Espíritu de la democracia
Ulrich Beck, autor del artículo “Democratización en la familia”, nos habla de las teorías de la segunda modernidad, propia de una sociedad que tiende a la globalización y está en constante desarrollo tecnológico. En la era industrial la estructura cultural y social era la familia, pero luego ese núcleo se rompe dando lugar a la individualización, aumentándose la incertidumbre del individuo en la sociedad en la que vive. Lo que propone este texto es la vinculación entre los ciudadanos, la libertad y la familia, lo cual significa que la dinámica de la libertad política tiene que ser comprendida como una dinámica nuclear de la modernidad.
Según el autor, las libertades civiles y políticas no pueden ser imploradas a una autoridad, sino que más bien deben ser conquistadas por los propios ciudadanos, en este caso ciudadanas, debido a que las mujeres siguen siendo excluidas en la realidad social de la participación efectiva de la libertad, a la que teóricamente tienen derecho. Por otra parte, en el conocimiento histórico sobre el significado de las relaciones jurídicas, se admite con regularidad que las libertades políticas solo son posibles bajo las condiciones del Estado de derecho. Sin embargo, los hombres siempre han reclamado los derechos fundamentales que les correspondían.
En relación con el espíritu de la democracia, refiere que debe decirse que la simple comprensión jurídica, unilateral, de la libertad tiende a un autoritarismo jurídico. Éste se ha despedido de las formas de dominación absolutistas; pero se ha quedado atorado al secar mediante la burocracia, el espíritu de la democracia. Según el experto, aquí hay dos formas de hacer que el espíritu de la democracia se convierta en el espíritu de una sociedad y es mediante la socialización y las acciones, es decir, en la experiencia de libertades políticas a través de su práctica de ejercicio. Por tanto, la experiencia de la acción es la vivencia clave que hace experimentable, de modo individual, la realidad social de los espacios políticos de libertad, sostiene un análisis de Silvia Nava Cadena sobre el artículo publicado en el libro “Los hijos de la libertad”, (FCE, México, 2002) cuyo coordinador es el propio Ulrich Beck.
Desde esta perspectiva, la conciencia cotidiana de la libertad y la conciencia de sí de una democracia no surgen, del saber de los libros y de las escuelas, de leyes civiles fundamentales, sino de la libertad activa. Este espíritu de la democracia donde la lucha por la libertad es hoy practicada y experimentada nos dice Beck que se puede ver de dos formas: las turbulencias de modos de vida postradicionales, por un lado, y la penetración, el reclamo de derechos de participación y de autoorganización en la economía y el trabajo retribuido, en las iglesias, en los partidos políticos, los sindicatos y parlamentos.
Todos estos aspectos confluyen en los derechos de la libertad en culturas de la heterogeneidad y derechos de la libertad en culturas de la homogeneidad. Beck se ocupa del pensamiento de Tocqueville, creador de un lenguaje con el cual la era de la igualdad ha de ser entendida como la era de la homogeneidad. Esto significa que las diferencias entre hombres y culturas pueden ser descritas, comprendidas, justificadas y tratadas cada vez menos como diferencias esenciales o de tipo, debido a que se perfila el panorama de una nueva modernidad y que su manera de operar ya no congenia con la que se considera usual y tradicional.
Esto se pone de manifiesto, entre otras cosas, en el hecho de que los hombres adaptan y modifican elementos de los papeles femeninos y las mujeres, elementos de los papeles masculinos. De esta manera se nos está diciendo que no se pierden los valores, sino que aparecen nuevos y más dinámicos, acordes a la cultura democrática de libertad individual y cada día toman fuerza. En lo que se refiere a la identidad étnica o pertenencia racial se llega a que esta forma de pertenencia ya no sea más algo dado, sino que la cuestión racial, la cuestión étnica se convierte en una opción que tiene que ser decidida en un sentido o en otro.
En la transición a la segunda modernidad, las diferencias culturales se quiebran para dar paso a nuevas formas mixtas y nuevas identidades que rompen desde adentro el modelo de pertenencias dadas. Reporta Silvia Nava que esto vale también, para las relaciones de autoridad en la “familia posfamiliar”, esto es, el derecho del niño a una vida propia, esto se alcanza según el autor mediante la individualización y la socialización; el individuo ya no se deja guiar más desde el punto de vista moral espiritual, sino que lucha por el descubrimiento de sí mismo; amigo y grupo constituyen para ellos categorías y valores centrales.
En cuanto a la socialización esta sólo es posible como auto socialización donde en el espacio interior gobiernan, desde luego, instancias sociales, pero no las autoridades. Debido a que, en un punto central, refiere el autor no puede hablarse precisamente de una democratización de la familia. Es posible que las viejas estructuras de autoridad estén deterioradas; su barniz, en todo caso ha desaparecido; la negociación se convierte en el modelo dominante. Por otro lado, la modernidad aparece como contra productiva debilitando de manera permanente sus irrevocables condiciones morales de existencia, significa que un mundo de seguridad tradicional se derrumba, dejando paso a la cultura democrática de un individualismo para todos y jurídicamente sancionado.
Correo: amlogtz@gmail.com
Ambrocio López Gutiérrez
Periodista y Sociólogo.
Columnista en diversos medios electrónicos e impresos.
Redactor en el equipo de Prensa de la UAT.
Profesor de horario libre en la UAM de Ciencias, Educación y Humanidades.
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