A falta de justicia, surge la “justicia anónima”
De chiquillo viví en un barrio humilde, pero donde vivía gente honrada. Como vecinos todas las familias se respetaban, partiendo desde el hecho que por las mañanas al pasar por cada una de las casas la gente se saludaba con el simple, pero siempre gratificante “buenos días”, situación que ha decir verdad ya no pasa en esta época, en que las familias viven como desconocidos en sus propios barrios, y en algunos casos ni siquiera se conocen entre ellos, al vivir cada quien en su propio mundo, aislados de los demás a través de grandes rejas ante el miedo de que alguien se meta a sus casas a desosegar su escasa tranquilidad. Antes las casas no tenían rejas, si acaso algunas cercas de madera que eran más que nada para evitar que se salieran las gallinas, y los vecinos cuando te visitaban destrancaban las puertas con solo mover una aldaba, un palo atravesado o un simple alambre o mecate, y así separar la puerta o portón de su otro extremo, y entraban a tu patio, amistosos, llevándote un plato de comida, o una invitación, y si acaso un chisme, pero todo sano, nada de qué lamentarse.
Así vivimos, recuerdo yo, en aquel barrio, hasta que una vez una familia llegó al mismo. De antemano se les veía que era una familia de gente mala, de malandrines pues, por su aspecto, por lo grosero en su hablar, y la altanería que mostraban hacia los demás. Buscaron acoplarse, y algunos del barrio intentaron ser amables, pero no había esa convivencia natural. Y sucedió que con el paso de los días se dieron algunas extrañas cosas en el barrio. Empezaron a desaparecer objetos de los patios de las casas. Bicicletas, llantas, tanques de gas, herramientas, juguetes y demás enseres, que las familias dejaban al aire libre sin problema alguno. Los vecinos, lógicamente, se empezaron a preocupar, pero sobre todo empezaron a dudar. ¿Qué casualidad que nada más había llegado al barrio la familia esa, y empezaron a suceder las cosas? Sin embargo los miembros de la citada familia también se decían objetos de robos, y acusaban que el barrio estaba lleno de rateros. ¡Habrase visto! Eso indignó mucho a los vecinos, quienes aparte de sentirse ofendidos por las insinuaciones de gente mal llegada, se empezaron a organizar para atrapar al o los ladrones. Y cierta noche sucedió que Don José, uno de los vecinos, capturó a un sujeto cuando estaba en el interior de su patio, sustrayendo una jaula para pájaros. Gritó a los demás vecinos y muchos salieron a ayudarle para someterlo, saliendo a relucir que el malandro era uno de los chamacos de la susodicha familia. Se le llamó a la policía, que como siempre tardó en llegar, por lo que algunos vecinos aprovecharon para vapulear al ladrón, pues traían el coraje de haber perdido sus cosas. Los miembros de la familia de los “malillos”, como les decíamos en el barrio, intentaron entrar en defensa de su pariente, pero fueron repelidos, ya por un poco más de vecinos enardecidos. Finalmente llegó la policía y se llevaron al ratero todo golpeado, y todavía encima los policías le pusieron unos “zapes” al subirlo a la patrulla, ante el regocijo de los colonos. Al día siguiente los “malillos” empezaron a ser mal vistos por los vecinos, quienes no querían saber nada de ellos. Les aplicaron “la ley del hielo”, y estos no aguantaron mucho, y se fueron del barrio en corto tiempo. Y entonces las cosas volvieron a ser como antes, tranquilas.
Hago referencia a todo esto, porque antes, de una u otra forma, la gente hacía justicia por su propia mano, y no había problema alguno. La policía llegaba a respaldar, y muchas veces los gendarmes solamente tenían que ir a recoger al ladrón, porque la gente ya había hecho el trabajo de someterlo, detenerlo y amarrarle las manos. Y los policías quedaban bien dándole también algunos golpes al detenido, como escarmiento. Y nadie decía nada. No había que los derechos humanos y quien sabe que tantas babosadas más, simplemente el que afectaba a la gente, lo pagaba. En cambio hoy en día, con eso de los derechos humanos, los malandrines están sobre-protegidos. Pueden hacer lo que les venga en gana, porque hay gente que defiende sus “derechos”, mientras que los derechos de los ciudadanos nadie los protege. Peor aún, hoy en día nadie se puede defender de una agresión, un robo, un asalto o una violación, porque la autoridad arremete contra el derecho a la defensa. Ahí tenemos el caso del ya tan mentado “justiciero anónimo” del Estado de México que mató a cuatro delincuentes que asaltaron un autobús de pasajeros, donde él viajaba. El hombre tras ser agredido y asaltado, persiguió a los ladrones, les dio muerte y todavía recuperó lo que les había sido robado a los demás, para después darse a la fuga. Pues bien, ahora resulta que este hombre “es el más buscado” por las autoridades del Estado de México, que según ellos, tiene que pagar por el delito cometido.
¿Cuál delito? ¡Si el solo se defendió! ¿Cuál delito? ¿El haber hecho el trabajo que no hace la policía? ¿Cuál delito? ¿El delito de ser un héroe anónimo? Esto es una clara muestra de lo mal que está la justicia en nuestro México, donde los delincuentes, aun después de muertos, tienen más derechos que los héroes anónimos que tienen que andar huyendo porque los encargados de brindar justicia no reconocen su valor. Afortunadamente la ciudadanía, cansada de tanta delincuencia, sí reconoce el valor de este héroe anónimo, y considera que en lugar de andarlo buscando tan afanosamente le deberían poner una estatua, e incluso designarlo Procurador de Justicia del Estado de México, pues es evidente que él sí sabe hacer justicia. Con todo esto el mal mensaje que dan nuestras autoridades es que tenemos que dejarnos robar, asaltar, vejar, humillar y golpear, y no hacer nada, porque si hacemos algo corremos el riesgo de ser encarcelados. Tenemos que aceptar ser víctimas de la delincuencia, sin esperar justicia, pues los encargados de brindarla están más empeñados en proteger a los delincuentes que a los ciudadanos. Así pues que mientras en México hay delincuentes que han robado a miles y al mismo tiempo, como es el caso del ex gobernador de Veracruz, Javier Duarte Ochoa, a quien ni intento hacen por capturar, el delincuente más buscado resulta ser un justiciero anónimo cansado de la inseguridad que vive nuestro país.
Así es nuestro México ahora, nada que ver con el antiguo México de los barrios justicieros.
Juan Rodríguez Contreras
Ha sido dirigente de la Asociación de Periodistas de Nuevo Laredo.
Es columnista del periódico El Líder de Nuevo Laredo. Colabora para el portal de noticias HOYTamaulipas y para el periódico El Gráfico de Ciudad Victoria. Es además editor del portal Revista La Neta (www.revistalaneta.com.mx) Es periodista desde hace 28 años y ha trabajado en los periódicos Laredo Ahora, El Diario y Última Hora de Nuevo Laredo, así como ha sido comentarista de varios noticieros radiofónicos en Nuevo Laredo.
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