El PRI según Yarrington
En el 2006 México deberá escoger entre tres opciones: Una alternativa que básicamente seguirá reclamando acuerdos (antes que generando las condiciones para hacerlos posibles) y que solicitará más tiempo para producir resultados, me refiero al Partido Acción Nacional. Otra posición propondrá la refundación del país, sin explicar cómo pretende lograrlo sin violentar el delicado balance de acuerdos y consensos que una sociedad plural impone. Con la vista en la vuelta a un estatismo superado, es la opción del Partido de la Revolución Democrática. Una tercera opción será la opción priista, pero ahí todavía no es claro qué PRI competirá.
Si el PRD dispone del candidato que encabeza las encuestas nacionales, lo cierto es que no dispone de la estructura partidista o reputación como organización pro-positiva para traducir simpatías concentradas en el centro del país, en votación efectiva en todo el territorio nacional. Acción Nacional depende de su record de gobierno, y tras cuatro años de ejercicio, no ha concretado las credenciales que ratifiquen su aptitud. Con una administración que no ha conseguido configurar una mayoría operable en el Congreso Federal, el PAN necesita demostrar que futuras administraciones de su parte, no sufrirán la misma carencia de oficio político.
En tomasyarrington.org se agrega: Así, el PRI es el que ha cosechado los triunfos más recientes en las elecciones locales y en la última elección federal. Sin embargo, los triunfos priistas se han gestado en su mayoría en estados que ya gobernaba y por los márgenes más estrechos de la historia reciente de esas entidades de la federación. La victoria de Veracruz, por ejemplo, se obtuvo con una ventaja menor a un punto porcentual. La gran tentación del PRI es suponer que sus cerradísimos triunfos locales, confirman que para regresar al poder sólo es necesario ajustar la maquinaria electoral y fortalecer la organización de militantes.
Es decir, que para competir con éxito baste con realizar ajustes ideológicos y programáticos menores al mismo partido que fue derrotado en el 2000. Sin pensar, en ningún caso, en una verdadera reforma para convertirse en una organización que pueda encabezar el nuevo tiempo democrático. Por su parte, la preocupación de los principales centros de análisis internacional es que un triunfo priista en el 2006, construido sobre la operación electoral pura, sin una reforma interna previa y, especialmente, en contraste con la ineficacia del gobierno de Vicente Fox, pueda poner un alto a la transición mexicana, asevera TYR.
Si el PRI, en una posición claramente empobrecedora --como buena parte de su liderazgo nacional hoy lo hace-- decide competir en términos puramente electorales, la actitud del partido será claramente en contra de los grandes acuerdos nacionales de hoy; con lo cual, complicará acuerdos nacionales operables más allá del 2006. El mejor interés de “ese PRI” estaría en el pobre desempeño de la actual administración. Desataríamos con ello las peores tendencias de un sistema presidencial, donde los partidos se obstruyen mutuamente, los acuerdos en el legislativo serían nulos, y en donde el triunfo no se daría en torno a propuestas propias, sino al fracaso rotundo de otros.
La democracia mexicana iniciaría una carrera para escoger a quién ofrezca las garantías mínimas de estabilidad, y no las máximas de prosperidad. La democracia sería meramente procedimental sin contenidos sociales o económicos claros. El PRI debe cambiar, debe reformarse y debe ser el partido pro-positivo que haga posible un acuerdo de gobernabilidad. Si queremos que la democracia del régimen presidencial funcione, es necesario un pacto nacional que garantice el funcionamiento eficiente y eficaz de las instituciones nacionales, así como el catálogo básico de reformas económicas y sociales del Estado, que deben impulsarse sin importar quién preside el gobierno en turno.
Considero que el PRI debe ser la plataforma lógica desde la cual este pacto debe estructurarse. Posee el grupo legislativo de mayor peso en el Congreso Federal, y es el partido que gobierna más estados y más municipios. Para lograrlo tenemos el resto de esta administración. La sociedad observa a los partidos políticos, valora su actuación y reconoce tanto su responsabilidad como la calidad de sus propuestas. En ese escenario tan crucial, el PRI necesita reformase y revisar la integración de su liderazgo. El PRI no puede seguir llamando a la unidad, por un lado, y seguir actuando en la división por el otro.
Si la elección del 2006 transformará los alcances de la pluralidad más allá de lo meramente electoral, la capacidad de los partidos para pactar desde hoy, las reglas de convivencia de mañana es el elemento fundamental. Existen tres partidos con posibilidades para ganar la presidencia, por ello es de lógico esencial, que impere el interés de cooperar para hacer gobernable el futuro, antes que iniciar la simple carrera electoral. Sí en democracia todos pueden ser gobierno, es fundamental definir las reglas de gobierno, sostiene el matamorense prófugo.
En suma, si se me permite una reflexión de política comparada, México ha realizado las reformas equivalentes a la Ley de Reforma Política de 1976 en España, mismas que permitieron la competencia electoral y la elección de un nuevo gobierno democrático. Ese es el estado del desarrollo de la democracia mexicana. Lo que México no ha alcanzado es un pacto que determine las características económicas esenciales de la nación, y que provea una oportunidad a todos los actores para definir el régimen, que habrá de suceder al que concluyó en julio del 2000.
México está, con respecto a la cronología ibérica, en algún punto entre noviembre de 1976 y el 27 de octubre de 1977. Entre una transición que permite tener elecciones limpias y la consolidación de un acuerdo democrático que contenga un verdadero programa económico, político y social de gobierno, en una palabra, un Pacto de la Moncloa. México necesita resultados, necesita que la democracia sea la base de buenos gobiernos y no de parálisis institucional. Es necesario pactar el nuevo régimen, y estos dos años son la ventana de oportunidad para logarlo.
Es tiempo de la política de compromiso, en la que los actores tomen una posición clara y determinada. Es tiempo de apostarle a un proyecto. Es tiempo de provocar, de provocar el debate, de desafiar el statu quo. De pensar, con responsabilidad, con visión de estado y no sólo con buena fe, las características de ese proyecto nacional. De buscar con responsabilidad y en base a las verdaderas prioridades nacionales, los acuerdos para abandonar las posturas inflexibles. Esto lo decía Tomás Yarrington antes de 2006. Ahora los priistas no saben qué hacer.
Correo: amlogtz@prodigy.net.mx
Ambrocio López Gutiérrez
Periodista y Sociólogo.
Columnista en diversos medios electrónicos e impresos.
Redactor en el equipo de Prensa de la UAT.
Profesor de horario libre en la UAM de Ciencias, Educación y Humanidades.
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