“El PRITanic”
Corría el año de 1912 en una noche gélida en el Atlántico, la majestuosa embarcación que se pensaba insumergible, chocó abruptamente contra un enorme iceberg. El 14 de abril fue el comienzo de un estrepitoso capítulo para el navío del cual se llegó a decir, “que ni Dios mismo lo podía hundir”
Horas agónicas transcurrían mientras lentamente se desmoronaba aquel gigante del mar, sus tripulantes con desesperación y enorme agonía presenciaban lo que para muchos de ellos parecía imposible, mientras contemplaban su nuevo e irrefutable destino. Muchos desafortunadamente perecieron en el trágico suceso mientras otros inexorablemente reflexionaban en los botes salvavidas. El gran Titanic se había hundido.
Pareciera que era una lección de la cual los tricolores deberían haber tomado nota, pero más allá de ello, cayeron en las mismas fallas y el desenlace no fue distinto, la soberbia también los hundió.
Igual que el Titanic, el PRI también construyó una maquinaria muy grande con un casco que se pensaba aguantaría cualquier embate, en este proyecto utilizó el ánimo y la credulidad de miles de simpatizantes que con sus esfuerzos ayudaron a construir el portento; al hacerlo, los ánimos estaban por los aires y a pesar de varios reveses en el pasado se había vuelto a ganar la joya de la corona y con eso regresaban las ínfulas de imbatibilidad. Pero en este lapso, también comenzaban a dar señas de su fama de elitistas o de manejos cupulares, aunque ante sus obreros y la ciudadanía reiteraban que esta representaba una nueva era, llena de innovación y prosperidad. En los primeros sondeos, la gente decidió creerles y aquellos que interés mostraron optaron por darles el beneficio de la duda y respaldar este “nuevo” proyecto.
Ante las masas regocijaban con discursos alentadores y de inclusión, recalcando que en el nuevo navío político, tenían cabida todos y que todos serían escuchados y tratados por igual, que las lecciones del pasado se habían aprendido y que en este presente promisorio la ecuanimidad prevalecería.
“¡Pero o sorpresa!” en reuniones en privado se fraguaban ya la repartición de las ganancias y cotos de poder entre los mismos de siempre.
Una vez zarpando regresaba tristemente todo a la realidad, los más humildes hasta abajo, los de la clase media sin una demarcación muy clara entre las prioridades y los de la elite como siempre con los lujos muchas veces no merecidos pero pagados por su dinero de familias ricas o de tantos años de usurpar. Tuvieron la oportunidad de ser más decentes y cumplir las promesas que a todos habían vociferado, pudieron inclusive echar mano de nuevos marineros militantes que venían con una ideología nueva y con gran empuje, los mismos que insistían en cambiar el rumbo del trayecto ante la inminente peligrosidad de las aguas en las que encontraban navegando. Pero no, el establishment decidió apostar por los viejos lobos de mar, exageró en querer poner supuestos capitanes ya forjados y curtidos en diferentes aguas, en lugar de equilibrar el proceso de toma de decisiones.
Ante tal imposición, el error de los seguidores fue callar y aceptar con vehemencia falsa ser dirigidos por los mismos causantes de innumerables tragedias, aquellos conocidos por inclusive en barcos piratas navegar, los seudo- capitanes que en lugar de haber sido enjuiciados en su momento, el mismo partido los decidió premiar, por su celebrada astucia y su rapacería sin igual. En su burbuja sobre inflada de soberbia seguía el regocijo, se pensaba que haciendo lo mismo de siempre el resultado les volvería a favorecer, se ignoraba las advertencias de otros tripulantes dignos, que percibían la tragedia y el mal trato a todos los demás. Entre fastuosas reuniones, alimentaban su desmedido ego, mientras en tierra su comandante en jefe seguía luchando por una tan ansiada credibilidad popular.
Se comenzaban a incrementar las alertas de peligro mientras entre icebergs empezaban a transitar, se enfriaba cada vez más el ambiente y la otrora soberbia acogedora se comenzaba a congelar, los marineros de las nuevas generaciones se indignaban ante el pasmo y la falta de claridad en el pensar mientras los capitanes decidían en este crucial momento no desacelerar.
Lo demás es de todos ya sabido, el 5 de junio a los tricolores partió por la mitad, los viejos lobos también pensaron que los dioses Aztecas tampoco podían a ellos hacer naufragar. Todo estaba muy claro pero no quisieron escuchar a la sociedad, ahora la única pregunta que queda según las costumbres de honor navales es:
¿Si ellos también tendrán la dignidad de irse al fondo con sus navíos?
Jorge Alonso Infante Alarcón
Carrera Licenciado en Relaciones Internacionales.
Maestría en Administración Pública en la U.A.M. Francisco Hernández García (U.A.T.)
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