Tzintzuntzan, Mich., (Notimex).- El viaje por tierras purépechas continúa en el transcurso de la noche y visitar los panteones, más que una obligación, se convierte en una necesidad, para ver de cerca y sentir la fuerza de las raíces prehispánicas que sostienen a la cultura mexicana.

El sólo ver las luces de las velas y el humo del copal a lo lejos, oír los cánticos y rezos mientras la gente se arremolina para tratar de entrar al cementerio hace poner la piel chinita, pero nada comparado con el momento preciso de tenerlo ante los ojos, cualquier descripción puede quedarse corta.

Las imágenes de las tumbas iluminadas por decenas de velas, con gente que adorna las criptas y los montículos de tierra o coloca comida sobre ellas se repiten una y otra vez, lo único que cambia es el nombre del difunto y de los familiares que junto a él pasarán la noche.

Entre rosarios, cánticos, abrigos, cobijas, ponche o café o incluso una buena bebida espirituosa, mujeres y hombres, chicos y grandes, les hacen compañía por una noche a quienes ya se han ido pero siguen aquí, en la memoria, dando vida a una tradición que celebra a la muerte.

En el "panteón de los divorciados", llamado así porque está dividido en dos por la carrerera, entre cientos de personas, flores y velas, están don Efraín Morales y su esposa, sólo ellos dos cuidan la tumba de sus padres mientras afinan detalles para pasar la noche con los difuntos, acomodan velas, esparcen pétalos de cempasúchil y esperan que la noche transcurra.

El hombre relata que en el pueblo viven ellos solos, pues sus hijos radican en otros estados o pueblos, sin embargo, confía en que el día que a ellos, por su edad, les toque dejar este mundo, su hijos seguirán con la tradición, "a lo mejor el día que uno falle, pueden estar ellos aquí para hacer lo mismo".

"Ellos lo hacian, así que a nosotros nos toca esperarlos, como está dicho que sí vienen, pues nos toca esperarlos con lo poquito que se pueda", comenta don Efraín, originario de Tarerio, Tzintzuntzan, y dedicado a la pesca.

En otra de las cientos de tumbas que hay en este panteón, una familia de cinco personas dedicadas al comercio vela a la abuelita y a un recién nacido que perdió la vida por ser un bebé prematuro.

Ellos, la mayoría jóvenes de entre 30 y 40 años, siguen las tradiciones que han heredado de sus antepasados, "se tiene que venir a ofrendar y en este caso estamos acostumbrados a que si no venimos a ofrendarla, se va a quedar sin luz y sin su comida que ella prefería", dice Amanda Valdovinos.

La noche avanza, el frío aumeta, pero los ánimos no decaen, ni en los habitantes ni en los visitantes, entre música religiosa, de mariachi o de banda, la velación sigue, es "noche de fiesta" en Tzintzuntzan, es noche de celebración en Michoacán, "noche de muertos" en México.

Además de los panteones que hay en el pueblo, está el majestuoso templo de San San Francisco, con uno de los atrios más grandes que hay en el país, así como la iglesia de la Virgen de la Soledad.

Es asombroso ver la cantidad de gente que llega a este lugar y más impactante la empatía que se crea entre mexicanos y extranjeros, quienes disfrazados de "catrines" se mezclan entre la gente y las tumbas admirados por esta, una de las más importantes festividades del país que son la base de la cultura mexicana.