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El comienzo de la historia

Por: Ricardo Hernández   El Día Jueves 23 de Enero del 2020 a las 10:03

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En el bosque…

Nicanor. -Nuestra relación no puede ser, lo sabe, nunca le he mentido, desde que la conocí tan sólo me he limitado a probar una taza de café con poquito de azúcar. ¿He solicitado algo diferente? Sin embargo, veo que sus ojos me ven con cierta inquietud, ¿curiosidad? Jovencita, no he venido a su casa para cortejarla ni para que se incomode por mi presencia, como tampoco he pretendido ser grosero al aceptarle la invitación de una taza de café.

Saida Sofía. -Señor Nicanor disculpe que lo interrumpa, no le he querido molestar en lo más mínimo, sepa usted, me avergüenzo si tal situación se ha mal interpretado. Yo…, yo creí que aquel brillo de su mirada era una respuesta a lo que usted llama “inquietud”. Soy yo quien deba preguntarle si acaso le he insinuado algo más allá de una taza de café. Seamos claros, no somos unos niños para andarse por entre las ramas. Hablemos de frente, ya que nos encontramos sentados frente a la mesa. Por favor… no hay por qué ruborizarse. Siga tomando su taza de café. ¿Le sirvo un poco más?

Nicanor. -No, gracias, es usted muy amable. Uno como hombre se da cuenta cuando una mujer rebasa aquella línea delgada de la amistad; luego va más allá de una simple y monótona atención. ¿Sabe?, hubo un momento en que ya se me estaba haciendo aburridísimo este lugar. Era como un cuadro de artecolgado en la pared: sin movimiento. Y la vida no es estática, sino dinámica; la vida sin sal no tiene sabor.

Saida Sofía. - Lo que comprendo de esto último es que usted está tratando de decirme que yo soy la sal, ¿no es así?

Nicanor. -¿Usted, la sal? No lo pensé de esa forma, pero es cierto. Es usted la sal que le pone sabor a este singular cuadro que parecía inamovible. No quiero salirme del tema. Le decía que uno como hombre…

Saida Sofía. - Ahí sí lo voy a interrumpir, creo que soy yo la que estaba hablando.

Nicanor. -¡Oh, claro!, prosiga su discurso; tengo la curiosidad por saber cómo termina esta conversación, más parecida a un debate que a una discusión. Se pone divertido, principalmente por tratarse de usted, una jovencita de veinticinco años contra un hombre de casi cuarenta y cinco cuyo mundo no ha ido más allá de las historias de Julio Verne.

Saida Sofía. -  Aquí, como usted ya lo sabe, no hay más historias que la realidad: Los San Pedros, un bosque con hermosos árboles de pino: usted y yo, aquí, solos, discutiendo por un tema que se inició y que debido a los saltos de su pensamiento no lo hemos podido considerar, ya para que termine, ya para que inicie una discusión. No lo tome a mal señor Nicanor, pero el brillo que hay en su mirada me dice algo… ¿Me ve con…?

Nicanor. -¿Piensa que soy un hombre lascivo?

Saida Sofía. -No. Por supuesto que no, no pienso. En cambio, lo comprendo, no precisamente por tratarse de usted, sino porque es un hombre que se la ha pasado solo desde hace más de cuatro años conviviendo con sus libros y la escuela. A estas alturas de la vida siguen pensando que somos el sexo débil, que sus fracasos se deben al tropiezo de una mujer. ¿Cuándo han pensado en ser agradecidos? ¿Eh? Pero vamos señor Nicanor, ¿otra vez se ruboriza?

Nicanor. -Es usted tan inquieta e inteligente, sus palabras me asustan. En su voz existe una seguridad infinita que me hace temblar; estremece mi cuerpo; excita mi corazón; inflama mi espíritu, luego sus palabras son un bálsamo a mi locura.

Saida Sofía. -¿Usted hablando de locura?

Nicanor. - La locura es un estado comatoso en cierto sentido. ¿Qué hay de la realidad ante la pérdida de la sensibilidad? ¡No se da cuenta que nuevamente nos hemos andado por entre las ramas de los pinos, como lo decía usted! Desde que he venido aquí, a su casa, algo decía yo que veía en su forma de ser. Tal vez, retomando el tema principal, no es para tanto lo que supone acerca del hombre lascivo que soy. No crea que yo… ¡Oh, por Dios! No era esa la idea.

Saida Sofía. -Claro. Ahora que lo supone le diré que es en cierta manera la verdad. ¿Por qué no tutearnos señor, Nicanor? Hay momentos en que me molesta la formalidad en las cosas.

