de mi vida que he tenido que vivir para demostrarme a mí mismo que sí es posible conseguir metas; que sí es posible aprender de los errores; que sí es necesario que vengan experiencias amargas; sobre todo, que siempre busquemos la oportunidad para madurar.
Hay un tema en especial el cual me hizo sentir un nudo en la garganta.
Recuerdo que me había preparado lo suficiente como para ofrecer una charla motivacional en el salón de un conocido restaurante de la ciudad.
De mi casa salí todo entacuchado, llevaba puesta una corbata color crema; me esmeré en bolearme los zapatos; mi cabello lo embadurné de gel; me afeité bien el rostro; total que el motivador, eso sí, iba bien motivado a exponer su charla.
Mi costumbre había sido hasta entonces vender boletos de puerta en puerta y la verdad sí había vendido algunos; incluso, el gerente de una mueblería se había comprometido en mandar a tres de sus vendedores de piso.
El clima de ese día del viernes por la tarde era caliente. Llegué cuarenta minutos antes del evento. Avisé al gerente del restaurante que ya iba a ocupar el salón para preparar el material.
El gerente quien era un hombre joven y delgado me indicó que el salón ya estaba abierto y que el clima ya tenía rato encendido; de paso me informó que la pantalla estaba lista para usarse. Abrí mi computadora y comencé a revisar las imágenes que había programado en PowerPoint.
Todo el material me había parecido interesante, por eso pensé que sería un éxito rotundo la charla motivacional. En lo que estuve entretenido con la información el tiempo se pasó muy rápido; ya eran las cinco de la tarde y a ninguna persona se le ocurría tocar la puerta del salón.
Llegué a pensar que, si después de media hora del tiempo que se tenía programado no se presentaba nadie, pues ¡ya no llegaría nadie!, así de sencillo.
El salón lo había rentado por dos horas, aunque el gerente me había advertido que no se rentaba por dos horas, sino por toda la tarde, empezando de las dos hasta las siete.
Aunque no acudiera nadie a mi evento, aprovecharía el tiempo para practicar solo en el salón.
Y así me vi obligado a hacerlo. Tuve que empezar. Imaginé que el salón estaba totalmente lleno.
Comencé por dar las gracias al ‘publico’ asistente, enseguida me solté hablando solo. Caminé por entre los asientos de las personas a quienes estaba imaginando y seguía hablando sin parar. Llegué a hacerles algunas preguntas como: “¿A usted le ha sucedido algo parecido?”, “¿Creen ustedes que los retos nos permiten evolucionar?”.
Después de una hora, al terminar la charla, le di las gracias al público que me hizo el favor de acompañarme. Guardé la Laptop en mi maletín y enrollé los pliegos de papel en los que había escrito mil cosas.
Al abrir la puerta del salón, caminé hacia el mostrador para dar las gracias. Ahí se encontraba el gerente, estaba junto a la cajera. Cuando le di las gracias, el gerente me preguntó: “¿Las personas que vinieron a su evento todavía se piensan quedar más tiempo en el salón?”.
Con una actitud de triunfador, le respondí al gerente: “Ya salieron todas las personas, eran como treinta; el salón ya se encuentra desocupado”. El gerente y la cajera se quedaron muy pensativos. Yo caminé hacia la salida del restaurante.
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Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista
Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.
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