Alberto Valerio era ese tipo de escritor que se tomaba muy en serio su papel, por eso cuando lo fui a visitar a su casa, desde adentro me gritó: “¡Pásale!; ¡estoy escribiendo! Su casa (más bien la casa de sus padres) había sido diseñada de una sola planta la cual consistía en una sala, tres recámaras, una cocina y dos pasillos angostos a los costados.

Según me platicó Alberto después, hacía tiempo que sus padres se habían decidido irse a vivir a otra casa, propiedad de ellos. Mi amigo aprovechó esa situación para acomodar en la sala una mesa de madera grande la cual serviría como mesa de trabajo, para sus futuras creaciones literarias.

Eran tiempos en que las computadoras estaban en ‘pañales’, pues por esa época comenzaba a escucharse, muy apenas, el uso del sistema operativo ‘WordStar’ (aplicación de procesador de texto).

Mi amigo Alberto escribía una columna literaria en un periódico local, era amante de leer poesía. Recitaba de memoria ‘Los amorosos’, de Jaime Sabines: “Los amorosos callan. El amor es el silencio más fino, el más tembloroso, el más insoportable (…)”.

Cuando lo escuchaba declamar -previamente que dejara de teclear en la máquina Olivetti- lo hacía poniéndose de pie; movía sus largos brazos como si fueran tentáculos de pulpo, sincronizados por su voz, a tal grado que ese rito espontáneo, debido al talento de declamador, parecía hipnotizarme.

Alberto era muy estricto consigo mismo, sobre todo en lo relacionado con la escritura, pues se fijaba mucho en los signos de puntuación, así como en la ortografía. 

Para cuestiones de gramática, mencionaba mucho el nombre de Gili Gaya. Aunque ahora tengo una certeza del porqué hacía esa referencia en aquel tiempo. De acuerdo con Wikipedia, Samuel Gili Gaya fue un filólogo español, gramático, lingüista, lexicógrafo, crítico literario y pedagogo (Lérida, 1892 -Madrid, 1976). 

En una de esas ocasiones en que llegué a visitar a Alberto, me sorprendió con una de sus tantas creaciones poéticas; a parte, me preguntó: “Y tú ¿no escribes?”  Yo respondí un ‘no’ con la cabeza.

“Bueno -me dijo-, siéntate frente a la máquina; te voy a enseñar cómo se hace”. Tomé muy enserio lo que me enseñó mi amigo. Posteriormente escribí un artículo para un periódico local.

En cuanto se lo mostré, mi amigo se puso muy contento. Intenté imitarlo escribiendo algo de poesía las cuales me fueron publicadas en un suplemento cultural. ¡Hasta pronto!

Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista

Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.