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Del fondo a la superficie

Por: Ricardo Hernández El Día Jueves 31 de Agosto del 2017 a las 09:17

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¡Hola! ¿Cómo estás? Eso espero, que estén bien, porque si estás mal por causa del alcohol es mejor ser sinceros, decir que estamos mal y que urge una mano amiga. El día de hoy quiero compartir contigo mi experiencia con el alcohol, lo más probable es que has de pensar que para qué te platico mi experiencia con el alcohol cuando lo que te interesa conocer sería una opción para dejar de beber.

Me parece acertada y justa la palabra “opción” ya que en la actualidad hay varias alternativas para dejar de hacerlo. Por ejemplo, hay quienes recurren a la Iglesia, a la AA, clínicas, etc. También habemos quienes hemos recurrido a la fuerza de voluntad. Pero aquí es donde está la magia: un poderoso “sí puedo dejar de beber” es la clave.

Hoy en día me he encontrado con personas a quienes conocí en el ambiente; los recuerdo en el bar carcajeándose, con chicas sobre las piernas, fumándose cigarro tras cigarro. A algunas de esas personas las he visto por la calle con los hombros caídos, con un caminar lento, de mirada perdida, súper delgados, con un estómago echo una bolita.

La pregunta siempre va a ser la misma ¿qué necesidad hay de llegar hasta ese extremo?

En cierta ocasión me observé frente al espejo y al verme -ya no lo flaco que estaba-  ¡lo esquelético que me veía!, por la impresión misma tuve un fuerte ardor en la boca del estómago, sentí miedo. A la mente se me vinieron imágenes de cómo hubiera querido verme algún día, tipo ejecutivo, con un estilo de peinado como el de Clark Kent, el Súper Man, por cierto que también imaginé ser un reportero.

Decía que estaba enojado frente al espejo, fue cuando exclamé, colérico ¡soy un bueno para nada! Mis ojos estaban rojos, vidriosos; de pronto se escuchó un ¡crash!, quebré el espejo de un puñetazo. Una y otra vez volví a refugiarme en el alcohol; mis sueños eran como trozos de papel arrastrados por el viento de invierno.

Busqué en mi interior respuestas: frustraciones, en realidad no quiero dejar de beber alcohol, quiero disfrutar la vida, me hace falta una familia, por último pensé “el problema está en mí, es cuestión de decisión”.

Respuestas había muchas, pero la más poderosa de todas era la relacionada con la decisión. Por lo tanto pensé que una decisión incluía un paquete de responsabilidades, como por ejemplo: vivir una vida sin adicciones, trabajar duro, no frecuentar amigos de parranda, estudiar, ayudar al prójimo, etc. Menciono esto último porque había estado conociendo a algunas personas cristianas cuyo pasado era una copia al carbón fiel y exacta de los alcohólicos, habían dejado de beber; decían que el espíritu de Dios los había tocado.

No creí en lo que ellos predicaban. Para mí la idea de Dios estaba muy distante, lejana, se perdía como una voluta de humo de cigarro en la inmensidad del cielo, aparte era una idea bañada de filosofía, el maestro de la prepa nos la vendió bien bonito, de tal forma que si alguien de nosotros creía en Dios era creer en su verdad, lo que para otros  eso era una mentira, y viceversa.

En este mundo -explicaba el profe- no hay verdad absoluta, que cada quien crea en lo que más le convenga. Los hermanos no pudieron venderme su verdad porque yo simplemente deseaba comprar otro tipo de verdades, más creíbles, más cercanas. En cambio, ¿por qué si creía en el méndigo diablo? Esa es otra idea que me vendieron desde que era niño, lo que vino a provocar que ya de más grandecito me gustara hacer diabluras, entre ellas beber demasiado, añadiría: compulsivamente.

La vida más allá del alcohol (más allá de bares, cantinas, de mujeres) me ha enseñado otro mundo totalmente diferente, he logrado  despegar del fondo para subir por fin a la superficie,  he conseguido subir como una solitaria burbuja entre las peligrosas aguas de un mar inmenso en medio de la oscuridad. Ahora convivo con mi familia, con mis hermanas, con mis sobrinos, con mi madre que nunca dejó de rezar.

Durante años mis hermanas llegaron a creer que yo nunca iba a poder cambiar, deban por hecho que era un alcohólico y que tarde o temprano me iban a ver con los del escuadrón de la muerte. Ahora ellas mismas no pueden creer en el milagro, en una madre que rezó incansablemente. Yo soy el hijo pródigo, mis padres me dieron todo y lo único que hice en mis borracheras fue juzgarlos.

Volví a los brazos de mi madre, de mis hermanas, regresé arrepentido de todo lo mal que había causado. Hoy me siento un hombre distinto, como si hubiera vuelto a nacer, aunque un señor que conocí hace poco tiempo me hizo reflexionar en lo que dijo “Hoy empiezas a sembrar lo mejor de ti, la cosecha vendrá después. Hoy recogerás la cosecha de ayer, si tu siembra fue buena, te felicito, si fue mala tienes que aguantar vara”.

Cuando ya somos un problema como bebedores, nuestra relación con la familia es un espejismo, ves lo que tú quieres ver, crees lo que tú quieres creer, incluso piensas que tu familia es feliz, que la sonrisa de tus hijos es de felicidad; amigo, la realidad no existe para los que bebemos, solo existes tú y el alcohol, la familia se vuelve un “algo”,  siendo que es lo más hermoso y valioso que  hay sobre la faz de la Tierra. Después de tiempo en que no he vuelto a beber alcohol creo estar siguiendo el camino que de niño soñé, por lo menos traigo el peinado de Clark Kent (¡aunque lo mejor sé que está por venir!). ¡Hasta pronto!

Ricardo Hernández Hernández
Poeta y columnista

Colaborador del portal:” Hoy Tamaulipas” hasta la fecha.
Actualmente estoy cursando un “Diplomado en Creación literaria” en la Biblioteca del Centro Cultural Tamaulipas, con el maestro José Luis Velarde.

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