Lecturas de secundaria
Cuando le pregunté de qué trataba el libro que le había tocado leer, Julissa simplemente dijo “de una muchacha que vive con su abuelita y conoce a un señor con el que hace el amor, pero no le entendí, porque no supe si lo hacía con la joven o con la abuela”. Esa pequeña sinopsis bastó para que su libro me atrajera más que el mío.
Semanas antes habíamos empezado el curso de Español de tercer grado en la secundaria, de la maestra se contaban muchas leyendas, la mayoría ciertas, tenía un dejo de despreocupación que hacia las delicias de todos nosotros. Sin embargo, sus clases eran toda una cátedra del idioma, un agasajo de autores, libros, poemas, sintaxis y gramática, un festín literario.
Más que el Español, con ella aprendí amar la literatura y cuando nos asignó la tarea de leer un libro durante el curso, a mí se me hizo aquello pan comido, porque con el hábito adquirido en casa, leer un libro a esas alturas de mi vida era mero divertimento además de la calificación.
Estaba emocionada, nunca antes me habían prometido una calificación a cambio de leer, además obtendría un 10 sin mucho esfuerzo haciendo lo que me gustaba, a diferencia de algunos de mis compañeros que estaban entre angustiados, sorprendidos, negados y bloqueados.
Sin embargo, la siguiente idea de la maestra ya no me pareció tan atractiva, ella elegiría los títulos de las obras que leeríamos y nos asignaría a cada quien un libro. Mis derechos como lector habían empezado a ser violentados y mi libertad cuartada al no poder elegir el título que se me pegara la gana.
Vino entonces la sentencia, me tocó leer Marianela de Benito Pérez Galdós, ¡Santo Dios! ¡Cuánto tedio! La novela era lenta, confusa y aburrida para mí, hablaba de cosas que no entendía, ni me interesaba entender. Cargaba con mi libro para todos lados y no avanzaba nada, además de que para completar mi pequeña desgracia la edición era de Editores Mexicanos Unidos, esa editorial que se distinguí en los años 80 por hacer libros muy baratos pero muy feos y corrientes en pastas de cartón, dibujos horribles en la portada y las paginas en papel revolución y con una letra diminuta.
Muy pronto empecé a odiar el libro, su título, autor e historia, hasta el punto que nunca en mi vida volví a esa novela y de la portada ni me acuerdo. Fue entonces cuando empecé a hurgar en los libros que a mis compañeros les habían tocado. No recuerdo ningún título, solo el de “Aura” de Carlos Fuentes.
Cuando Julissa me dijo de que se trataba, una gran curiosidad se apoderó de mí, le pedí que me lo prestara, lo leí en una sentada, me pareció un libro muy hermoso, misterioso y por razones inexplicables me sentí muy cercana a la atmósfera de la historia, aunque mi vida provinciana distaba mucho de ella.
Ahí conocí a Carlos Fuentes, yo no sabía si estaba vivo o muerto, si era mexicano, joven o viejo, poco importaba, lo que me empezó a provocar ansiedad fue saber si tenía más historias, quería leerlas todas y que el mundo rodara junto con el curso de español, Benito Pérez Galdós y su Marianela, la maestra y sus leyendas, sus lecciones de Español, la secundaria. Lo único que yo quería cuando terminé de leer “Aura” fue seguir leyendo a Carlos Fuentes.
Pero en la década de los 80, vivir en un pueblo del semidesierto potosino equivalía estar alejado de la “civilización”. Así que mi hambre solo pudo ser saciada años después cuando a mis manos llegó “Las buenas conciencias” en la edición maravillosa de Lecturas mexicanas. La historia me cimbró y contribuyó a mi deformación, estando en el bachillerato la novela tatuó en mí diversas lecciones que me ayudaron no solo a comprender las relaciones de autoridad y de subordinación, sino también a entender de qué estaba hecha la sociedad mexicana.
Nunca he lamentado la muerte de Fuentes, porque cuando las obras son capaces de trascender a sus autores, ellos simplemente desaparecen ante el lector; ya están muertos desde el momento que dan vida propia a sus historias y personajes.
He leído tres veces en mi vida “Aura” y siempre me ha resultado ser una novela distinta que me cuenta nuevas cosas, pero además no he leído en su totalidad la obra de Fuentes y no sé si algún día logre esta hazaña, ya no me provoca ansiedad no leerle, pero si emoción el saber que todavía tengo muchas historias que leer y releer de él.
Termino recordando que mi maestra de español me puso un ocho de calificación por no haber leí el libro que me había asignado, poco me importó entonces y ahora lo agradezco por haber conocido a Carlos Fuentes.
E-mail: claragsaenz@gmail.com
Para que HOYTamaulipas siga ofreciendo información gratuita, te necesitamos. Te elegimos a TI. Contribuye con nosotros. DA CLIC AQUÍ