Un día en la caravana migrante, los sueños son su motor para seguir
Tapanatepec, Oax.,(Notimex).- La travesía inició a las 3:00 horas, los migrantes han decidido caminar la mayor cantidad de tiempo durante la oscuridad de la madrugada y así evitar el calor que ha llegado a los 40 grados centígrados.
La caravana demostró unidad al salir en bloque y no en pequeños grupos como lo venía haciendo.
Con ello, pretenden mostrar fuerza, manifestar que son capaces de llegar a la Ciudad de México y evitar las condiciones del plan federal Estás en tu Casa, que contempla beneficios a miembros de la caravana siempre y cuando permanezcan en Chiapas y Oaxaca y se apeguen al programa de refugiados.
Han renovado su energía, cantan, están animados al saber que fueron considerados por la máxima autoridad de un país ajeno y que aún tienen oportunidad de alcanzar su objetivo: Estados Unidos.
Recuerdan los motivos que los obligaron a salir de su país y recorrer un territorio desconocido sólo con una mochila; recuerdan también sus sueños: tener una casa propia, estudiar, comer cochito asado, una prótesis, una televisión grande, un auto, no sentirse amenazados, salir de la pobreza, todos resumen sus aspiraciones en una frase: "Tener un mejor futuro".
El silencio del éxodo se ve interrumpido por un hombre que canta con una tonada de Juan Gabriel la letra de una canción que improvisa: "yo quiero dinero y tengo trabajo que dar"; los otros migrantes ríen, piensan lo mismo.
Apenas avanzan tres kilómetros el optimismo se convierte en incertidumbre y miedo. La vanguardia de la caravana es la primera en enterarse, "hay un retén de la Policía Federal, la carretera está sellada y detrás de los uniformados hay personal de Migración".
Ahí puede terminar todo. La marabunta espera indicaciones de dos mujeres mexicanas jóvenes que se han convertido en dirigentes. En un primer momento deciden sentarse en la carretera y demostrar que su caminata obligada es pacífica; con el paso de los minutos aceptan el ofrecimiento de dialogar.
Comisiones de Derechos Humanos de Oaxaca, Chiapas y la Nacional intervienen para que exista conversación entre ambas partes y fungen como una barrera de paz en la que se privilegie el diálogo y no la confrontación.
Logran un acuerdo para que una de comisión de cuatro personas migrantes acompañen a las mexicanas, activistas de la organización Pueblo Sin Fronteras, quienes toman la palabra en un primer momento, celebran el diálogo, aceptan que la caravana reciba información del programa federal.
Después un joven migrante agradece la atención de las autoridades con lenguaje ceremonioso. Una mujer madura aprovecha el tiempo para solicitar una lista de las personas que hasta ahora han decidido regresar a sus países de origen y los que permanecen en albergues.
Han pasado tres horas, el amanecer amenaza con un sol abrasador, que despelleja. En una nueva reunión rechazan el bloqueo y piden avanzar, "no pueden permanecer en la carretera cuando el sol aparezca y caliente el pavimento, sería una crueldad".
Las autoridades de la Policía Federal aceptan y piden 20 minutos para retirar a 200 policías desplegados con equipo de protección.
Cuando la caravana se entera de lo que considera un triunfo, sus integrantes se abrazan y celebran. A su juicio, han ganado una batalla que los acerca un poco a su objetivo.
Tras la algarabía saben que tienen que apurar el paso, empieza la búsqueda por transporte, ya no pueden más. Se acercan a los autos, hacen señas a los conductores, a como dé lugar buscan espacios, en un auto pequeño suben nueve, en los grandes una multitud, una masa de colores en la que sólo se distinguen manos y cabezas.
Cada paso es más doloroso a 14 días de haber iniciado la caminata, se vendan los pies, se frotan las rodillas.
- ¿Vale la pena?
- "Claro que sí", responden con seguridad. "Nuestra situación es desesperada, no tenemos dinero, pero tampoco tenemos la posibilidad de conseguir un trabajo, no hay desarrollo, nos estamos muriendo de hambre", señala Rafa, quien dejó sus estudios como técnico en informática para venir a México.
La mayoría alcanza un transporte. Ya saben cómo hacerlo: piden el "aventón" y suben colgados en camiones, si las cosas no salen bien pagan un taxi colectivo por 25 pesos.
A su llegada a Tapanatepec se tiran en el suelo algunos minutos, revisan si las llagas de sus pies han empeorado, los primeros aprovechan los espacios techados, los demás instalan toldos con plásticos y piedras.
Las mujeres desnudan a los bebés que caminan sobre charcos, los niños más grandes corren a los juegos infantiles del municipio.
En la plaza principal organizaciones civiles y católicas los esperan con comida y servicios médicos; son los únicos, todos los negocios se encuentran cerrados, los pobladores están en su casa, tienen miedo, por la zona se ha esparcido el rumor de que se trata de delincuentes.
Una pareja de ancianos cierra su negocio. Opinan que los migrantes "son una calamidad", no se saben comportar a la altura de los poblados que los reciben y además son muy sucios.
Esa ha sido la queja de todos los pueblos a los que han llegado. Las plazas se llenan de basura, los migrantes dejan todo para aligerar su camino, saben que en su nueva parada serán dotados de nuevos suministros y ropa.
Se acomodan en un mosaico de plásticos, tendederos y basura. Los pies se mezclan con las cabezas, se escuchan ronquidos, risas y quejas por el camino y el clima. La tarde se convierte en un conglomerado de olores rancios, polvo y moscas.
Más tarde, una asamblea. De nuevo las dos mexicanas de no más de 30 años, son protagonistas, los migrantes las escuchan, aplauden y agradecen. Hablan casi a gritos en un micrófono, mencionan la unión la esperanza de Centroamérica, cantan arengas, la más común: "Trabajadores migrantes no somos criminales, somos trabajadores internacionales".
Ellas proponen un descanso de 24 horas, los hombres no aceptan, las mujeres migrantes que viajan con niños lo exigen, finalmente la parroquia del pueblo ofrece seis camionetas para trasladarlas junto con los pequeños.
Sube al templete una religiosa que regaña a los asistentes, reprocha su actitud frente a las mujeres, su desorden y suciedad, les dice que así no pueden llegar a Estados Unidos, que se tienen que educar. Algunos atienden, otros ríen.
El activista y sacerdote católico Alejandro Solalinde les dirige una oración ecuménica y ofrece recibirlos en parroquias a su llegada a la Ciudad de México; después los coordinadores proponen la Basílica de Guadalupe y hasta el Estadio Azteca para estar todos juntos.
Termina la discusión cuando mencionan que primero es llegar, después harán planes.
Su siguiente destino es Niltepec, Oaxaca. Se introducen a la zona del Istmo, continuará el calor. La jornada será de 50 kilómetros. De lograrlo estarán más cerca de la primera frontera de México con Estados Unidos, a mil 700 kilómetros de distancia.
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