Mi amigo Juan
Dicen que te moriste haciendo lo que te gustaba, leías literatura frente a un auditorio; en el asombro de la noticia la primera imagen que vino a la mente fue la de Moliere y el Enfermo imaginario; “que dicha”, dijeron algunos. Después, pensé en la fecha, era Día Internacional del Libro, día de San Jorge, recordé su leyenda de la lucha con el dragón y la sangre convertida en rosas al derrotarlo. Se dice que ese día también fallecieron Cervantes, Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega.
Pero ningún día, ningún escenario, ni ninguna situación es buena para morir y aún más, nunca puede ser buena la muerte, sobre todo cuando se trata de un hombre bueno, de un querido amigo.
Te acuerdas que Damián Cano nos presentó, los tres compartíamos desde entonces el gusto por la literatura y te volviste asiduo al taller de la maestra Chelita González Blackaller, que por cierto te quería mucho. También empezaste a colaborar en la Revista de la Universidad y te hiciste amigo de Mary Chuy, tu correctora.
Largas charlas tuvimos aquellos años, donde componíamos el mundo y lo descomponíamos. Siempre fuiste de esos amigos míos que por meses no sabía nada de ellos, pero cuando nos volvíamos a encontrar seguíamos platicando como si nos hubiéramos visto ayer.
Por años tuvimos pendientes un café, un almuerzo. La internet nos convirtió en amigos virtuales, pero estrechó nuestra conversación, al grado de que mis hermanas sin conocerte te agarraron cariño por los comentarios que hacías en el Facebook, por cierto, ellas también están tristes y me han dicho que te extrañarán.
Cuando supe de tu muerte fui a ver al árbol de durazno que me regalaste y lo vi cargado de frutos, lloré cerca de él, que bonita forma de dejar huella, pensé. Le susurré a mi mamá la noticia en el oído y me dijo, ¿dónde está mi planta que me trajo? quiero verla, le acerqué la suculenta que dijiste era nativa de Sudamérica.
Recordé cuando viniste a casa con Mirna lleno de regalos de navidad para los niños de la colonia San Marcos y tu aportación generosa para su cena de nochebuena, tu receta del licuado de manzana con avena, el intercambio de libros y tu insistencia por abrir un grupo en Facebook donde publicáramos fotos viejas de Victoria.
Cómo querías a Ciudad Victoria y la historia era tu otra pasión aparte de la literatura, fuimos entonces el primer sitio en la ciudad que publicó fotos viejas.
Ay Juan, tu muerte me cala hondo, muy hondo, porque eres en tu muerte la muerte de todos mis amigos victorenses que se fueron antes que tú. Me has hecho recordar, que hace 30 años llegué a esta ciudad sin un solo amigo, y que ahora he tenido que despedir a tantos y tan queridos.
Leí una pequeña crónica de alguien que presenció tu muerte; me molestó leerla, porque ese del que hablaba no eras tú, utilizando la frase “el hombre” más de tres veces en el texto impersonal, frío, oportunista. Y digo que no eras ese, porque tú, no eras el hombre a secas, eres en un presente perpetuo, nuestro querido Juan Peña, el hombre bueno, el hombre de gran corazón.
Email: claragsaenz@gmail.com
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