Nicanor. -Por supuesto que no existe ningún inconveniente, tratándose de una mujer como usted con un carácter y estilo que ha madurado a tiempo como las frutas de temporada; como las flores del campo, como todo lo que tiene que madurar llegado su tiempo.

Saida Sofía. -Saida Sofía Gándara, para servirte.

Nicanor. –Solo llámame ‘Nicanor’, a solas, quítame lo de ‘señor’, por favor. A parte de que me caes bien eres una jovencita muy simpática. Cada día que vengo a tu casa me doy cuenta de algo diferente. Eres como un imán que me arrastra hacia ti con cierto magnetismo, luego ya entrando aquí a tu casa quisiera nunca irme.

Saida Sofía. -¿La soledad?

Nicanor. - No precisamente.

Saida Sofía. - ¿La falta de la compañía de una mujer, quizás?

Nicanor. -Tus preguntas me inquietan.

Saida Sofía. -¿Hum? Creo que el haber lanzado una pedrada al sapo y no atinarle, por ser la primera vez no estuvo mal. En la próxima usaré un arco con flecha.

Nicanor. - Por suerte no soy el sapo, pero he encontrado en ti lo que me había llevado tiempo en descubrir.

Saida Sofía. - Lo mismo podría decir yo, ¡y dónde venimos a encontrarnos! ¡En un bosque! ¿No te parece maravilloso?

Nicanor. - El bosque no significa nada sin tu presencia. Antes de conocerte lo era todo para mí; no había necesidad de pensar en nada que no fuera en el paisaje, en el rumor de los árboles; era agradable escuchar el gorjeo de los pájaros o recrearme de la puesta anaranjada del solantes del anochecer. Todo, Saida Sofía, tenía otro sentido. Parece inverosímil y, sin embargo, existimos bajo una misma realidad. Una experiencia parecida a las historias de los cuentos rusos. Recuerdo que un amigo me dijo en cierta ocasión que los escritores rusos se inspiraban por el frío y los hermosos paisajes, por eso sus escritos eran cálidos. Ahora lo entiendo. Pues en este lugar no deja de hacer frío la mayor parte de los días de la semana, por lo que me he tomado el tiempo para escribir algunos apuntes en el cuaderno.

Saida Sofía. - Por lo que escucho veo que te agrada hablar más de tus pensamientos que hacer preguntas. En cambio, yo prefiero preguntar. Me intriga la vida de las personas por las que siento cierta curiosidad. Cualquier otra persona ya me habría hecho las clásicas preguntas: ¿por qué vive sola? ¿Tiene esposo? ¿Qué hay de su familia? En cambio, tú no lo has hecho. Me he comportado como una niña al preguntarte por tu soledad. Nicanor,no se por qué me atrevo a suponer que tu mirada penetra sutilmente mi cuerpo.

Nicanor. - Supones muchas cosas. Cuando uno supone entra en juego la imaginación, luego la realidad permanece huérfana, sin ti. Seamos en todo caso, realistas. Eres una jovencita muy lista. Prefiero que seas tú quien me diga por su propia cuenta quién eres y cómo piensas, eso para mí es más interesante que hacerte preguntas premeditadas.

Saida Sofía. - A ver si entendí: ¿te molesta en cierta forma que te haga preguntas, Nicanor?

Nicanor. - De ninguna manera. Te dije que a mí no me gustaba hacerlas. Puedes hacerme las preguntas que gustes. La vida a veces la vemos tan simple, habría que encontrarle sentido como lo hago al venir a verte. No quiero pensar el día en que no te vuelva a ver jamás.

Saida Sofía. - Ahora comprendo que tus intenciones no eran lascivas, sino intuitivas. Buscabas algo y crees haberlo encontrado. Es muy parecido a lo que me sucede, de pronto me encuentro pensando y el pensamiento me conduce al sueño y el sueño al ensueño, en este último estado onírico me siento ir flotando, desesperada corro hacia alguna parte donde alguien me espera con los brazos extendidos. Es un hombre que, por cierto, no conozco.

Nicanor. - Sueñas al igual que yo, deseamos conocer esa mitad perfecta con quien podamos compartir nuestros íntimos anhelos de vida. En cierta forma no dejan de ser deseos reprimidos, algo que se le conoce como: “frustraciones”.

Saida Sofía. - ¿Podrás venir el día de mañana?

Nicanor. - Si me lo permites aquí estaré, por la tarde, como eso de la seis.

Saida Sofía. - Un día de estos me gustaría salir a caminar por el bosque, ¿crees que puedas acompañarme?

Nicanor. - Por supuesto, sería un placer. No existe nada más hermoso en este bosque que verte feliz.

Saida Sofía. - Entonces, te espero a las seis.

Nicanor. - Así lo espero. Hasta mañana.

¡Hasta pronto!

 

Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista

Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.

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