Llegaron los bárbaros
Hace más de dos mil años la península ibérica fue invadida por grupos de hombres belicosos llegados del este y del continente africano llevando consigo una cultura representativa de la civilización islámica pero sus prendas guerreras e intelectuales de nada valieron porque, hoy al igual que hace siglos, los occidentales seguimos definiendo a los árabes como violentos, terroristas, infieles y, a los ataques perpetrados por las células de la Yihad, se les conoce genéricamente como acciones de bárbaros.
Pues bien, aquellos hombres bárbaros construyeron en el actual territorio del sur de España obras maravillosas entre las que destacan la Mezquita de Córdoba, el Alcázar de Sevilla y la Alhambra, en Granada donde propios y extraños, luego de disfrutar los sitios donde vivían los emires y califas, no pueden menos que aceptar que la civilización islámica merece respeto pues no se puede etiquetar al mundo árabe por las acciones aisladas de unos cuantos fanáticos que impulsan la llamada guerra contra los infieles.
Este verano tuvimos la suerte de visitar España y Portugal donde se dice que en el pasado convivieron las civilizaciones árabe, judía y cristiana como consta en las magníficas edificaciones que adornan las numerosas ciudades-museos del viejo continente y es curioso que, mientras los europeos sufren por las invasiones bárbaras islámicas, sus ciudades lucen su tradición multicultural con la indumentaria de sus habitantes pero los estudiosos y los guías de turistas prefieren recrear el pasado esplendoroso antes de reconocer que los árabes y los judíos nunca se han ido y, como testigos de su arraigo en la vieja Europa están las numerosas sinagogas y mezquitas que, junto a las mayoritarias catedrales cristianas, forman parte del valioso patrimonio cultural de los vetustos estados-naciones.
Pero no crea usted que sólo los islámicos y hebreos conviven en la península ibérica porque en la actualidad hay una nueva “invasión bárbara” en el viejo continente conformada por hombres y mujeres latinoamericanos que, junto a los inmigrantes de los países del este europeo tratan de aliviar sus pobrezas con la creencia de que España y Portugal forman parte del primer mundo, aunque sean junto a Grecia e Italia, los miembros más pobres de la Unión Europea.
Para nosotros, como felices habitantes del continente americano es una ventaja que la multiculturalidad se haya profundizado en las naciones europeas porque en casi todos los escenarios de los recorridos nos encontramos con “braceros” argentinos, ecuatorianos, bolivianos, brasileños, colombianos y centroamericanos que sonríen espontánea y sinceramente cuando se enteran que somos mexicanos; en parte por el “paisanaje” y también porque los “meshicas” tenemos una bien ganada fama de que en todas partes damos propina, aunque sea modesta.
En la Puerta del Sol, en la Plaza Mayor de Madrid, en la Gran Vía, en los museos, en los restaurantes, en las calles y en las playas nunca nos sentimos extranjeros pues en la capital española nos topamos con grupos de turistas mexicanos de diferentes entidades y durante el recorrido fuimos atendidos en forma cálida por el personal ibérico o de origen latinoamericano.
En Lisboa nos llamó la atención que la gente se resiste a hablar español, en la televisión del hotel sólo hay canales en portugués y en inglés, así que durante varios días tuvimos que practicar el “portuñol” o bien recordar nuestras lecciones de inglés básico ya que en Portugal la mayor parte de la población habla con fluidez el idioma de Shakespeare, aunque en las visitas guiadas no hubo ningún problema de comunicación ya que contamos con el servicio de guías locales.
Sólo visitamos cuatro ciudades portuguesas y en todas, especialmente en Lisboa, nos llamó la atención la abundancia de población negra lo cual se explica por la cantidad de colonias que tuvieron (los portugueses) en el continente africano entre las que destacan las actuales repúblicas de Angola, Mozambique y Zaire lo cual hace afirmar a algunos lisboetas que “el pecado del viejo colonialismo nos ha dado la penitencia de recibir más gente de África que se integra con relativa facilidad porque hablan nuestro idioma”.
Parte importante del itinerario portugués fue la visita a Nuestra Señora de Fátima en la basílica construida frente al paraje donde ocurrió su aparición y que es la meta de peregrinos que llegan de todo el mundo para agradecer los milagros, algunos caminando casi un kilómetro de la entrada al santuario, aunque otros prefieren hacer el recorrido de rodillas, unos solitarios y otros acompañados por su pareja, por hermanos, hijos y/o nietos.
Tuvimos la suerte de participar en la misa celebrada en la nueva basílica de Fátima construida más recientemente y que cuenta con los adelantos tecnológicos, además de capacidad para seis mil personas sentadas en butacas individuales y que está ubicada en el extremo de la explanada, frente a la antigua edificación que se ve pequeña a la distancia.
Volviendo a la capital portuguesa en estos desordenados recuerdos de las vacaciones recientes, vale mencionar que Lisboa es un puerto pluvial ya que el río Tajo, que cruza buena parte de España como una corriente débil, al acercarse al Atlántico se torna en uno de los más caudalosos y es adornado por varios puentes larguísimos, además de que el paisaje se pone místico con la estatua de Cristo Rey, donada por Brasil (antigua colonia portuguesa) y que se asemeja a la cruz gigantesca que es célebre en el país sudamericano.
Siguiendo el cauce del río se encuentra el sitio que llaman la Boca del Infierno que debe ese macabro nombre al hecho de que es la parte del territorio europeo que se adentra más en el Océano Atlántico y, antes del descubrimiento de América, se creía que allende el mar estaba el inframundo, lo desconocido, pero ahora explotan turísticamente el lugar que está lleno de tiendas y restaurantes donde ofrecen platillos exquisitos entre los que destaca la cazuela de arroz con mariscos que alcanza perfectamente para dos personas.
Luego de disfrutar varios días de la hospitalidad portuguesa regresamos al territorio español y nuestra primera parada fue en Cáceres, población de Extremadura que cuenta con antiquísimas iglesias, un barrio judío y un conjunto de restaurantes que ofrecen algunas de las delicias de la cocina de esta comunidad como los huevos rotos o el jamón de cerdito ibérico que es muy caro porque este animalito es vegetariano, se alimenta exclusivamente de bellotas que son producidas en los típicos árboles chaparros que adornan la soleada llanura extremeña.
Correo: amlogtz@prodigy.net.mx
Ambrocio López Gutiérrez
Periodista y Sociólogo.
Columnista en diversos medios electrónicos e impresos.
Redactor en el equipo de Prensa de la UAT.
Profesor de horario libre en la UAM de Ciencias, Educación y Humanidades.
Para que HOYTamaulipas siga ofreciendo información gratuita, te necesitamos. Te elegimos a TI. Contribuye con nosotros. DA CLIC AQUÍ